Es la primera semana de noviembre, y Daniel está de regreso.
Quiero evitar el encuentro con la excusa del trabajo excesivo que llevo en los estudios, aunque sea una mentira, pues ya culminó el odiado mes de octubre, donde se acumulan las entregas. En cambio, él está muy atento conmigo y dispuesto a dedicar el tiempo necesario. Obvio, no acepto, por más que quiera presentar excusas para estar a mi lado.
Hice lo posible por mantener la distancia, pero me es difícil estar sola. Creo que puedo ser un poco egoísta. Me invita a comer cerca de su casa, deseo un poco de su compañía y no puedo negarme a una rica comida gratis. Estoy absorta en mis estudios, entretenimientos vagos y soledad, merezco un descanso.
—Estoy emocionada de terminar mi carrera. —Converso entre cada mordisco—. Al fin podré trabajar.
—Estás consciente que no será fácil, ¿no? —agrega preocupado.
—No me arruines mi momento, tengo la mente vuelta un desastre y no quiero de tus preocupaciones por ahora —expreso molesta.
—Está bien, disfrutalo —cede.
Sonrío a modo de agradecimiento.
—¿Para cuándo estará listo tu coche? Es raro imaginarte en taxi o autobuses, pareces gente normal —bromeo.
—La semana que viene. —Da el último sorbo a su bebida—. Soy alguien muy normal, tú en cambio, eres la extraña que parece de otro mundo.
—¡Oh!, ojalá fuera de otro mundo —dramatizo—, sería genial ser especial y tener poderes. —Muevo mis dedos disparejos y provoco risas entre los dos.
—Tú eres especial —añade—. Aunque, no sé si tengas poderes.
—¡Mira está lloviendo! —interrumpo—, tenía tiempo sin observar la lluvia. —Mira la ventana y luego me observa, me hago la distraída con la lluvia.
—Quedaremos presos acá hasta que escampe.
—¿Y sí nunca lo hace? —Finjo mirada de horror.
—Estarás por siempre conmigo, comiendo en este lugar hasta engordar. —Sonríe, divertido.
—Eso suena a una tortura —continuo con el chiste.
Luego de las risas, nuestras miradas se cruzan, genera un extraño silencio. Para mí es incómodo este momento.
—No puedo esperar a que escampe, vayámonos así, de todas formas tu casa queda cerca —propongo.
—No, creo que es mejor esperar.
—No está lloviendo muy fuerte, solo son unas pocas gotas. —Saco de mi cartera una bolsa, meto mi teléfono dentro—. Dame tu cartera y teléfono.
—¿Me estás asaltando? —pregunta sorprendido; escupo de la risa.
—Perdón. —Intento reponerme—. No seas... es para que no se mojen.
Salimos del local. Insiste en quedarnos dentro porque no quiere empaparse. La noche está oscura y el agua parece estar fría, nuestros abrigos deben bastar para protegernos. Daniel mira distraído la calle mojada. Es momento de actuar. Respiro profundo, agarro su brazo y tiro con fuerza para obligarlo a seguirme.
—Será divertido, ya veras —afirmo emocionada como una pequeña niña.
La lluvia que parecía ser una ligera llovizna, en realidad son gotas grandes y heladas que se hacen fuertes con cada paso que avanzamos. Casi no puedo ver, el pelo mojado en la cara me hace difícil seguir, su mano agarrada de la mía es quien me guía. No sé si es por esta pequeña aventura, o un impulso del frío, que me hace mantener una risa constante.
Llegamos a su casa empapados, congelados y muertos de risas. Respiramos con calma para recuperar el aliento en frente de la puerta. Dentro de casa, Daniel me mira sin decir una palabra. Escucho las gotas caer al suelo, mientras mi corazón acelera deprisa los latidos. Puedo sentir este momento: la química entre los dos me ciega por completo. Me carga entre sus brazos, mis piernas rodearon su cintura con fuerza. Presiona mi espalda contra la pared y me besa, llenándome de pasión. No puedo evitar dejarme llevar por la emoción. Abrazo su cuello para aferrarme a él, mientras nuestros labios siguen desatando deseos desde lo profundo. Se detiene para llevarme en sus brazos hacia la cocina. Dejándome sentada sobre el mesón, siguen sus labios en busca de los míos. Hundo mis manos en su pelo, quiero más, pero un pensamiento inunda mi cabeza de preocupaciones.
Tan rápido como sucedió, así de veloz se esfumó el deseo. Cierro mis labios, aparto mi rostro del suyo. Pongo mi mano en su pecho dando un pequeño empujón. Él entiende el gesto y se aleja un par de pasos.
—Esto está mal —expreso débil mientras recupero el aliento.
—¿Por qué?
—Porque esto está destinado a fracasar. —Suelto algunas lágrimas.
—¿Cómo puedes saberlo?
—No quiero perderte. —Cubro mi cara con mis manos.
—¿Y acaso evitando esto no me perderás? —suelta amargado.
—Entonces ya fracasó —susurro.
—Karen… eres la única que me confronta, la única que me hace molestar. Y eso me gusta, porque me ayuda. —Exhala—. Desde que te conozco no dejo de cambiar mi vida. —Aprieta sus labios—. Quiero estar contigo, por favor, no soy inalcanzable para ti… estoy aquí al frente tuyo. —Toma mi mano—. No parabas de repetir esa frase.
—No, esto no es real. —Empujo su mano a un lado, miro directamente a sus ojos—. Yo no soy tu tipo de chica, ni mucho menos somos ideales para estar juntos. —Seco mis lágrimas.
—Deja de idealizar todo —dice molesto.
—Yo soy un caos y tú lo sabes. No pienso estar contigo y no quiero perder tu amistad, pero sí de igual forma la perderé, fue un gusto conocerte. —Bajo molesta del mesón.
—¿Vas a dejar así la conversación?, por favor, sigo sin entender el motivo.
No presto atención a sus palabras y cierro la puerta de un golpe. La lluvia aún sigue sin parar. Camino apresurada, por suerte, un taxi va de paso frente a la residencia.
Llego a casa con el ánimo muy bajo. Me desvisto en la puerta para no mojar el resto del piso. Tomo una ducha rápida, me pongo ropa cómoda y me echo delante del televisor. Mi cabeza tiene mucho ruido en este momento, como si fuera un mar que golpea fuerte contra las rocas. Intento apagar este tormento con distracción.