Recibo un mensaje de la cafetería, exigen que pase temprano. Mi horario de trabajo es en la tarde, me parece extraño que me citen. Llego a la hora acordada y me encuentro con el supervisor mostrando una cara de angustia. Me entrega un sobre y una carta de renuncia firmada. Sin decir una palabra espera que me vaya. Sin saber que decir, observo la carta y luego poso mi mirada en su rostro, finge una sonrisa de agradecimiento, en realidad, pareciera que está rogando que no diga nada. Suspiro guardando el dinero del sobre. Bajo mi mirada, desanimada, vuelvo a buscar su cara, ahora su expresión es molesta. Supongo que debe ser incómodo, pero debería entender mi posición; aunque quisiera pelear por esta injusticia, no tengo ánimo para esto.
Salgo de la universidad a dar un paseo de regreso a casa. Aprovecho la fría tarde para relajarme y despejar mi mente. «No pienses, no pienses» repito. Intento calmar mis ideas, no quiero llorar en una plaza. De todas maneras tenía que dejar ese trabajo para buscar uno completo. Veo del otro lado de la calle una cafetería, se llama Dulce Caricia, luce cómoda, fresca y suena una música relajante desde allí. Miro en mi mapa de turista el nombre de esta plaza, La Caricia, queda a dos cuadras de la universidad. Tiene sentido el nombre de ese café. Como si estuviera hipnotizada entro en el local para sentarme en la mesa del fondo. El ambiente se vuelve nostálgico, la gente viene acompañada, soy la única mesa vacía. ¿Por qué todo se vuelve tan difícil? Mis lágrimas se deslizan por mis mejillas. Bajo mi rostro, siento vergüenza de llorar en un lugar público. Trato de calmar mi desconsuelo: imagino que encuentro un trabajo pronto y vuelvo a estudiar, sonrío de manera forzada para creer lo que pienso, pero solo veo las gotas caer sobre la madera.
Cubro con mis mangas mi llanto, respiro profundo: tengo mucho rato acá, debería volver al apartamento. Escucho un ruido en la mesa, bajo lentamente mis mangas, hay una taza de café humeante delante de mí.
—¿Te puedo invitar a un café y un par de galletas? —Escucho una voz grave pero suave.
Froto mis mejillas con la tela, es rasposa y me duele que un desconocido me encuentre en esta situación. Incómoda veo la cara de este chico, el color azul en su mirada es hermoso. Hace un sonido con su garganta para llamar mi atención, mira curioso mi cara a la espera de una respuesta. Es apuesto, arreglado, de cabellos negros, parece alguien importante. ¿Por qué una persona así se me acerca? Toma asiento, coloca las galletas como centro en la mesa junto con su café.
—Disculpa, siempre vengo por acá y es la primera vez que me acerco a alguien, al menos en este local. ¿Por qué estás tan sola?
—Estaba… pensando un poco... —respondo nerviosa.
Luce incómodo, como si estuviera obligado a venir.
—Mi nombre es Daniel, y tenía que traerte algo, antes que te echaran del local por no consumir nada —ríe.
—¿Sacan del local a las personas por no consumir? —pregunto sorprendida.
—Pues, si —duda—... no puedes venir a entrar nada más. —Da un sorbo a su café—. Hay cafeterías que son para ese tipo de casos, pero esta no.
Sonrío, su presencia me parece agradable, me hace sentir confianza.
—Perdona. —Acomodo mi cabello detrás de la oreja—. Soy Karen, mucho gusto en conocerle, señor que invita café a desconocidos —bromeo.
Entiende el chiste y ríe como respuesta. No puedo evitar contemplar su sonrisa.
—No... yo no invito café a desconocidos —excusa—, es la primera vez que hago esto. No sé por qué, pero no pude ignorarte. —Siento como sus palabras sonrojan mis mejillas—. Si te molesta puedo irme.
—No, no, para nada. —Tomo nerviosa la taza de café entre mis manos—. Por favor quédate, me agrada tu compañía. —Ambos sonreímos.
Tomo un sorbo, este calor me hace sentir aliviada. Las galletas lucen apetitosas, acerco mi mano al plato y cojo un par. Son dulces, de sabor a mantequilla.
—Entonces… estás sola y apartada. ¿Problemas con tu chico? —asume.
Me río por su comentario, no puedo evitar pensar que está tanteando conmigo.
—No, no tengo novio si es lo que preguntas. Estoy acá sola y apartada —imito su tono—, por problemas en la universidad. —Como otra galleta y doy un par de sorbos al café.
—¿Eres estudiante?
—¿No lo parezco? —añado sarcástica.
—¡Oh!, si que lo pareces —bromea. Imita el sarcasmo y causa risas entre los dos—. ¿Harás algo esta noche?
—No... pero no puedo aceptar. —Me encantaría pasar el rato a su lado, podríamos reírnos, pero no sé a dónde llevaría esto.
—No es lo que esperaba —ríe sorprendido—. No es normal que me rechacen, disculpa. —Vuelve a reír—. Me parece muy gracioso.
—Todo un galán me imagino —supongo siguiendo el juego.
—No es normal que me acerque a una chica y no quiere salir conmigo.
—Tu ego debe de estar por las nubes, pero en algún momento tuviste que empezar.
—¿Por qué lo dices?
—Por la seguridad con la que te expresas, creo que por eso las chicas aceptan salir contigo —deduzco.
—Me agrada tu sinceridad —señala—. Una chica de noche en un bar u otro lugar quizás. No en una cafetería a la que voy muy seguido, que por cierto, es la primera vez que te veo por acá.
—Que observador. —Tomo el último sorbo de café—. ¿Así que eres de ese tipo de chicos que sabe todo sobre las chicas y cómo persuadir? —digo mordaz.
Él ríe y genera una risa espontánea en mí. Nuestros comentarios, aunque son sinceros y atrevidos, dejan fluir el humor entre los dos.
—Me atrapaste, no tengo nada en mi defensa —cede.
Veo el reloj en la pared, es tarde, quiero seguir disfrutando de su compañía. Pienso en su invitación, una parte de mí quiere aceptar, la noche a su lado podría ser como en las novelas que leo; pero eso no le quita el ser un desconocido, y no puedo confiar en él.
—El tiempo pasó rápido —digo triste—, ya es tarde, tengo que irme. Encantada de conocerte, gracias por el café y las galletas.