Este treinta de enero es el peor cumpleaños de todos, aunque todavía tengo la expectativa de que podría existir uno incluso peor; debería aprender a dejar de preocuparme por situaciones lejanas. Es común estar sola, ya son dos años seguidos dónde celebro mi cumpleaños, tampoco extraño celebrar este día con mis padres, siempre fueron arruinados por sus diferencias. A veces me pregunto cómo estaría en este momento si me hubiera quedado.
Paso en la tarde por la cafetería. Vengo a diario desde que empezó febrero. Odio esta desesperada necesidad en mí, vivo triste y angustiada por no verlo. En definitiva esto me hace mal. Suspiro por última vez; me siento tonta al venir todos los días solo para observar a la gente dentro desde la ventana del café. Siento una mano posada en mi hombro, me da escalofrios y la retiro bruscamente, con mi cara de molestia giro para encontrarme con Daniel, sonrío aliviada, pensé que seria algun loco.
—¡Hola! —dice al verme.
—Hola… lo siento no sabia que eras tú, me asustaste —sonrío.
—No pasa nada. —Abre la puerta —. ¿Me extrañaste?
—Un poco, si. —Sonrío de nuevo, no puedo dejar de hacerlo, si supiera en verdad cuánto lo extraño.
—Esta fue una larga temporada, es bueno volver.
—¿No te fue bien en familia? —Miro indecisa los dulces en el mostrador.
—No me gusta hablar sobre ello. —Señala una porción de tarta—. Te recomiendo esta, la hacen por épocas de año nuevo.
—Me parece bien, confiaré en ti. —Añado una sonrisa de aprobación.
Nos sentamos en nuestra mesa, no hay tanta gente como la vez pasada. Él solo compró una taza de café. No entiendo por qué tiene que dejar la azúcar, su cuerpo se ve perfecto, ¿que tanto daño puede causar? Es solo un dulce, tampoco es una gran ración. Aunque es cierto que siempre me han criticado mi metabolismo. Nunca engordo, no importa cuanto coma.
—¿Qué pasó con tu teléfono? —pregunta de pronto.
—Se... daño —respondo nerviosa.
—¿Cómo pasó?
—El día que llamaste. Hablaba asomada en la ventana y tuve que ayudar a un compañero de piso, como te comenté, pero por mi descuido el teléfono cayó al suelo desde el quinto piso.
—Que mal —frunce el ceño—, debo admitir que me preocupé.
—No es para tanto. —Doy un bocado a mi tarta—. Por cierto, está deliciosa, es muy cremosa y crujiente, ¿que tiene?
—Es tarta de nieve, tiene queso crema con varios frutos secos, es buena.
—¿Por qué no pediste una porción para ti? —Apunto mi cucharilla hacia él.
—Comí bastante en las reuniones familiares.
—¿A dónde fuiste? ¿Numeria de nuevo?
—Si, estuve por allá otra vez. —Mira desanimado la taza de café.
—¿Qué tal está?
—¿La ciudad? Parece normal, ¿algo en especial que quieras recordar?
—A veces pienso en volver, a pesar de todo no estaba mal —suspiro—. Supongo que no encontraré mis trabajos de vuelta.
—¿Trabajos? ¿En plural?
—Así mismo, tenía dos trabajos —comento orgullosa—. Pienso que si me sacrifico hoy, mañana será mejor.
—¿Y cómo te va ahora?, después de tanto sacrificio —juzga con seguridad, como si supiera lo que vivo.
—No entiendo si quieres burlarte de mí, pero obviamente no me va tan bien como quería. —Aparto a un lado mi taza, ya ni quiero seguir tomando café.
—No quiero burlarme; no está mal soñar, siempre y cuando aceptes la realidad.
No sé qué responder en esta situación. Es molesto, no necesito regaños y reclamos de nadie, ¿desde cuándo es mi tutor? ¿Está es otra realidad que no conocía de ti? Parece que te has propuesto matar el interés que siento.
—Ya este día está por acabar. ¿No quieres que te lleve?
—No gracias, no hace falta —suspiro, siempre ofrece lo mismo.
—Pero... Necesito que subas al coche un momento.
—¿Por qué? —sospecho.
—Es una sorpresa —sonríe.
Abre la puerta del copiloto para que entre. El coche por dentro huele a su perfume, mezclado con el olor del cuero de los asientos. Por un momento me siento especial, aunque no soy la única chica que sube a este coche, deben de ser miles en la lista. Daniel entra, me siento muy nerviosa al estar tan cerca y tan encerrada con él.
—Compré esto para ti. —Extiende la mano con un trozo de tela—. Cuando la vi me pareció tan curiosa, por un momento pensé en ti.
Me conmueven sus palabras. Tomo la tela para ver de cerca: una bufanda negra con manchas de colores fuertes y vibrantes.
—Gracias, está algo curiosa. —Sonrío y coloco la bufanda alrededor de mi cuello—. Huele a tu perfume.
—El día que la compré tuve que usarla.
Estira su mano acercándose un poco; insegura de lo que hace, cierro los ojos con fuerzas, siento mi corazón latir muy deprisa. Pero un raro sonido me distrae. Al abrir mis ojos veo una bolsa de papel y una caja de zapatos grande que Daniel tomó de los asientos traseros.
—También compré esto para ti.
Con curiosidad miro dentro de la caja, son botas altas con buen acabado, están bonitas, me emociono al verlas y con alegría abro la bolsa de papel, un abrigo marrón claro de tela suave.
—No sé si pueda aceptar estos regalos.
—Tienes que aceptarlos, tu capucha no cubre bien tu cuerpo y los zapatos deportivos no son del todo buenos para el invierno.
—Gracias —sonrío agradecida. Es lindo que se preocupe.
Enciende el coche, prende las luces y arranca sin darme espacio para bajarme.
—Me comentaste una vez que vives al sur de la cuidad, ¿cierto?
—Sí pero no deberías tomarte la molestia...
—No pasa nada, yo igual vivo al sur de la ciudad.
Vamos en el coche en silencio, se escucha una música a bajo volumen. Lo miro mientras conduce. Una persona calmada y organizada, todo lo contrario a mí. Me siento tan cómoda con él, a la vez tan distante, yo no pertenezco a este lugar, no merezco estar a su lado.