Hojas en el Lago

Capítulo XLIII


Sofía se graduó de bachiller, a finales de Julio, casi un año después de que Samara se graduara de la universidad, a diferencia de Samara, no como la mejor de la clase, pero quizás sí la más popular, el grito cuando la llamaron para entregarle su título de bachiller fue ensordecedor. En Venezuela los bachilleres iban a su acto de grado con el mismo uniforme que usaron durante el ciclo diversificado. Chemise beige y pantalón azul; falda en caso de las mujeres. Pero, el de Sofía de alguna manera parecía diferente, la chemise beige, tenía un corte abullonado en las mangas y un cuello con doblez, su falda tenía varios plises, diferente al modelo estándar. Cuando se acercaron a felicitarla se veía radiante. 


- Ahora sí. Diseño de modas, allá voy – dijo muy contenta. 
- Congratulations, sister-in-law! – le dijo Alejandro en broma. 
- Thanks… you are so cute – le respondió. Al parecer su dominio del inglés iba mejorando. 
 

Todos rieron.  


- Y mi bebé, ¿Cómo se porta hoy? – se dobló para tocar el vientre de Samara que con cinco meses, ya se notaba, pegó su mejilla al vientre  de su hermana y exclamó – me dio un besito, ¡lo sentí! 
- Fue eso o una patada – respondió Samara. Volvió a abrazar a Sofía, había llorado de la emoción – ojalá que no salga tan necio como vos. 
- Dios nos guarde – dijo Alejandro con un falso estremecimiento.   
- Al menos espero que herede mi belleza – respondió Sofía, mientras se batía el pelo. Aun estando abrazada a Samara. 
 

Y era cierto, Sofía iba en el camino de convertirse en una hermosa mujer, mucho más bella que Samara, pero a ver quién le aguantaba el fuelle. Era de esas mujeres que no sabía quedarse callada y decían lo primero que se le venía a la mente. 


- Mis hijas son hermosas, así que mis nietos también lo serán – dijo Sandra. Quien por lo general se mantenía en silencio en esos intercambios.  


Además, hacía poco había sufrido una recaída de salud: infarto leve al miocardio. Lo que los había llevado a determinar que debía vivir en la misma casa, junto a ellos, así estarían más al pendiente de su salud. Sandra se opuso en un principio, pero dado cómo estaban las cosas, lo mejor era eso. Así que al final terminó cediendo. Se mudarían en una semana, conservarían el departamento de la torre ANGELINI, por su espectacular vista, quizás pasaran los fines de semana allí. Sofía comenzaría e estudiar al mes siguiente en la Universidad Rafael Belloso Chacín. Samara le costearía los estudios como había prometido.      
    
*** 


Su primer hijo nació en Diciembre de ese año, lo llamaron Diego, afortunadamente fue un parto natural y sin complicaciones, cuando Alejandro vio el pequeño rostro enrojecido de su bebé lloró de la emoción. Era blanco como él, su cabello era negro, pero había heredado la boca y los ojos rasgados de su madre. Hubiera querido quedarse todo el tiempo en la sala de parto de la Clínica, pero le indicaron que debía retirarse, mientras terminaban de atender a Samara y a Diego.     


A los dos días, le dieron de alta y Sofía organizó una bienvenida para Diego y Samara. Solo ellos, ya después tendrían algo con amigos y resto de familia. Sofía  estaba loca de la emoción e insistió hasta que la dejaron sostener al bebé y lo hizo con tanto cuidado que enterneció a todos. 


- Espero que me regales, muchos, muchos sobrinos más. 
- Ja, como si fuera tan sabroso parirlos – se quejó Samara – cuando tengáis los tuyos me avisáis. 
- Uy… no. Me voy a dedicar a viajar y conocer el mundo – respondió Sofía con cara de espanto. 
- Entonces, no pidáis más sobrinos. 
- Vamos para que descanses – le dijo Alejandro y la ayudó hasta la habitación. 


Sandra y Sofía se quedaron con Diego en la sala. Una vez estuvieron recostados en la cama, Alejandro le habló.   


- Quizás no sea el momento, pero, ¿no quieres tener más niños? 
- Ummm, sí quiero uno más, tal vez dos. Pero, por ahora solo quiero dormir un ratico. Estoy cansada… los niños nos quedan muy lindos. 
- Es que lo hacemos con amor, razón de más para que tengamos una docena ja, ja, ja. 
- Qué divertido – le dijo Samara con sarcasmo, aunque ya tenía los ojos cerrados – por ahora callate, tengo sueño. 
 

Alejandro se quedó en silencio mirándola y acariciándole el cabello. El amor debía crecer con el tiempo, porque se daba cuenta de lo que sintió en un principio por ella, no era nada comparado a ese momento. Quería amarla y que se amaran siempre.   


- Te amo, Samara Colina y siempre quiero amarte. Mi pequeño e irritante cují – le dio un beso en la mejilla. 
 

Samara sonrió, con los ojos cerrados y le respondió. 


- Yo también… te amo, hermoso Álamo.    




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