Ideal

SUPERFICIAL

Bajo las escaleras mientras bostezo. Encuentro a Daniel hablando por teléfono. Se nota un poco obstinado, camina de un lado a otro hasta colgar.

—Mis padres —comenta amargado.

—¿Están vivos? —pregunto alegre, pero no da gracia mi comentario.

—Si, viven. A mi madre le encanta reclamarme todo, no entiendo su afán.

—Suena preocupada, mira el lado positivo, al menos te dieron todo.

—¿Por qué ahora? —pregunta para sí mismo—. Yo no quiero saber nada de ellos.

—Me imagino que lo entenderás el día que tengas hijos.

—Yo con hijos. —Ríe a carcajadas—. De seguro.

—Eres un pesado. ¿Qué comeremos hoy?

—No estoy de ánimo, ¿cereal por ahora? Otro día si, te lo prometo.

—¿Y, hoy qué haremos? —sonrío sacando el cereal.

—Los domingos no provoca hacer nada, pero no hay opción, es el día libre que tengo para limpiar.

—¿De verdad? Eso explica lo reluciente que es esta casa.

—Lamentablemente es cierto —responde desanimado.

—¿Y por qué no pagas algún servicio?

—Tengo malas experiencias, prefiero hacerlo yo.

—¿Te acosan las señoras de limpieza? —bromeo.

—Muy pocas eran señoras, y si, algunas insinuaban pero no, ese no es el problema —responde siguiendo el chiste—. Solo que... soy delicado, por así decirlo.

—Comprendo, te ayudo con gusto, no tienes porque darme excusas —ofrezco en tono burlón—. Solo que yo no te voy a acosar, tampoco voy a provocarte.

—Ya lo estás haciendo—ríe acercándose—. Ayer lo dije y lo volveré a decir. No me provoques, ganas no faltan.

Siento un escalofrío recorrer mi cuerpo y de inmediato tomo distancia. Daniel se ríe alejándose también, no entiendo si lo hace por molestar o ayer pasó algo más.

Me asigna la tarea sencilla de limpiar la cocina, quiso darme algo simple para poder evaluar mi trabajo. No entiendo qué tanto hay que hacer si todo está limpio, cada vez que cocina, limpia y todos los mesones están despejados y cada objeto tiene su lugar. Tomo un poco de detergente para fregar el suelo y las superficies quedan arregladas con un paño. Observo dudosa si es todo lo que debo hacer.

—Es una buena limpieza superficial —dice mirando con pesar.

—¿Superficial? —repito incrédula—. Demuéstrame cómo lo haces.

Limpia junto a mi. Enseña y explica cada consejo que aplica, es la mejor manera de mantener el orden durante toda una semana. Revela que no solo trabaja en la inmobiliaria como vendedor, si no que labora como obrero de medio tiempo: muchas veces tiene que limpiar las propiedades adquiridas o hasta remodelar y reparar las estructuras, gracias a su trabajo aprendió a ser cuidadoso y pulcro.

Puso la ropa en la lavadora, luego a la secadora y por último plancha sus camisas, hasta aprovechó de lavar el coche. Literal pasamos todo el día de limpieza. Quisiera copiar esta disciplina, estoy aprendiendo mucho de él.

En la noche pedimos algo para comer en casa. Ponemos una película aleatoria para cerrar nuestra día. A lo largo de la película siento el cansancio llegar. Me dejo caer sobre el hombro de Daniel, no parece reaccionar, no importa que lo abrace. Mis ojos se cierran lentamente, intento mantener la atención en la pantalla. Su pecho es duro pero cómodo, es la primera vez que soy tan cercana a alguien, y es la primera persona en la que tengo mucha confianza. Esto parece un sueño y no quiero despertar.

Amaneció y sigo en el sofá junto a Daniel, se quedó dormido conmigo. Estoy feliz de ver su cara al despertar. Toco su barbilla con cuidado, siento las puyas de sus vellos afeitados, no quisiera despertarlo pero de seguro debo hacerlo. Susurro su nombre un par de veces. Su respiración se vuelve pesada, emite un par de gruñidos, acaricio su nariz, me parece un gesto tierno. Despierta sobresaltado y con rapidez revisa la hora en su teléfono. Sin decir nada sube a su cuarto con prisa. Como supuse, tenía que estar en el trabajo y durmió un poco más de la cuenta. Sale rápido sin comer y se despide a lo lejos montándose en el coche. Sigo cansada, subo a la habitación para acostarme en la cama. Aún no puedo creer que dormí abrazada con él, y lo peor, es que quiero volver a hacerlo.

 

—Arréglate, iremos a buscar alquiler —ordena apenas llega.

—¿No puedo simplemente vivir acá en tu casa? —protesto perezosa.

—No. —Ríe—. Ya es tiempo de volver a la normalidad.

Salimos en silencio. Visitamos tres sitios distintos, decido por el último porque está cercano a la universidad y es el menos costoso, por si en algún momento deja de pagar, no me resultará tan caro. Es un anexo de una casa con entrada independiente: cuenta con una habitación, un baño y una sala junto a su cocina. Lo único negativo es que debo atravesar toda la residencia para salir. Daniel me ayuda con la pequeña mudanza, y antes de irse me invita salir con él, usa el pretexto de hacer un mercado.

—¿Has vivido sola en algún momento? —pregunta mientras maneja.

—No, esta será la primera vez.

—Espero que sobrevivas. —Suelta una breve risa, es bueno romper la tensión con uno de nuestros chistes.

 

Él promete llegarse una que otra vez a visitarme para enseñarme a cocinar. Despedirme es difícil, no quiero estar sola, pero toca continuar con mi vida y él con la suya.




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