Horizontes

Amistad

Estaba mirando la puerta de ese lugar cuando tintineó su celular, era un mensaje de su amiga comentándole que el bus se retrasó y por eso llegaría unos minutos tarde.

Al leerlo, se imaginó la angustia en la mujer que le escribía. Sonrió. Respondiéndole que no importaba. Ella ya se encontraba en el sitio y de allí no se movería hasta su llegada.

Volteó su celular sobre la mesa, suspiró y bebió un poco de su latte frío, el cual tenía la cantidad perfecta de crema chantillí. Aquello le generaba mucha felicidad.

Al levantar su mirada, se encontró con una escena un poco particular. Una madre estaba empecinada en darle una compota medio rara a la que, supone, es su hija.

Se preguntó por qué todas las personas de aquella zona parecían tan empecinadas en alimentarse con comida rara y de paso extravagante. No lo entendía. No podía ser delicioso, por más “sano” que fuera.

¡Pobre, niños… tendrán una comida insípida! Sentía mucha pena por ellos. ¡Debería ser criminal! Pensaba con mucho énfasis.

— En fin… padres locos… ni modos — se dijo en voz alta.

Continuo con la escena de la madre y la niña. En este punto, esa pequeña iba ganando la batalla. La madre se encontraba a nada de llorar.

Esto la hizo sonreír suavemente, aunque realmente quería reír a carcajadas. Esa madre, era realmente miserable en manos de su versión más infantil. Porque, sin duda, eran madre e hija. Tenían las mismas facciones óseas.

— La genética nunca miente — mencionó tomando nuevamente un trago de su deliciosa bebida fría.

Se acordó que hoy era el Día de la Madre y esto la sorprendió. Y más cuando se dio cuenta que no había llamado a su mamá.

Tomo su celular para realizar la llamada, y a su espalda sintió un leve sollozo. Parecía ser de una mujer. Quiso voltear su cabeza, pero no pretendía ser imprudente.

Se acomodó de tal manera, que esto le permitiera rastrear la fuente de ese sonido. Le pareció que su movimiento funcionó, ya que detectó a una mujer, joven, hablando con otra persona por celular.

No entendía muy bien la conversación telefónica entre estas dos personas. Solo se notaba una gran pena en esta muchacha.

El llanto sonaba amargo. Doloroso. Desgarrador. Era como si aquello que la aquejaba le resultara terrible.

Solo pudo entender, que esta mujer le contaba a la persona al otro lado del teléfono, sobre su matriz, esta no se encontraba bien, y por esto el médico le recomendó someterse a un nuevo tratamiento… pero en este punto, ella no sabía si todo esto valía la pena.

Reconocía que, al parecer, el degrado que se había realizado años atrás tenía una afectación mayor a la esperada y esto anudado a su endometriosis. No pintaban un buen panorama en su deseo de ser madre.

¡Pobre mujer! Pensó. Sintió por los sonidos realizados, que esta se colocó de pie y comenzó a caminar hacia la salida del lugar.

Tomo un nuevo trago y comenzó a preguntarse sobre la maternidad. Era un tema que ella y su amiga habían conversado en diferentes momentos.

Ambas coincidían… en su bajo o nulo su deseo de serlo. Cada una por diferentes motivos, los cuales terminaban confluyendo en lo mismo.

Ella pasó por toda una montaña rusa de emociones y momentos. Al principio de sus veintes le asustaba tanto ser madre, que cuando quedó embarazada solo pudo salir corriendo por la calle principal de su barrio, tomar un bus y dirigirse a la casa de su amiga. Con la prueba de orina en su mano. Qué terrible momento. Se supone que era ya una adulta, pero ella no lo sentía así. ¿Cómo podría ser madre? Si apenas estaba descifrando qué sucedería después de la universidad.

Después de esto, llegó a una cita médica, una valoración psicológica, una ecografía y la confirmación que un embrión de cinco semanas se encontraba alojado en su cuerpo. Tembló, lloró, tomó la mano de su amiga, para que esta la sostuviera en ese gran abismo en el que se encontraba de pie.

Sabía que no podía tener a ese niño. En su casa la matarían. No tenía trabajo y su relación sentimental apenas era estable. Y con todo eso… lloro… maldijo… cuestionó… ¿Por qué? ¿Por qué?... Era la pregunta que más se repetía en su cabeza.

¿Cómo pudo ser tan descuidada?... mmmmmmmmm… ¿Por qué se puso en esa situación? Se seguían repitiendo esas preguntas en su cabeza.

Salió de ese consultorio con su amiga, sujetando su brazo y se sentaron en la sala de espera. Le comentaron que en un momento se acercaría alguien de la clínica para explicarle el procedimiento y valor de este.

Mientras esperaban. Observaron a una mujer con una pequeña en brazos y otra más grandecita que sujetaba su mano. A ella también la hicieron seguir a un consultorio y minutos después escucharon un grito desgarrador que rompió el silencio casi solemne que se encontraba en este lugar.

— ¡No…! ¡No… no… no puede ser… no… es imposible… no puedo tener todo ese tiempo!... ¿Por favor, doctor, dígame que no? — Gritaba en un ruego desgarrador. Se sentía su dolor y desesperación.

En ese momento, varias enfermeras salieron detrás del mostrador de información y se dirigieron a ese consultorio para ayudar al médico. Al parecer la mujer había perdido el conocimiento.

Todas los que esperaban en aquella sala se pusieron mucho más nerviosas de lo que estaban. ¿Qué sucedía allí? … ¿Por qué esa mujer se encontraba así?

Varios minutos después, la mujer salía por la puerta de este consultorio y al mismo tiempo dos enfermeras salían con sus hijitas. Comentaron que las llevaría a la sala de enfermería, hasta que la señora se sintiera mejor.

Sentaron a la mujer en una silla, y ella repetía que no podía tener una hija más. Que su sueldo apenas alcanzaba para sostener a las dos pequeñas que la acompañaban.

Lloraba, con el corazón en la mano. De manera desgarrada. Con mucho dolor y confusión, y este llanto movilizaba el de las otras mujeres que la acompañaban en su sentir.

En esa clínica. Todas aquellas mujeres, por diferentes razones y circunstancias, sabían una sola cosa. Ninguna de ellas, en este momento, podía ser madres y tener a los hijos alojados en su vientre.




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