Hojas en el Lago

Epílogo: Una hoja cae en el Lago


Samara nunca perdió su vivacidad al caminar, ni en sus años de formación universitaria rodeándose de gente de “clase”, ni al conocer a Alejandro, comenzar una relación con él, o en los casi seis años de matrimonio. Ni una sola vez, olvidó quién era, ella siempre sería un Cují, siempre se plantaría, soportaría, aguantaría y sobreviviría. Con los mismos pasos rápidos de siempre, caminó hacia la banca en la orilla del Lago. Anochecía ya, los tres hombres de seguridad que la seguían se mantenían a unos metros de distancia. En la casa había una decena más. No le veía sentido, los miserables, ya habían cumplido con su objetivo. Pero su suegro insistía y ella no veía el sentido de arrebatarle su falsa seguridad. 


Se sentó y miró el lago, la brisa de la noche, era fría y un tanto humedad. Los buques y navíos pasaban con lentitud por el lago. A la distancia divisaba las luces de los Puertos de Altagracia, por años contempló la pequeña ciudad en el día, a veces perdida y borrosa en la humedad que desprendía el lago. De noche casi parecía salida de un sueño, como si la ciudad flotara en el Lago y no en tierra firme.     


De cierta, manera así se sentía Samara, flotando en un sueño, más específicamente en una pesadilla, donde el único alivio que encontraba era al dormir. Y al despertar nuevamente la “realidad”, hacía ya un mes de la terrible noche, en la que recibió la llamada de Jhonny, el jefe de seguridad de Alejandro. Con voz desgarrada y rota, le dijo: 


- Samara, Alejandro está muerto... de la comitiva, solo quedamos Camila, Claudia y yo… 


Jhonny siguió hablando, pero ya Samara no lo oía. Su mente sufrió algún tipo de colapso, alguien le retiró el teléfono de la mano y solo volvió en sí, cuando sintió que un estridente sonido hería sus oídos y gargantas. Era ella quien gritaba.  


No lo dudó ni un momento sabía que era verdad, Alejandro estaba muerto. En el fondo de su corazón, siempre sintió que esa terrible noticia llegaría. Se opuso con tanta vehemencia cuando cuatro años atrás, Alejandro comenzó a interesarse en la política, a sentirse frustrado por las trabas que la alcaldía y gobernación ponían a sus proyectos de mayor envergadura. Ella le dijo: Aquí, ni lavan, ni prestan la batea. Y él simplemente respondió que entonces debían cambiarse los dueños del lavadero. Y así comenzó, se afilió a un pequeño partido y como recursos propios no le faltaban y amor del pueblo muchos menos, obtuvo su primera y arrolladora victoria. Sintió su corazón oprimirse, ese día, pero sabía que Alejandro era el hombre que podía darle una vuelta a la vida de millones de personas; de adolescente siempre se quejó de la negligencia de los políticos de la corrupción; de la indiferencia. No pudo insistir en que no se involucrara porque Alejandro era el polo opuesto al político conocido desde siempre en la nación, se interesaba realmente en las personas. Lo sabía, ella había visto cómo él cambiaba su visión del mundo; ella había contribuido. 


Por momentos sentía que era culpa suya, si ella hubiera mantenido su boca cerrada y los ojos fuera de él, Alejandro hubiera vuelto a España, a seguir viviendo su vida como lo había hecho siempre. Seguiría vivo, siendo uno de los hombres más próspero e influyentes en su mundo. Y ella lo admiraría desde la distancia. Siempre lo admiró, aun cuando era un arrogante niño rico. Lo había visto tantas veces en las páginas y revistas de informática, que la primera vez que lo vio, no pudo creerlo, fue otra historia cuando habló. Aquella forma no salía en la revista. Se sintió decepcionada y en seguida generó una fuerte antipatía, pero nunca pudo negar lo inteligente y disciplinado que era. Nunca.  


Después descubrió que tenía un noble corazón y solo se había mantenido indiferente, porque desconocía la otra realidad de la vida. Entonces, daba gracias por él, por los años que pudieron amarse, por los dos hijos que tuvieron, Diego y Leonardo, el más pequeño quien solo tenía 2 añitos, y ni siquiera comprendía qué estaba pasando. 


Sentía y pensaba tantas cosas, si no fuera por esos dos pequeños quizás, no hubiera tenido el aliento de seguir sobreviviendo. Hasta los cujís se secan, llega el momento en que mueren. Alejandro por años había sido como el sol, el agua que regaba y alimentaba su vida. Pero, ya no estaba y debía seguir adelante. Por su familia, por la empresa; su suegro ya le había dicho que en cuanto se sintiera preparada le daría el control de SUNTECH, era el legado de Alejandro para sus hijos, quién mejor que ella para velar por sus intereses. Pero ella sentía que el mayor legado de Alejandro había sido su amor, el amor que por esos años prodigó a tantos niños, adolescentes, jóvenes, hombres y mujeres. A una región y un país; eso era lo intolerable, para las ratas miserables que dirigían la política que alguien fuera de lucrarse y explotar aún más al oprimido, les diera una posibilidad de vida mejor. Desmantelaría sus estructuras de contrabando, miseria y corrupción. Ella lo sabía, eso era lo que había causado la muerte de Alejandro; una vez hubiera tocado el Palacio de los Cóndores, iba a comenzar a desmantelar y limpiar toda esa suciedad. Por eso lo mataron.            

      
Samara sintió un repentino y profundo odio, por aquellos que habían perpetrado semejante crueldad. Pero ni siquiera eso, paliaba el dolor que le causaba la ausencia de Alejandro, miró al lado de la banca donde siempre se sentaba, recordó la primera vez que se sentó él allí y la última vez, el mes anterior cuando habían venido con la familia una tarde, para ver a los niños jugar a la orilla del Lago.  


Ríos de lágrimas descendía de sus ojos. Sacó de su cartera su libreta; nunca perdió aquel hábito, y comenzó a escribir: 




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