Ideal

SU PERFUME

Creo que ha pasado un mes desde la última vez que fui a la cafetería, no estoy segura, no llevo la cuenta. Desde entonces estoy encerrada en casa, la orientación con la fecha es mala cuando ya no le prestas atención. Llegué a un acuerdo con Enrique, preparo la comida para ambos pero el mercado lo hace él. Hago todo lo posible por no gastar el dinero que me queda. Al menos esta situación me ayuda a acercarme a mis compañeros.

Me tomé la libertad de no buscar empleo por este mes, porque quería estar en casa para sanar mi corazón de tanta desilusión.

Tenía tiempo sin enfermarme. Tengo un resfriado de esos que no se notan pero molestan. Toca bajar a la farmacia, hay una en la calle donde me dejó Daniel en la noche de los obsequios.

Leo atenta las cajas de los medicamentos, no debería automedicarme pero es algo leve. Aunque mi nariz está un poco estropeada puedo oler un aroma agradable que me hace sonreír. De verdad me encanta su perfume.

—¿Todo bien?

Hasta puedo escuchar su voz, simplemente es mágico ese olor.

—¿Por qué sonríes y me ignoras? ¡Karen! —Sujeta mi hombro.

Volteo para encontrarme de frente con Daniel. No puedo hablar, tampoco respirar, siento un cosquilleo recorrer mi cuerpo. Nos miramos en silencio como dos extraños, retira su mano de mi hombro, expectante ante mi expresión de pánico. Suspira y observa su alrededor. Decide darme la espalda, mi corazón siente un golpe punzante al escuchar sus pasos alejarse, pero se detiene, como si pudiera escuchar mi súplica, debate consigo mismo si debe regresar. Gira y vuelve frente a mí, su gesto expresa preocupación, pero gruñe indeciso e incómodo .

—¿Quieres salir a comer algo? —decide preguntar.

Asiento con mi cabeza sin apartar la mirada. Sigo congelada sin poder moverme. Él sonríe y toma una caja de la estantería, observa su elección y procede a taparme un ojo con ella.

—Quizás si no me ves, puedas reaccionar —deduce tapando con otra caja el ojo faltante.

Funciona, puedo respirar. Suelto una sonrisa de alivio que poco a poco se va convirtiendo en una risa contagiosa. Retira las cajas y las deja de nuevo en su lugar, me mira preocupado, pero no tarda en unirse a mi risa. Reímos como tontos en este pasillo, la gente nos mira y nos evita. No me avergüenzo, no me importan sus miradas. Por fin podemos detener la risa, ambos respiramos con dificultad para recuperar la normalidad. Me duele el estomago de tanto reír; sigo sin entender nada.

—¿Creíste que era un fantasma? —Tose un par de veces.

—Es que, pensé que eras imaginario —confieso.

—¿Sueles imaginarme?

—No, pero olí primero tu perfume, y no creí que te encontraría aquí.

—Literalmente vivo a dos cuadras.

¿Siempre estuvimos tan cerca? ¿Todo un año pasaba a diario por esta calle, porque es donde compro el pan, y nunca me cruce contigo? Y cuando no te quiero ver, te encuentro.

—Llevaré este antigripal, tengo un par de días con resfriado. —Miro la caja, tiemblo de lo nerviosa que me encuentro—. ¿Tú que necesitas?

—Vine a comprar proteínas y suplementos.

—Entiendo, para la dieta contra el azúcar —bromeo.

—Exacto —sonríe.

Hacemos la cola para pagar. Proceso todo lo ocurrido: lanzo una sonrisa fugaz por su ocurrencia y luego suspiro recordando que su presencia me hace daño. Creo que estoy a tiempo de rechazar su invitación. Giro hacia atrás para hacer contacto con él, pero me sorprendo al ver sus ojos fijos en mí. Devuelvo mi atención al frente, ese choque me hizo sentir un hueco dentro. No sé si pueda acostumbrarme a estar a su lado, las emociones se desbordan y me cuesta cubrirlas, no puedo controlarlas.

—Quizás debería irme a casa, se hace tarde —digo apenas salimos de la farmacia.

—Yo te llevo de regreso, no te preocupes por la hora. —Abre la puerta del coche.

—No quiero molestarte.

—No lo haces, no insistas en rechazarme.

Respiro profundo, lleno mis pulmones de su aroma. Si así huele su coche, su casa también debe estar impregnada. Golpeo mi frente con la palma de mi mano, ¿qué hago pensando en su casa? Después de esta cena no lo volveré a ver, todo es una coincidencia.

Llegamos a una tienda de comida rápida. Pensé que me llevaría a algún restaurante, no parece el tipo de persona que pida una entrega de hamburguesas. Pero tampoco luzco tan decente como para ir a un restaurante. Solo tenía planeado ir a la farmacia de la esquina. El contraste que hacemos es grande, a simple vista puedes deducir que somos hermanos o familiares, esa sería la única razón por la que podríamos salir juntos.

—¿Qué hamburguesa quieres? —pregunta mirando la carta.

—Elige tú, nunca he comido una.

—Claro —ríe—. Es tu primera vez, seguro te voy a creer.

—¿Por qué te mentiría sobre esto?

—¿Dónde has vivido todo este tiempo? ¿Bajo una roca?

—No, solo tengo una política. Si no lo conozco, no lo necesito, y así no gasto innecesariamente —sonrío victoriosa.

—¿Dices que hago gastos innecesarios? —advierte.

—En teoría. —Lanzo una mirada desafiante.

Sonríe como si hubiera logrado la reacción que quería. Intento comprender y repaso lo antes dicho. Retira la carta de mi mano y pide por ambos. Siento que todo pasa tan rápido, o puede ser por el malestar del resfriado que no entiendo. Cierro los ojos y masajeo mi frente con las yemas de mis dedos. Su cara de preocupación deja notar las preguntas que quiere hacer, pero no se atreve a hablar.

—Trabajé durante mucho tiempo como repartidora.

—Y no tenías idea del sabor de la comida que repartían —agrega con ironía.

—¡Exacto! Es tonto de solo recordarlo.

—Sigo sin creerte.

Estornudo. No parece que el aire de la noche me ayude a sentirme mejor. Pido al mesero un vaso de agua para tomar el medicamento, por lo general me ayuda si lo acompaño con una buena noche de descanso. Ya para mañana debo de estar bien.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.