Dos días después de mudarme recibo una visita sorpresa de Daniel, por un momento pensé que no le volvería a ver.
—¿Cómo va todo? —Entra observando el lugar.
—Bien, como ves, ya tengo todo organizado. —Giro sobre mí dando una vuelta, señalo todo a mi alrededor.
—Te traje un regalo de bienvenida. —Saca del bolsillo un teléfono nuevo.
—Gracias, no deberías tomarte tantas molestias —recibo el obsequio.
—Lo necesitas, es muy útil hasta para tus estudios.
—Bueno, en eso tienes razón, para ponerme al día me va a ser útil. ¿Y su caja? —observo.
—Eres muy curiosa, no hubiera sido una sorpresa si notas la caja primero.
—Buen punto —añado con una sonrisa.
—Pensé que pasarías por la cafetería, me quedé esperándote —recuerda.
—Disculpa, pensé en ir, pero… —Suspiro—. De verdad son muchas las tareas y trabajos que debo hacer para ponerme al día con la universidad —comento con pesar.
—Está bien, es lo primero —comprende—. Yo también estaré un poco ocupado esta semana, de todos modos, ya tienes teléfono para comunicarte.
Después de decir aquellas palabras se despide amablemente. Quería abrazarlo, es difícil hacerme la idea, es duro recordar que solo somos un par de conocidos. Este fin de semana fue un hecho nuestra cercanía, pero sus palabras aún siguen clavadas en mi mente «hay que volver a la realidad».
Como chica enamorada, escribo seguido, en cualquier momento mando fotos de lo que hago a Daniel, por su parte, no contesta seguido por mensajes. Ambos estamos ocupados, retomar las clases y ponerme al día se vuelve una tarea difícil y toma la mayor parte del tiempo.
El siguiente mes fue rápido. Mis días continuaron siendo igual de ocupados en la universidad como los anteriores. Vivo cerca de la cafetería, una que otras veces paso a saludar, pero en realidad, no encuentro el tiempo de ir, mientras que él sigue yendo por su café diario. Y tristemente se acercan chicos para preguntar por la fama anterior que tuve gracias a cierta persona, es un poco molesto e incómodo de tratar. Y el lado positivo de pasar más tiempo en los pasillos es que logré conocer otras chicas, con las cuales es divertido estar a su lado, parece que nos llevamos bien.
Otro día entero lleno de clases, ¿cómo hacemos para que esto no se vuelva tan repetitivo? Sobrevivir a una vida cotidiana es lo que debo aprender, como si estuviera esperando por algo más. Hablo con mis recientes amigas en la entrada de la universidad, es grato tener una pequeña charla antes de despedirnos. Doy un vistazo a mi alrededor para observar las hojas de los árboles volar, «el sol en verano es abrigador» pienso al contemplar el atardecer mientras escucho las charlas sin importancia. Una mancha negra llama mi atención, veo el coche de Daniel aparcado en el estacionamiento y su dueño me espera apoyado en la maleta. Hace señas de un saludo con su mano desde lejos, me despido de mis amigas antes de acercarme.
—Me sorprende verte acá —sonrío con emoción.
—Si —suspira—. Cuando tú estás ocupada, yo estoy libre, cuando yo estoy ocupado, tú estás libre, el destino no nos quiere juntos.
—Que poeta —bromeo—. ¿Te encuentras bien? —Toco su frente para chequear la temperatura.
—Hoy prepararemos costillas al horno, te encantará —promete apartando mi mano a un lado.
—Pensé que nunca me enseñarías a cocinar —confieso—. Ya creía que era una farsa —sonrío.
—Yo no miento —asegura.
—Creo que esto es lo que esperaba —susurro para mí sin parar de sonreír.
—Veo que estas feliz —observa curioso—, te pones radiante cuando sonríes.
—¡Eres todo un poeta! —exclamo alegre, ocultando mi cara sonrojada detrás de un ligero sarcasmo.
Cae la noche. Él se marcha dejando una pequeña sensación de vacío en el ambiente, es complicado de digerir. No tardo en tomar mi teléfono para ponerme al día con los mensajes. Mis amigas escriben, en un grupo creado por nosotras, preguntan por Daniel, encantadas con su apariencia. Me parece graciosa su reacción, quizás... puedo disfrutar de presumir un poco sobre mi querido amigo.
Al siguiente día, en clase, se acerca una de mis amigas llamada Monic. Resalta mucho entre todas, tiene una figura de revista con largos cabellos negros lisos y ojos como los míos, verdes. Toda una belleza fácil de envidiar. Pide el número de Daniel, me resulta un tanto gracioso, estoy segura del rechazo que le plantaran a esta pobre chica. Doy su número sin problemas.
Pasa la semana como de costumbre, cada quien sumergido en sus deberes. Daniel no responde los mensajes, es común que no sea tan comunicativo, y sumado que debe de estar ocupado. Aprovecho todo el tiempo en casa para estudiar.
El día parece triste, el sol está avisando con intensidad la llegada de la lluvia. Sonrío, al terminar las clases caerán un par de gotas, debe ser un agradable clima para una taza de café.
Termina la última clase de hoy, el día sigue nublado y seco. Escucho a mis amigas hablar con emoción, deben de tener un gran chisme entre manos. Caigo de sorpresa ante ellas, toman un breve silencio. Amanda, con actitud suave como si acabara de romper un plato, decide romper la atmósfera:
—Karen... ¿Cómo estás?
—El día está como para correr, ¿no les preocupa que les agarre la lluvia? —expreso emocionada.
—¡Es que el chisme tiene mayor poder! —dice Madison llena de entusiasmo.
—¿Ah sí? ¿Qué pasó? —Miro sus caras indecisas—. ¿Algo que no deban contarme?
—¿Ella no lo sabe, cierto? —susurra Karrie a Monic.
—No, déjame ponerte al día Karen —afirma Monic—. Me encontré con tu amigo, Daniel, me invitó a su casa —sonríe—. No entiendo como puedes tener un amigo así y no querer comértelo.
—Es que es divino —añade Madison.
—¡¿Entonces qué ocurrió?! —pregunto histérica.
—Por favor Karen, ¿qué iba a pasar? Jugamos a las escondidas —añade sarcástica.