Despierto a gusto, me encanta la comodidad de esta cama. Reviso la maleta que traje, no pude agarrar todas mis pertenencias, y la ropa de ayer, no es mía. Me pongo una camisa negra y un pantalón rosado corto, algo para andar en casa. Veo a Daniel en la cocina, prepara el desayuno, apenas me ve deja su mirada fija en mí.
—Alto, detente. —Esboza una pequeña sonrisa—. Mira como te ves bajo el sol.
No entiendo qué quiere decir, hago señas para expresar mi confusión.
—Mira tu pecho. —Vuelve a comentar.
Con la luz del sol, que entra por un ventanal grande justo al lado de la escalera, puedo ver mis pechos claramente. Siento vergüenza y regreso a cambiarme. Bajo otra vez, con una camisa azul de tela gruesa.
—Perdón, no la había usado con tanta luz —explico, sonríe y sigue en lo suyo—. ¿Sigues molesto por lo de anoche?
—Si, en especial la parte que soy un desconocido. —Mira mis ojos por un momento—. Si tu fueras para mi una desconocida, ¿te habría dejado dormir en mi casa con las llaves de la misma, y del coche, acá en el mesón?
—No, claro que no... —Suspiro—. Perdón por eso, no eres un desconocido. No quería dar lástima ni preocuparte por mis problemas.
—Problemas graves, que no podías solucionar y no ibas a pedir ayuda. —Se lava las manos, luego se acerca—. ¿Qué pretendías hacer con la propuesta de acostarte conmigo?
Me toma por sorpresa esa pregunta. Doy dos pasos hacía atrás para alejarme un poco.
—Aún no estoy lista… para la respuesta —respondo nerviosa.
—Prométeme que a partir de ahora serás sincera y directa, como la vez que nos conocimos. Y si necesitas algo, no dudes en contarme.
—Lo prometo. —Sirve el café junto con el desayuno.
Al terminar de comer toma las llaves del coche.
—Tengo que ir a la oficina, regresaré al mediodía y después vamos a buscar un alquiler. Quedas como en casa, puedes usar la televisión si quieres. —Se va por la puerta del garaje.
Observo curiosa su casa en busca de detalles, el sofá parece ser lo más llamativo de este lugar, es bastante grande y luce un rojo fuerte. Vivir aquí debe de ser bastante tranquilo y agradable. No tiene recuerdos de sus padres por ningún lado, retratos familiares ni nada por el estilo, me genera curiosidad esa parte, solo tiene esculturas y jarrones como decoraciones rústicas. Con mucho cuidado registro toda la casa, no encuentro nada, la primera puerta enfrente de las escaleras tiene seguro pasado y la puerta de su cuarto también. Abajo en la sala veo una biblioteca llena de libros, parece una simple decoración, al lado está el cuarto de aseo, todo está organizado, qué persona tan cuidadosa.
Llega justo como dijo, al mediodía. Después de comer recoge los platos para lavarlos, luego me mira:
—¿Lista para salir?
—No quiero salir —respondo perezosa.
—Hoy es viernes, si no salimos de eso hoy, habría que esperar al lunes —comenta acercándose.
—Esperemos al lunes —propongo.
—Esperaremos al lunes, con una condición. —Me mira decidido—. Tienes que contarme todo.
Mi respiración se acelera, está muy cerca y su mirada me pone nerviosa.
—¿Todo? —pregunto alejándome un poco.
—Si, absolutamente todo, y yo te diré mis planes.
—¿Planes?
—Si, mis planes contigo —afirma, no sé si deba preocuparme por eso.
Nos sentamos en el sofá. Me toma alrededor de un minuto para organizar mis pensamientos. Comienzo contando algunos detalles sueltos sobre mi infancia. Recuerdo cuando era feliz con lo poco, supongo que no tenía la conciencia suficiente para preocuparme por lo escaso. Lloro recordando con nostalgia de ver a mis padres felices, tengo mucho tiempo alejada de casa y eso ayudó a generar un vacío e inseguridad; nunca me había sentido tan sola. Comento lo aterrada que estuve al huir de casa, y el dolor que sentí al revivir la sensación en Numeria, odiaría pensar que tengo que vivir de nuevo ese desgarro de desesperación. Ahora estoy bien en Mom, pero temo que la situación se agrave y me toque buscar a donde pasar los días, y al final no encuentre nada. Lloro una y otra vez tratando de contar mis días de universidad, me abraza, de alguna forma sus brazos me ayudan a sentirme mejor, siento que puedo descansar después de tanto tiempo. Y cuando llega el momento de hablar de Steve, mis palabras se traban, y poco a poco cuento todos mis detalles. Solo me falta uno, y es que no quiero contarle nada sobre lo que siento hacia él.
—Buscaremos alquiler pero no te preocupes, yo lo pagaré. Quiero que te centres en tus estudios y recuperes tu vida —dice mientras sigo hundida en sus brazos—. También pagaré la universidad y todo lo que necesites, no tienes que preocuparte, solo de estudiar —añade amable.
Quedo atónita con la generosa ayuda que quiere darme, por un momento pienso en no aceptarlo. Aunque sería normal para mi rechazar esta oferta, en verdad necesito esta oportunidad. Borro cualquier pensamiento de negación y lo abrazo con fuerza.
—Mil gracias, de verdad te lo agradezco —sollozo sobre él. Me recibe el abrazo acariciando mi pelo. Es un momento emotivo, siento un gran alivio.
El resto del día decidimos ver películas, comienza el fin de semana, ordenamos comida para pasar la noche en casa. En la última película, sin pensarlo mucho, me dejo llevar por mis impulsos y lo abrazo, él se deja abrazar. Pasamos un rato así, dándome cuenta que sigo enamorada yo sola, no siente lo mismo por mí, quizás solo me ve como una hermana menor.
Al día siguiente, Daniel no está. Llega a la hora con una toalla en el hombro y un bolso, deduzco que estaba en el gimnasio. Miro dentro de la nevera, está llena de comida, no sé que puedo hacer para desayunar. Él baja y se ríe de mi desayuno, un simple cereal. Está recién salido de la ducha.
—¿Vas a salir? —pregunto curiosa.
—Si, tengo una cita.
—¡Oh! ¿El galán encontró a la chica indicada? —bromeo.