Ideal

AMARGO

No sabía que el trabajo incluía vestirme de duende navideño. Con orejas de plástico y una nariz falsa, debo sonreír como si fuera el espíritu de la celebración en persona. La gente se acerca a pedirme fotos, siento que me convierto en una atracción turística. El traje que uso es abrigado y los zapatos son complicados de usar, largos y puntiagudos, por suerte el lugar donde me cambio es cercano. Debí pedir más dinero.

Paso horas en la mañana caminando de un lado a otro por todo el mirador, sonrío alegre para que la gente acepte el papel que les debo entregar. Invito a las personas a participar a esta gran fiesta, algunos creen que yo soy la anfitriona, pero al decirles que no, se decepcionan y me regresan el volante. Espero ansiosa la tarde para quitarme este traje tan curioso y poder ver a Daniel.

Llego un poco tarde a la cafetería, me duelen mucho los pies, hace tiempo que no caminaba tanto. Desde el frente del local no veo a Daniel en la mesa ni en la barra, solo espero que no se fuera. Una luz brilla a mi lado, es molesto el reflejo que hace. Volteo a ver quien ha hecho tal gracia; sonrío como tonta al ver el coche negro estacionado. Se baja del auto y me mira preocupado.

—Pareces un cono de tráfico, parada en medio de la calle —comenta.

Observo mis pies sobre el asfalto, tiene razón, estoy en medio del estacionamiento.

—Creí que era parte de la acera —sonrío avergonzada.

—¿Qué dulce quieres hoy?

—Quiero... —gruño insegura— será torta de chocolate con fresa.

Entramos al local, está saturado de personas y nuestra mesa está ocupada. Hoy nos toca sentarnos en otro lugar.

—¡Daniel! Hola —dice una chica hermosa de extraño acento.

—Hola, creí que ya te habías ido —responde él.

Que incómodo quedar entre dos personas, me acerco a la nevera del mostrador a observar los dulces para disimular mi atención en otro lado.

—No, tuve que cambiar el vuelo para otro esta noche. Mientras espero paseo por la ciudad —aclara la rubia elegante.

—¿Quieres que te recomiende algún lugar para visitar? —ofrece.

—No, ya hiciste demasiado, con la noche del sábado fue suficiente. —Sonríe coqueta.

¿Cómo? ¿Qué pasó esa noche? Se me ha revuelto el estómago, estoy ansiosa por que esta rubia se vaya, pero parece que está esperando por su pedido. Daniel no dice nada, y no puedo ver su cara, solo veo su espalda.

—Creo que no me entendiste, en fin, ¿quieres un café? —invita él.

—No, por favor, yo invito —pide uno y ofrece su tarjeta para pagar.

—No hace falta.

—Por favor, insisto. —Toma su pedido, un café grande para llevar—. Me quedaría encantada pero el taxi me está esperando.

—No te preocupes.

—Me despido. —Se acerca a su oído y susurra algo que no logro entender. Le da un beso en la mejilla.

—Que tengas un buen viaje. —Se marcha la chica, él la sigue con la mirada.

—Quiero una torta de chocolate amargo —agrego.

—¿Y un café? —pregunta Daniel.

Afirmo con un sonido. Saca su billetera y busca su tarjeta. Veo la mesa de siempre ocupada, suspiro por eso y por la decepción que llena mi cabeza de angustia y dolor. No sé qué pensaba, quería creer que él era diferente, como el protagonista que espera a su chica indicada. Era mucho pedir, es apuesto, ¿en verdad creí que no tendría a nadie detrás de él? Tonta, tonta y tonta. Además, que mujer tan hermosa, no hay comparación conmigo.

—Ahí, liberaron una mesa. —Toma mi mano.

Estaba tan atrapada en mi mente que olvidé que estoy a su lado, y mi mano siente el cosquilleo. No esperaba esta reacción de su parte, miro mi mano como si estuviera infectada, ahora lucho entre la emoción del roce y la amarga sensación de desilusión. Pruebo la torta, hago una mueca de disgusto, de verdad que es amargo este chocolate. Daniel mira hacia la ventana, luce pensativo y frustrado. Tengo que preguntar, porque soy curiosa y aparentemente me gusta hacerme daño.

—¿Esa es tu chica? —Niega—. ¿Y qué son?, si pasan la noche juntos deben de ser algo.

—Nada. —Sopla su café—. La conocí el sábado.

—¿Qué? —sonrió incrédula—. La conoces y te acuestas con ella, ¿sin más?

—Ajá —afirma.

—Entonces… ¿eres un mujeriego? —juzgo.

—No, no salgo con varias chicas. —Sostiene su cabeza con su puño, parece una actitud defensiva.

—¿Y qué haces? No las vuelves a ver, ¿mientes a esas chicas? —alzo la voz.

—Ambos acordamos en una noche, nada más —dice serio.

—¡Ah!, eres un… ¿Cómo decirlo para que no suene mal? —Pienso en alguna palabra, pero resoplo resignada—. Y gratis —añado irónica.

Gira su mirada hacia otro lado y suspira. Posa las manos sobre la mesa y regresa sus ojos en mí.

—Sé que tenemos confianza, pero no cruces el límite —amenaza.

Quiero responder; no sabía que una expresión tan seria me haría molestar. Dedico mi atención al postre sin acabar, no puedo dejarlo así. Sin muchas ganas doy otro bocado.

—Es un mundo turbio —dice mirando hacia la ventana—. A veces te enteras de historias que es mejor no saberlas, y otras veces vives momentos malos, desagradables e incómodos.

—Lo sé. —Recuerdo uno de esos fragmentos desagradables—. Es mejor no saberlo —repito sus palabras—. Ya… —Intento comprender, pero no creo que sea la persona indicada para escuchar esto. No entiendo por qué quiere excusarse, tampoco tiene caso seguir con esta tensión tan deprimente. Él parece sufrir también con este ambiente incómodo—. ¿Alguna vez tuviste que rechazar a alguna chica?

—Si —sonríe—. Hubo una ocasión muy tonta. —Se detiene, parece esperar por mi confirmación.

—¿Y qué pasó? —sonrío, no porque quiera, solo expreso un gesto amistoso para él.

—En el bar, al conocerla. Se llama Danna, igual que mi madre. —Niega con su cabeza—. Eso me dio mucho corte, no sabía cómo rechazarla, por que era un motivo estupido. Tuve que fingir una llamada por una urgencia familiar —sonríe.




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