Por suerte no tomé mucho en la boda, levantarse con otro dolor de cabeza sería horrible para mí. Daniel todavía no sale de su cuarto, un domingo a estas horas ya debería de estar limpiando; supongo que esto no es parte de sus reglas. Cómo ya está cerca el mediodía, prepararé algo sencillo de comer, de seguro eso lo anima a levantarse.
Trato de dejar la cocina limpia e impecable, a diferencia de mí, que me gusta un poco el desorden llenando los espacios. Daniel tiene todas las superficies despejadas sin ninguna decoración o utensilios, todo está guardado y tiene un lugar específico en esta casa, desde el utensilio más pequeño hasta el objeto más grande; creo que si pudiera encerrar el microondas en la gaveta sería feliz.
—Daniel. —Toco la puerta de su cuarto—. Daniel, ¿o prefieres que te llame Dane? —bromeo.
—Voy —escucho que responde, su voz suena pesada.
—¿Puedo entrar? —Intento abrir la cerradura pero tiene seguro.
—Dame un momento —vuelvo a escuchar su voz.
—Le pasaste seguro a tu puerta, ¿por qué? —pregunto incrédula.
—¿Precaución?
—Necesito una mejor explicación.
—Es una costumbre. —Abre la puerta, no tiene buena pinta, está despeinado y con los ojos entrecerrados—. Lo hago todo el tiempo que bebo, cierro la puerta para que sea difícil salir.
—¿Y si te pasa algo?
—Me muero —sonríe.
—Cerrar así la puerta es muy extremo —afirmo mi punto.
—Lo es. Pero funciona, así es como evito llamadas aleatorias en las madrugadas, y además... tú estabas al lado…
—¿Y eso qué tiene?
—Nada, absolutamente nada.
—Yo no sería capaz de hacerte algo, no tienes por qué pasar seguro.
—Quizás tengas razón, de todos modos, tengo que ser precavido —bromea.
—Te ves tan dulce despeinado. —Sonrío, me gustaría tocar su cabello—. También puedo notar que estás sufriendo. ¿Te arrepientes de tomar tanto anoche?
—Nunca, sufriré con gusto.
—Tonto. —Toco su brazo para darle un pequeño empujón—. Te espero abajo, hice algo de comer.
—Espera te consigo algo de ropa, para que no andes con ese vestido por la casa.
Su habitación es bastante oscura, puedo ver desde la puerta que hay una cortina, la tela no parece pesada, aun así no permite pasar la luz del sol. Pase de usar un elegante vestido a una blusa holgada y un pantalón corto de playa. La ropa de Daniel es cómoda.
Hice tortilla de queso con café, la única receta que me aprendí de memoria y la refiné a mi gusto. Daniel baja arreglado, otra vez vuelve a ser él.
—Me gusta, está bueno —disfruta el desayuno.
—Y… ¿Se puede preguntar sobre ayer? —agrego insegura.
—No —asegura—. Olvida el día de ayer, solo piensa en esto: no existió.
—Pero tengo mucha curiosidad.
—No te diré nada.
—Pensaba que contaste todo eso por la confianza, ahora veo que fue por los tragos. ¿Debo entonces embriagarte para saber más?
—Esa manipulación es muy simple. Tendrás que hacer un mejor esfuerzo.
—No es manipulación, de verdad creí que confiabas en mí —protesto triste.
—Confío en ti… —Hace una breve pausa—. Lo siento, no quiero hablar sobre ese tema.
—¿Entonces seguirás hundido en tu pasado? —pregunto preocupada.
—Que insistente. —Suspira cansado—. Si en algún momento te quiero contar lo haré, no te preocupes por ello.
Yo solo quiero ayudarlo a ser libre de esos pensamientos, ¿quizás debería hacer lo mismo con los míos? ¿Debería decirle a Daniel que me gusta?, algo sin sentido, es una causa perdida para alguien que no cree en esas tonterías.
—Toca limpiar, ¿verdad? —pregunto decidida a prestar mi ayuda.
—¿Sería mucho pedir un día al año donde pueda no hacer nada? Al menos solo uno —lamenta.
—Puedes hacerlo, pero decide bien qué día quieres utilizar, también tienes que tener en cuenta las consecuencias, ¿estás dispuesto a vivir en una casa llena de polvo?
—Detesto el polvo. —Fija su mirada en el mesón.
—Yo creo que en realidad detestas el dolor de cabeza que debes de tener, pero que podemos hacer, decidiste beber como si no hubiera un mañana —río.
—Eres cruel. —Estira su mano para tocar mi mentón—. ¿Te encanta reirte de esto?
—Lo disfruto —sonrío victoriosa—. No me mires y toques mi cara de esa manera, podría pensar que quieres besarme —bromeo.
—Si. —Retira su mano—. Podría interpretarse de esa manera.
—Vamos, tenemos que apurarnos o no acabaremos hasta la noche. —Giro para buscar en la cocina por donde empezar, detesto ponerme nerviosa delante de él.
—En serio, creo que necesito vacaciones —dice hundiendo su cabeza en sus brazos cruzados.
—Debo confesar que me gusta verte sufrir. —Sonrío lanzando el paño de cocina sobre su cabeza.
—Te odio —rie.
Pasaron tres semanas para llegar a diciembre.
Con el tiempo comencé a observar a Daniel con detalle. Me sorprende las veces que gira su mirada al vacío para suspirar, o las veces que se pierde preocupado en sus pensamientos.
—Daniel, ¿cómo se siente la soledad para ti? —pregunto abriendo una bolsa de patatas fritas.
—Es abrumadora —responde mientras sirve las bebidas.
—Ya veo… A mí me gusta la soledad —agrego pensativa—. Al principio sentía miedo, con el pasar de los días aprendí a disfrutarla. Es como cuando tú disfrutas de los silencios repentinos.
—¿Cómo sabes que disfruto de esos silencios? —pregunta sorprendido.
—Aprendí a mirarte —sonrío.
Mira directamente mis ojos por un rato.
—Me agrada el verde. —Sonríe—. ¿Quieres ver la película con las luces apagadas?
—Si, aunque tu casa siempre parece brillar.
—Solo cuando estás tú.
Siento un ligero golpe en el pecho. ¿Cómo puede decir tal comentario de manera tan espontánea? De verdad no sé qué respuesta espera, o si en realidad espera alguna, yo solo ignoro sus halagos, a veces creo que él es así por naturaleza.