Daniel y yo estamos buscando un buen lugar donde pasar el último día del año. Antes de la fecha paseamos mucho por el centro de la ciudad, vemos y probamos diferentes tiendas de comida y restaurantes: en algunos solo revisamos el menú de platos, en otros, solo damos nuestra opinión sobre la apariencia. Después de días de dar vueltas, no puedo quejarme, fue tiempo bien invertido. Encontramos un lugar de apariencia genial, con buenas promociones para ese día, y Daniel sabe que me encantan las ofertas.
Para la noche de fin de año vamos al lugar acordado. Hace mucho frío en esta temporada, y yo quería usar algún vestido.
Al llegar nos encontramos con el sitio lleno, sin mesas disponibles; el día anterior que vinimos no nos dejaron reservar. Nos decepcionamos, así que caminamos sin rumbo en busca de otra opción.
—Mira —dice Daniel, señala una calle llena de luces—. Parece que los faros llevan a un lugar, no suena mal la música. ¿Quieres acercarte?
—Se ve bastante bonito desde acá, vamos.
Seguimos los faroles amarillos que cuelgan de los postes. Al final del camino, un juego armonioso de luces verdes, amarillas y rojas, con toques blancos sutiles, ilumina todo el lugar.
—¿Te gusta? —pregunta Daniel con emoción.
—Si, supieron llamar la atención —respondo sonrojada, aprecio su gesto. Estaba tan distraída viendo las luces que no me fijé que íbamos tomados de la mano desde hace rato.
El sitio es al aire libre, aprovecha el frío de la noche para servir bebidas calientes que ayuden a sentirse como en una casa acogedora. Me llama la atención su decoración central: un corazón armado de globos rojos y blancos entrelazados con ramas de muérdagos, rodeado de alimentos y botellas de vino.
—¿Eso por qué será? —señalo la decoración.
—La gente de acá tienen creencias: piensan que si celebran el amor este último día del año serán bendecidos con abundancias para el siguiente. ¿Nos sentamos?
—Si, se ven interesantes los platos.
—¿Quieres que pida por los dos? —pregunta.
—Si por favor.
Daniel está tranquilo, disfruta el vino y la música que tienen de fondo, de seguro piensa en bailar, aunque dudo que lo haga. El ambiente es realmente bueno para los enamorados. Miro a mi alrededor, caigo en cuenta que estamos rodeados de parejas felices en cada mesa. Me parece extraño que las sillas estén tan unidas; se presta para el acercamiento.
—Si el mundo fuera mío te lo daría... —murmura él.
—¿Perdón? —pregunto, sin saber de qué habla.
—Nada —sonríe—, solo repito la letra de la canción. Me parece curioso como podemos expresar eso. Lo peor de todo es que creo comprender el sentimiento.
—¿Prometer lo que no se tiene?
—Querer dar lo que no tienes, darlo todo.
—¿Te enamoraste de esa forma alguna vez?
—No, intenté que pasara, es algo distinto.
—Disculpen —interrumpe el camarero, trae nuestra orden—. ¿Ustedes son parejas, participaran en la entrega de la canasta?
—No —apresura en responder—, nosotros... —Tomo su mano para interrumpir.
—Si somos pareja, estaremos encantados —agrego.
—De acuerdo, sigan disfrutando de su velada —se despide el camarero.
—¿Por qué? —susurra Daniel.
—Dime qué está hablando de las canastas aquellas. Llenas de comida deliciosa: jamón, vinos, frutas y chocolates que puedo ver desde aquí. —Mis ojos se derriten observando la decoración central—. ¿Qué más tendrá?
—Esa misma es, pero, nosotros no somos pareja...
—¿Acaso no puedes pretender ser mi pareja por esta noche? Quiero esa canasta —gruño decidida.
—Cuando la campana marque las doce, todas estas personas se desearan lo mejor y de seguro se besarán. ¿Me pides que haga eso?
—¿Y si no lo hacemos?
—Te despreciaran por mentir, y de seguro se asustarán pensando que les vendrá un año de maldición por tu codicia.
—Que molesta es la gente supersticiosa. Aun así, quiero esa canasta, ayúdame —suplico, tomo ambas manos de Daniel.
—No. —Suelta mis manos.
—Es solo un beso, eso no significa nada —protesto—. Hay amigos que hacen cosas peores.
—¿Qué quieres decir? —gruñe.
—Es por tus tontas reglas, ¿verdad? —Suspiro—. Después de todas las tonterías que hablan de ti y resulta que terminas siendo el más caballeroso.
—¿De qué hablas?
Giro mi cara hacia un lado para demostrar mi disgusto.
Disfrutamos nuestra comida en un silencio incómodo por nuestro desacuerdo. De todos modos no me rendiré, quiero esa canasta. ¿Cómo puedo forzar a Daniel?
—Por favor —suplico con sinceridad. Es difícil de manipular y terco para convencerlo, solo me queda la opción de conmover.
—Si tanto quieres esa cesta, te puedo comprar todo lo que tiene por separado.
—No sería igual, me enamoré de esta cesta específicamente, por favor, es gratis.
—¿Te besarías conmigo por una cesta? ¿Dónde queda tu dignidad?
—¿Pierdo mi dignidad por un beso? —río—. Es solo un beso Daniel, no te pido que te comprometas ni nada. ¿Con cuántas mujeres te has besado ya?
—¿Qué recibo a cambio?
—¿Mi gratitud y felicidad? —sonrío nerviosa, intento vender mi plan.
—¿Y qué hago con eso?
—¿No quieres que sea feliz? —apresuro, parece pensarlo.
—De acuerdo. —Desvía la mirada hacia un lado.
—¿Aceptaste? ¡Qué emoción! —sonrío complacida—. No pensé que lo harías.
—¿Estás consciente de todo? —pregunta preocupado.
—Totalmente. Debe ser un beso largo y apasionado para vernos reales, ¿no?
—¿También tenemos que dedicarnos unas palabras? —pregunta sarcástico.
—¿Sería creíble, verdad? Me encanta como tu sarcasmo me da ideas —río con emoción, estoy tan contenta.
Daniel me mira sorprendido.
Acordamos estar en silencio hasta llegar el momento de dar nuestros mejores deseos. Ahora que lo pienso, ¿que puedo decirle a Daniel?, ¿desearle una vida llena de aventuras? No, creo que ya tiene suficiente. A él no le importa nada de esto, menos le dará importancia a mis palabras.