Después de horas de paseo regresamos a su casa. Entre los dos nos ponemos a preparar la cena, espero por sus indicaciones, no tengo tanto conocimiento en la cocina, al menos no como él.
—Tienes que aprender a cocinar si vas a vivir sola.
—Si, lo sé, o solo comeré mis legumbres —respondo con humor.
—No, por supuesto que no, si quieres yo te enseño —insiste—. Nos ponemos de acuerdo, puedo buscarte por la universidad para enseñarte.
Pasar tiempo con él suena a una gran idea, cualquier excusa para estar a su lado es buena.
—De acuerdo, es un trato —sonrío de manera descarada, estoy feliz.
Me observa en silencio algunas veces mientras preparamos la cena, yo espero, en el fondo de mi ser, que se esté enamorando.
De repente suena el timbre, me lavo las manos para abrir. Un chico alto, similar a Daniel en la apariencia, está delante de la puerta. Sonríe haciendo un gesto de saludo e ingresa a la casa, dejándome plantada con la puerta abierta. Cierro, curiosa regreso a la cocina.
—Así que —comenta el chico desconocido al observar—, esta es la chica que te tiene cautivo —ríe.
Busco la cara de Daniel, no entiendo de qué va esto.
—Él trabaja conmigo, se llama Alfredo —explica—. Karen, es la chica por la cual no salí este fin de semana. —Sigue preparando la comida—. ¿Qué te trae por aquí? —observa serio a su compañero antes de continuar.
—Nada —duda Alfredo—, solo quería pedirte un favor. —Suspira—. Discúlpame Karen —dice al dirigir una breve mirada hacia mí, continúa devolviendo sus ojos cafés sobre Daniel—. ¿Te acuerdas de estas dos chicas que son divinas?
—No lo sé, para ti todos las chicas son divinas —responde sarcástico.
—Este... la rubia, la chica que trabaja en el edificio vecino. —Observa la cara confusa de su amigo—. ¿La que siempre está con su amiga de ojos verdes brillantes?, ya sabes, las que tienen —hace una seña en su pecho—, grandes.
—Ya, ya sé —recuerda—. ¿Qué pasa con ellas? —pregunta incómodo.
—Aceptaron salir conmigo, pero, si tú vas..
Detiene lo que está haciendo, observa a su compañero y le dedica una expresión molesta:
—No creo poder ayudarte —no tarda en responder.
—Vamos, quedé con ellas esta noche y les dije que tú irás —asegura Alfredo, recibe un silencio como respuesta—. ¿Qué pasa contigo? ¿De verdad me vas a dejar así? —pregunta ante la indiferencia—. Solo anda y luego finges sentirte mal, no tienes que quedarte con alguna de ellas —propone.
—¿Tú crees? No van a dejarme ir, esas mujeres están locas —menosprecia la idea.
—Yo puedo ir contigo y hacerme pasar por tu chica —interrumpo proponiendo un plan alternativo.
—Me parece una idea excelente —expresa Alfredo sonriente—, así que, arréglate que nos vamos —ordena.
Me siento bien en dar con una solución, pero la cara de Daniel ante mi propuesta es de preocupación.
Subo para arreglarme mientras organiza la cocina. No sé sobre qué hablarán mientras me cambio, está claro que no soy tan especial. Si su compañero llega pidiendo ese tipo de favor, significa que habló de mí como su protegida, su hermana menor, o hasta peor, su niña.
Veo a Daniel arreglado, espera junto a su compañero, apuesto como siempre e impregnado de su típica fragancia, me encanta, es difícil pasar por alto lo atractivo que es.
Llegamos a un bar nocturno con ambiente oscuro y música a todo volumen. Nos encontramos con las otras dos chicas sentadas en una mesa. Ellas si están bien vestidas y cargadas de maquillaje, se ven hermosas, me siento un poco mal con mi autoestima. Daniel de todos modos me presenta como su novia, ellas me miran de arriba abajo con cierto rencor, aun así, sonríen y me hablan con voz dulce.
Pedimos una ronda de tragos. Las chicas comentan sobre su día. Trabajan como secretarias en algún lugar cercano al edificio donde laboran Daniel y Alfredo. No entiendo mucho por la música, suena a un trabajo pesado pero lo considero sencillo, quizás solo exageran, en plan, hacerse las víctimas. Los chicos las miran atentos mientras beben sus tragos, y en un silencio repentino la rubia le toma la mano a Daniel mirándome directamente. Él se desprende como si nada hubiera pasado, me siento un poco insegura e incómoda sin saber donde clavar mi mirada. No me gusta estar aquí, ambas chicas me ven sonrientes de manera despectiva, y ellos ni pendiente. Comienzo a mirar de un lado a otro haciendo obvia mi ansiedad. Daniel no tarda en llamar mi atención.
—Este bar tiene un patio sin música donde se puede hablar, sígueme —susurra en mi oído.
Me lleva de la mano entre la multitud hasta la entrada del patio, por supuesto, las otras chicas me miran con amargura. Afuera ya no escucho tanto ruido, es un alivio.
—Por eso no quería que vinieras —expresa amargado.
—¿Disculpa?
—¿Acaso crees que no me doy cuenta de las miradas que te hacen? —pregunta molesto.
Estoy sorprendida, no pensé que estuviera pendiente.
—Pobre de la chica que le toque ser tu novia —bromeo—, de verdad, debe ser algo horrible estar contigo y saber todo la competencia que se tiene.
—No digas eso, por favor. Ya deberíamos irnos. —Creo que tampoco se siente bien en este lugar.
—Si, deberíamos. —Toma mi mano logrando sonrojarme.
—Aprende a lo que llamamos “marcar territorio”. Cuando estemos dentro para despedirnos abrázame o acércate a mí, haz saber que soy de tu propiedad.
Vamos nuevamente dentro. Yo sé a qué se refiere, solo que... no siento confianza. Daniel se despide cordial, las chicas comienzan a lamentarse que se vaya, entonces, decido usar este momento para sujetar su brazo con mi mano izquierda llamando su atención, y con la mano derecha, me apoyo sobre su pecho para acercarme.
—¿Listo, mi amor? Ya verás la sorpresa que te tengo en casa. —Termino la frase con un beso corto en la boca, seguido de un pequeño mordisco accidental en el labio inferior. Gracias a mis nervios me resbalé, es difícil llegar hasta su boca.