Hojas en el Lago

Capítulo XLI


Alejandro y Samara, estuvieron tres días en Ologa, salieron la tarde del tercer día. Planeaban regresar y subir hasta “La Barra”, una concentración de penínsulas e islas, el punto done se une el Lago con el Golfo de Venezuela, al norte del estado y de ahí volver a Maracaibo. Tenían que comenzar a ordenar varios aspectos de su vida, vivienda, trabajo y horarios, ya que pensaba comenzar a flexibilizar los horarios para poder pasar más tiempo con ella.  Por ahora se quedarían en el departamento, pero Alejandro, pensaba que al tener hijos debían mudarse a una casa donde tuvieran espacio para correr y jugar, sobre eso, Samara le había dicho que quería esperar al menos tres años para embarazarse, a él le pareció bien; La luna de miel, era más de lo que Alejandro hubiera podido imaginar. Conforme pasaban los días y Samara perdía la timidez, demostraba ser una amante dispuesta. El amor en su expresión sexual y física, lo hacían sentir en la dicha. Esperaba que aquello no menguara nunca. 


La noche antes de llegar a Maracaibo, estaban abrazados en la “terraza”, en un inmenso sofá, mirando la luna, que en su creciente, era hermoso, cómo su luz naciente, empezaba a bañar las aguas del lago.  


- ¿No crees que todo el mundo debería conocer e lago así? – le preguntó Samara. 
- Deberían, al menos una vez en su vida – reflexionó Alejandro – es algo impresionante. Sabes ¿Qué pasa? La mayoría de los venezolanos no valoran sus propias bellezas naturales, en Europa, las personas tienen otra mentalidad, cuidan mucho lo suyo, mientras que la mayoría de los venezolanos y maracuchos disfrutaran destruyendo lo propio. Eso es triste. 
- Lo es, pero ¡ey!, habemos otros que amamos nuestro país y la región. 
- Por supuesto, no he conocido una regionalista más comprometida que a vos. 
- ¡Ya voseáis! – le dijo Samara con emoción. 
- Ja, ja, ja. Es difícil que no se me pegue – dijo Alejandro con una sonrisa. 
- ¡Gracias a Dios! – le dio un beso.  
 

Volvieron a mirar la luna, era arrullante el movimiento del Catamarán,  junto con las brisa. Como estaban arropados con una cobija disfrutaron del frio lacustre de la noche, pero en plena madrugada comenzó a llover, así que corrieron al interior del catamarán. Reían como niños, como estaban ya mojados, comenzaron a sacarse la ropa y solo ese contacto, los hizo caer de nuevo en el gozo de su amor. Después se quedaron abrazados largo rato, aquello era de una absoluta y completa calma. Se sentía completo el uno en el otro.  


- Quiero que vivamos toda la vida así – le dijo Alejandro. 
- Tenemos que trabajar – le respondió con risa Samara. 
- No, ya yo puedo jubilarme y vivir un siglo más sin tener que trabajar – le dijo seriamente, aunque era broma. 
- ¿Ah sí? Bueno, yo sí quiero trabajar… 
- Ummmm – la estaba provocando. 
- Ummm, cállate, no quiero discutir con vos, no voy a ser una esposa de esas… aún hay muchas cosas que hacer. 
-;Si insistes, pero, en la empresa conmigo, ¿okey? – no quería discutir aquello. 
- Sí, pero sin trato preferencial, como dijo tu papá desde abajo.   
- Si insiste. Ja, ja, ja – Alejandro rio y la apretó aún más contra él.     
         
*** 


El día que llegaron a Maracaibo, llovía. Afortunadamente una lluvia tranquila, ya los esperaban en el puerto. Tendría un almuerzo de recibimiento en casa de los padres de Alejandro, era algo familiar. Su padre trajo personal que les ayudó con el equipaje. La charla fue amena, acordaron que la próxima ida a Ologa, seria familiar. Irían todos. Incluida Sofía, quien para sorpresa de Samara, ya estaba en la casa familiar, junto con Sandra y su madre, se saludaron con júbilo, Alejandro saludó a su suegra. Ambos miraron a Sofía, mientras abordaba a Samara con toda clase de preguntas. Pronto volvería a cumplir años y se estaba volviendo una hermosa joven. 


Hubo una mezcla de comida venezolana y española bastante interesante. El chef de su madre estaba fusionando, bien por él. Ya en la tarde, la señora Sandra y Sofía se despidieron, volvían al barrio, Alejandro pidió un taxi para ellas, uno que las llevaría hasta Torito. Ahora que no ponían trabas ellas, una buena propina motivaba a los taxistas. Quedaron de irlas a visitar el domingo. 


Después de eso, ellos también se despidieron, se sentía cansados. Su madre los envió a llevar con el chofer, iba a entrar por el vestíbulo y para sorpresa de ellos, había un cúmulo de periodistas rodeando la entrada. Así que el chofer los dejó en el estacionamiento. Al llegar al departamento encontraron al personal de limpieza, dos mujeres en edad madura. Alejandro se las presentó a Samara, se llamaban Ester y María; aprovecharon y acordaron los nuevos horarios de trabajo, Ester cocinaría y estaría cinco días a la semana en el departamento. Mientras que María, lavaría la ropa y haría el aseo. Era un sitio amplio, así que las dos mujeres harían bien el trabajo. Su sueldo seria aumentado. Las mujeres se despidieron y ellos se quedaron sentados en la sala. 


- Les caíste bien – le comentó Alejandro a Samara – conmigo nunca han sido tan amables. 
- Aaah… yo soy amable – le dijo Samara. 
- Conmigo no, en un principio. 
- Es que vos eras tan arrogante… afortunadamente te actualizaron a una nueva versión el software.  
- Eso es lo que hace el amor – extendió su mano, para tomar la de ella.  
- ¿Qué hacemos? ¿Vemos unas películas? 
- Mejor nos bañamos primero – se puso de pie y la ayudo a levantarse. Sonó el intercomunicador, tenían visita, qué raro, a él nadie le visitaba, no solía dar su dirección- ¿visita? Qué raro.  
 




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