Ideal

DECIR LO QUE SIENTO

Pasado un mes desde aquella charla, no hablamos, ni siquiera por mensajes. Fue el tiempo suficiente para darme cuenta que somos muy distintos y siempre nos hacemos mal, es hora de dejar a un lado cualquier idea de amor con él, simplemente no va a funcionar. Eso sin contar el sabor amargo que me queda cada vez que tengo que ir al mercado y usar su dinero. Siempre fue amor fraternal, solo por eso está ahí para mí.

 

Mis amigas quieren celebrar el progreso de nuestros estudios. Deciden salir a un bar a tomar, no tuve problemas en unirme porque también quiero celebrar, ha sido un largo trayecto y me emociona mucho cerrar esa etapa. Sobre todo ahora, que ya falta poco para graduarme, me emociona mucho la idea de tener mi título y trabajar como administradora.

La noche es divertida. Entre tantas risas es fácil disfrutar de mis tragos. Amanda decide irse temprano, sus padres la regañan si llega tarde. Sonaba desanimada al no poder quedarse otro rato más, en cambio, yo creo que es lindo tener a alguien que se preocupe por ti. Sonrío, tomo alegre la siguiente ronda de cócteles. Ya no puedo mantener mi mente centrada, pero quiero seguir bebiendo.

A poco para la medianoche pido un taxi. Espero que llegue mientras disfruto de la música. Suena la notificación en mi teléfono. Me despido de mis amigas. Todo parece borroso al salir, trato de dar mi dirección pero mis palabras salen en desorden. No entiendo nada, el chófer intenta hablarme pero no escucho bien… Solo quiero dormir un poco.

Sonrío al percibir ese perfume. Veo ese rojo intenso, le tengo mucho cariño a este sofá, es cómodo y ya su color no me molesta. Vuelvo a abrir los ojos. Mis piernas están desnudas, salí ayer con un vestido y ahora llevo una camisa de hombre que me queda como una bata. Inspecciono el lugar, me cruzo con sus ojos azules en la distancia. Desde la cocina está mirándome, mientras toma un café. Sin levantarme del sofá le pregunto un poco asustada.

—Tú y yo... ¿anoche?

—No, como crees. —Piensa—. Llegaste ebria a mi casa antes de irme a dormir, tuve que cargarte desde el coche, que vergüenza con el señor, no sabía si esta era la casa correcta. —Me sonrojo imaginándome la escena.

—¿Y por qué tengo puesta una camisa tuya?

—Te vomitaste sobre el vestido, y sobre el sofá. Nada fácil de limpiar —responde tranquilo, parece cansado.

—¿Tú me cambiaste? —Siento mi cara caliente, que apenada estoy.

—Si —afirma recordando—, ¿por qué no usas sostén?, hubiera sido más fácil para mí. —Me tapo la cara de vergüenza—. Deberías subir a bañarte, yo solo te cambié, no podía comprometerme tanto.

Subo al baño, evito su mirada. Al entrar, veo sobre la cómoda mi vestido amarillo: limpio y doblado. Mis pensamientos son muchos, ¿por qué se me ocurrió dar esta dirección? Abro la ducha, un baño debería ayudar a tranquilizarme.

—Ya a esta hora deberías estar en el trabajo, ¿no? —Bajo arreglada, me siento a su lado tomando una taza de café.

—Tenía que asegurarme que estuvieras viva —dice agotado sin dirigirme su mirada.

—Gracias… y perdón por eso. No estaba consciente cuando me subí al taxi, supongo que di tu dirección. —Presiono mi cabeza, me duele y mis nervios están al tope.

—¿Qué le habrás contado a ese pobre señor? — ríe. Siento algo extraño.

—¿Te conté algo a ti? —Afirma con su cabeza—. ¿Qué te dije?

—Mucho, es tanto que me cuesta digerirlo. —Esboza una pequeña sonrisa.

—Tienes que decirme —ruego.

—Me iré a dormir, no descansé anoche cuidándote. —Fija su mirada en mí.

—O quizás... ¿Pensando en lo que dije?

—Eso también. —Lava su taza—. No sé a qué hora despertaré, si te quieres quedar… Bienvenida eres. —Se retira.

No puedo dejar de pensar sobre lo que pude haber dicho. Mi cabeza me da vueltas y me duele haciendo que sea difícil reflexionar. De seguro dije algo comprometedor, porque no tiene sentido estar reservado, pero, ¿qué pude haberle dicho?

Pasan las horas. Mi ansiedad crece con cada minuto. No hay película o programa de televisión que me entretenga lo suficiente. ¿Cuántas horas duerme él? No quiero seguir esperando. Me mata la curiosidad por saber que dije. Tengo que irme a casa, no puedo quedarme.

 

Pasan los días. Mantengo mi insistencia a Daniel para hacerle confesar mis charlas de ebria. Una semana entera de mensajes tras mensajes. Admito que convencerlo es difícil; desisto de seguir rogando, y decido olvidar todo y dejar que se guarde las posibles confesiones que hice, de todas maneras, ¿qué podría pasar? Pero por otro lado, Majo me cuenta que él sigue tomando muchos trabajos regularmente y se rehúsa a salir en grupo como antes, prefiere estar en casa. Espero no tener que ver en ese aislamiento, aunque lo comprendo, si yo fuera él, lo pensaría mucho antes de volver a confiar en alguien.

En la universidad paso el rato con un chico que conocí hace un tiempo, es apuesto y gracioso, no lo negaré. Su nombre es David, compartimos la mañana mientras espero la siguiente clase.

Lo invito a salir para conocerlo, hay potencial entre nosotros dos. Todavía lo veo como un mero antojo, tampoco necesito de algún novio por ahora. Quedamos en una cafetería cercana a mi casa, es decir, bastante cercana a la universidad.

De regreso David me acompaña. Justo una cuadra antes de llegar veo el coche negro parado al frente de mi edificio. Los nervios invaden mi cuerpo, ¿qué quiere? Despido mi acompañante amablemente delante de la entrada. Daniel sale del coche. Esperó a que David se marchara, que generoso. Lo veo caminar hacia mí desde la puerta.

—¿Un futuro candidato? —bromea.

—¿Una posible visita? —Abro la puerta invitándolo a pasar, e imito su tono burlón—. ¿Me contarás que te dije aquel día de ebriedad?

—¿No quieres invitarme un poco de agua primero?

—¡Por supuesto! —exclamo emocionada—. Entonces, al fin me contarás.




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