I Love You Rose

Treinta y Tres – Justicia y Estrategia

Capítulo Treinta y Tres – Justicia y Estrategia

Guardo con lentitud mi estuche en la mochila; lo único que quiero es cerrar los ojos y descansar tranquilamente.

—Adiós.

La profesora de filosofía sale de la sala con todas las pruebas en mano. Desde hoy, odio a Locke, Descartes y Hume, malditos filósofos que llegaron a mi vida solo para complicarla.

—¿Vienes? —pregunta Jaxon, llegando a mi lado.

Asiento y salimos rumbo a dirección. No pienso dejar pasar lo que sucedió ayer; eso fue acoso, y no voy a permitir que intenten lo mismo con otras mujeres. Es de cerdos.

Tocamos la puerta y esperamos a que el director nos reciba. A diferencia de otros colegios, aquí el director atiende personalmente a los alumnos, ya que su oficina está en la segunda planta y la secretaria en el primer piso para atender a personas externas.

—Muchachos —nos sonríe el director—. Pasen, adelante.

Tomamos asiento frente a su escritorio.

—¿Qué los trae por acá?

Jaxon se aclara la garganta.

—Ayer tuve que agredir físicamente a un estudiante que acosaba y tenía malas intenciones con Holland Dallas.

El director nos mira con una ceja alzada y frunce el ceño.

—Esperen… no entiendo. Tú eres Holland Dallas —me apunta—. Te recuerdo porque te di clases antes de ser director. ¿Quién te acosó? Eso es una falta grave.

—Fue Aiden Schmidt. Se sentó conmigo en el casino y no me dejó en paz; me seguía cuando cambiaba de mesa hasta acorralarme. Me tocó la pierna y trató de besarme.

El director se queda en silencio, se quita los lentes y se toca el puente de la nariz con desesperación.

—Eso es una falta gravísima, pero le aseguro que no quedará así —toma el teléfono y marca un número—. Shepard, busca a Aiden Schmidt de último año y tráelo a mi oficina.

El director llamó al conserje, un tierno abuelito.

—Entonces… ¿usted está así de golpeado por ayudar a su amiga? —pregunta, mirando a Jaxon.

—Llegué justo cuando él estaba sobre ella, lo enfrenté y comenzamos a golpearnos —responde Jaxon.

El director se toca el rostro con frustración, deja la mano en el mentón y parece pensativo.

—¿En qué sector del casino ocurrió esto?

—En la entrada —respondo.

—Perfecto. Eso quiere decir que las cámaras lo grabaron.

Una sonrisa se instala en mi rostro; siento un gran peso menos. Las cámaras serán una prueba clave si Aiden intenta negarlo.

—Aquí se ve cómo se acerca demasiado e invade su espacio personal —dice, observando la pantalla de su computador—. ¡Vaya, tuvieron una gran pelea! Holland, ¿eres tú? Wow… eso debió doler… Madre mía, otra vez… pobre chico.

Trato de ocultar mi rostro. Sé muy bien por qué hace esas muecas de dolor: todos los hombres reaccionan así cuando ven golpes en las partes íntimas.

—Hizo muy bien en defenderse —dice el director—. Esto será un secreto entre nosotros tres.

Alguien toca la puerta. Aiden entra con confianza y una sonrisa, pero al vernos, la sonrisa desaparece.

—Buenas tardes, director… —dice, y se sienta en una silla lejos de nosotros.

—Aiden Schmidt, ¿sabe por qué está aquí? —pregunta el director. Aiden niega con la cabeza—. Estos jóvenes lo acusan de acoso dentro del establecimiento.

—Qué absurdo, yo no he hecho nada —responde, encogiéndose de hombros.

—Está seguro? Piénselo bien; es mayor de edad, ha reprobado dos años y Holland es menor. Puede ir a la cárcel si ella denuncia.

Aiden se tensa y luego ríe.

—No he hecho nada, no puede acusarme.

—Sí lo has hecho —susurro, jugando con un lápiz y mirándolo de manera intimidante.

—No tienes pruebas.

—En realidad, sí. Las cámaras muestran cómo invade el espacio personal de Holland y cómo la sigue cuando cambia de mesa.

Aiden cierra los ojos y suspira resignado.

—Está bien, lo hice. Pero fue solo una broma, no hice daño alguno —se defiende.

—Haya hecho daño o no, lo importante es que la acosó y no tenía derecho. Además, agredió físicamente a su compañero presente aquí —dice el director mientras busca unos papeles—. Estará suspendido una semana, tiempo para recapacitar sobre lo que hizo.

~°~

Muevo la puerta corrediza del gimnasio y veo a todos sentados en los bancos conversando.

—¡Chica increíble! —grita Theo corriendo hacia mí y abrazándome—. ¡Al fin llegaste! Estaba muy aburrido.

—¿Soy tu payaso acaso? —respondo.

Caminamos hacia el grupo y me siento al lado de Matt, quien me da un beso en la mejilla y me abraza por la cintura.

—Yo digo que hay que combinar todas las ideas —dice Aisha.

—Sí, sería bueno —opino—. Llegué un poco tarde, pero sé de lo que hablan. Ayer, en el ensayo, cada grupo mostró en qué es mejor.

—¿Y cómo lo haríamos? —pregunta Marta, abrochándose los cordones.

—Bueno —dice Matt, pensando—. Podríamos iniciar con una coreografía grupal; Rose y Theo son buenos creando pasos rápidos. Después, cortar con una canción graciosa y hacer lo que ustedes quieran. Luego, algo más robótico.

—¿Y también lanzar bombas de humo? —pregunta con ironía Paul.

Ya lo odio.

—No sería una mala idea —finjo pensar—. Para cada cambio, una bomba.

—Lo decía bromeando —responde, rodando los ojos.

—Pero yo no.




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