Hojas en el Lago

Capítulo XXXIX


La boda se realizó en una playa en Santa Rosa de Agua, como las leyes venezolanas exigían que toda firma de acta de matrimonio debía realizarse en el Registro Civil, se casaron en la mañana en dicho lugar; lo que se llevó a cabo esa tarde en la playa, fue la ceremonia de carácter religioso. Alejandro creía en Dios y Samara igual. Llevaron a un ministro de una iglesia cristiana local, para que dirigiera e invocara la bendición de Dios sobre ellos. El Lago, ese día se engalanó para ellos y sus aguas mostraban un profundo color ocre, la luz dorada de la tarde bañaba a Samara en un aro de luz, su cabello iba suelto, liso como el día que la conoció, pero una cinta bordada con flores y perlas le cruzaba la frente. Como Alejandro sugirió, Samara usó un vestido inspirado en el modelo de las mantas tradicionales wayuu. La capa superior era de fino chiffon blanco, que ondeaba alrededor de ella, un escote barquero dejaba sus hombros al descubierto y las mangas se soltaban y caían. Conservaba ese aire de las vestimentas de las mujeres wayuu, sin ser una réplica exacta, el fino y ceñido forro de corte sirena se traslucía a través de la tela superior; tenía un ligero brillo plateado. Mantenía unida la capa interna y externa con un cinturón de perlas, que se cerraba en la espalda con un lazo.     


Casi parecía la mujer de las historias de los Wayuu. La Pouu´lo, una mujer de gran encanto y belleza, que podía volver loco a cualquier hombre. Alejandro sabía esto, porque Samara se había encargado en el último mes de hablarle de la cultura de su abuela y qué diferente hubiera sido su pedida de mano, si su padre aun viviera.       


 Alejandro vestía, también de blanco, en un traje que se adaptaba a la locación. Ambos iban descalzos y el agua del Lago barría sus pies, en el vaivén de las olas. Sofía era la única dama de honor, iba vestida de plateado, su vestido era un mar de capas de raso y aparte de los padres de ambos, Sonia, Raúl y su esposa e hijos (con el cual podía decir tenía una reciente amistad) y los niños del barrio, no hubo más invitados. 


Cuando el ministro terminó de bendecirlos y los declaró marido y mujer, Alejandro pensó que no se podía ser más feliz en la vida. Cuando le indicaron que podía besar a la novia, le dio un beso digno de una novela y le dijo. 


- Ahora sí, eres mía. 
- Mi amado es mío y yo soy suya – le respondió Samara con mucha emoción y volvió a besarlo. 
- ¡Váyanse pa’ un hotel! – les gritaron unos pescadores que pasaba por ahí en ese momento.   
 

Alejandro y Samara se soltaron y saludaron con la mano a grupo de hombres que dijeron aquello mientras se alejaban sigilosamente es su bote artesanal. Se acercaron sus invitados a felicitarlos y a desearles buenos deseos. Su madre no objetó nada sobre su matrimonio, y de hecho, había estado de lo más colaboradora con los preparativos de la boda. Estaba un poco llorosa cuando se acercó y les dijo a ambos: 


- Dios los bendiga hoy y siempre, espero me den pronto muchos nietos. 
 

Samara se sonrojó y rio a la vez. Mientras era abrazada por su suegra.  


La celebración fue divertida y amena, se armó un gran toldo y se dispusieron las mesas, tuvieron música local y comida típica zuliana, muchos dulces y frutas, bebidas por su padre y Raúl. Y las más encantadora felicitaciones de parte de Sofía y Sonia. Ya al anochecer, con las luces brillando bajo la carpa y la luna en su delicado menguante saliendo, como de lo profundo del Lago. Alejandro pensó cuánto le había cambiado la vida en un año. La fecha de la boda, se cuadró para que coincidiera con el día de su primer encuentro: 7 de septiembre. La brisa, las olas, el crujir de los mangles a la distancia, la música, las risas, Samara a su lado, le hacía sentirse embriagado de felicidad y de la vida. Llegó el momento del brindis y luego el de partir la torta. Un pequeño pastel que parecía la réplica repostera del vestido de Samara por las perlas y flores, además de evocar la luna y el agua con sus tonos plateados. 


Después de eso, estaban preparados para partir. Samara entre lágrimas se despidió de su madre y hermana, prometió escribirles cuando supiera dónde iban a estar. Por primera, vez desde que Alejandro llegó a Maracaibo, usó un chofer. Ya todo el equipaje estaba en el lugar acordado. Le iba dando suaves besos a Samara en la mano, mientras salían de Santa Rosa; afortunadamente la entrada al pueblo, no estaba lejos de la Avenida El Milagro. 


Notaba a Samara tensa y no podía decir que él no se sintiera igual, era curioso cómo el amor cambiaba la perspectiva de todas las cosas. De ese momento en especial. Se mantuvieron en silencio. Cuando estuvieron cerca del puerto, Alejandro cubrió los ojos de Samara, ella rio con nervios. Al llegar la ayuda a bajar y a caminar. 


- Vamos, yo te guio.  


Había preparado todo para que fuera una sorpresa y sabía que Samara amaría aquello. 


- Estamos en un muelle – dijo Samara. 
- Qué perspicaz es mi esposa. Ahora déjame levantarte, es de buena suerte cruzar el umbral en brazos de tu esposo.


El catamarán AZUL, estaba frente a ellos; había un encargado de su cuidado y mantenimiento que lo esperabas. Subieron ambos con mucha facilidad, la cubierta estaba a la misma altura que el muelle. El empleado se retiró con un asentimiento de cabeza. Al colocar a Samara en el suelo y sacarle la venda. Esta parpadeó ante la iluminación y luego reparó sobre el espacio en que se encontraba. 




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