Ideal

TE NECESITO

Pasa una semana. Apago el televisor, llena de aburrimiento observo la pantalla en negro. Recuerdo esa noche: la luz de la luna acompañaba mi silencio, esperaba ansiosa su respuesta, sentí que mi corazón saldría para siempre de mi pecho. Ahora, no solo hay silencio, también agregamos este sabor amargo, cada día más desesperante. Suspiro al tomar mi teléfono, y me desplomo en el sofá viendo nuestra conversación. Nada, no hay nada nuevo. Aparto ese pequeño objeto, solo sirve para hacerme sufrir. Aprieto mis puños para resistir la ansiedad. Muerdo mi labio inferior en señal de derrota, y vuelvo a tomar el teléfono. Decidida a enfrentarlo escribo: eres cruel. Borro y vuelvo a apartar de mí ese aparato del mal. Necesito salir a dar un paseo, un poco de aire fresco me ayudará.

Miro con desprecio las decoraciones de noche buena. ¿Por qué tantos turistas prefieren pasar esta temporada aquí? Es como si no tuvieran casa o familia; si no fuera por ellos, la ciudad no cobraría tanta vida, y yo no me sentiría tan sola. Miro a los niños sonreír, agarrados de las manos de sus padres. Sonrío recordando un momento en específico de mi infancia: los tres felices y satisfechos. Es mi mayor tesoro. Falta poco para cumplir veinticinco, tengo casi seis años desde que dejé a mis padres. Es una locura, aún no comprendo de donde tomé tanto valor para emprender este viaje. Ya no soy la misma de antes, y me parece una pena, porque era mejor.

Tocan el timbre, no espero ninguna visita, tampoco que las tenga, la mayoría del tiempo es la vecina, ¿qué querrá esta vez? Abro la puerta, Daniel está parado al frente. No esperaba verle, esto me toma fuera de lugar. Nos quedamos un par de segundos observándonos.

—¿Qué te trae por aquí? —pregunto indiferente.

—Necesitaba verte. —Suspiro—. Tenemos que hablar.

—No voy a corresponder, lo siento.

—¿No puedo pasar? Seré breve.

Mi piel se eriza y, como un golpe en mi cabeza, me hace sentir migraña. Este sentimiento es desagradable. Lo extraño tanto, y no puedo decir algo. Dejo la puerta abierta. Entro a la cocina en busca de alguna pastilla para el dolor. Escucho que cierra la puerta. Su rostro lo dice todo. Tomo un pañuelo para frotar mi nariz.

—Creo que estoy resfriada —agrego como excusa—. ¿Quieres que prepare un café?

—No, gracias. —Pasea su mirada por el entorno—. Pienso ir por un café luego.

—¿No sería mejor una cerveza? —comento con amargura.

—Si… —Respira profundo—. Cometí un error al besarte, quiero pedirte disculpas por eso. —No es capaz de dirigirme su mirada.

Tomo mi vaso de agua lentamente, lo disfruto como si fuera una copa de vino.

—Quise creer en tu confesión del otro día —continúa—, pero veo que me equivoqué. No sé en quién pensabas. —Su expresión triste se encuentra con la mía—… Tenías razón.

Llevo el pañuelo a mi rostro para disimular mi supuesto resfriado, y muerdo ese pedazo de tela para no decir nada.

—Estuve pensando y… No puedo verte más. —Toso un par de veces sin apartar el pañuelo de mi boca—. Seguiré apoyándote como lo prometí. —Mira la llave entre sus manos—. Eso sería todo.

—Entonces. —Aparto el vaso de mi vista—. Ya no somos amigos.

—No. —Clava su atención en mí—. No puedo.

—¿No es un poco cruel de tu parte? —Dejo a un lado el pañuelo y sonrío molesta—. ¿Desde cuándo te gusto? —alzo mi voz—. ¿O solo quieres terminar con esto porque te sentiste comprometido conmigo sentimentalmente, y estás obligado a romper tus estúpidas reglas?

La tensión entre nosotros cambia. Deja de ser una triste despedida y se vuelve una ruptura inaceptable. Guarda silencio, quizás intenta procesar mi enfado. Hundo mi mejilla sobre mi puño, el dolor de cabeza se intensifica.

—Me gustas desde hace mucho. —Decide hablar—. Y quiero alejarme de ti porque no sientes lo mismo por mí.

—¿Cómo lo sabes? No puedes decidir por mí —protesto.

—¿Cómo lo sé? Me rechazas, mis halagos te incomodan. —Hace una mueca de desprecio—. Te interesan otros, besaste a Jon después de besarme a mí; ni siquiera mostraste una pizca de interés, solo te importaba una maldita cesta.

—¿Es suficiente? —pregunto y copio su mueca de desprecio.

—Y aun así me confesé. —Se acerca—. Y huiste…

—¿Cómo quieres que confié en ti? No puedo creer en tus palabras, no puedo saber si estuviste con alguna mujer en este último viaje.

—Hace más de un año que no salgo con nadie… —Golpea su frente con la palma de su mano.

—Me comentaste que te guardarías para la indicada. —Escucho mis dedos taladrar el mesón—. Y luego fuiste con Monic. —Niego con mi cabeza.

—¿Y quién le dio mi número? ¿Qué pensabas que iba a pasar?

—¿Que la rechazarías? —digo con tono agudo, mi pecho se quiebra con cada palabra.

—También cometo errores —expresa suave.

Intento contener mis lágrimas. No sabía que el dolor se volvería tan grande. Oculto mi rostro entre mis manos.

—Perdóname —escucho su voz alejarse—. No sabía el daño que te hacía… por eso será mejor dejar de vernos…

—¡No! —Me levanto decidida a detenerlo—. Te necesito —expreso con mi voz quebrada y aguda, mientras sostengo su mano—. Por favor.

Mira mi mano aferrada a la suya. De un jalón me acerca para encerrarme entre sus brazos. Un par de mis lágrimas caen sobre su camisa.

—No te vayas. —Abrazo con fuerza su torso—. Necesito tiempo… estoy tan saturada ahora mismo…

—Karen… —Exhala— ¿Cómo no quererte?

—¿Vamos por un café? —susurro, mis brazos siguen rodeando su cuerpo, no quiero soltarlo.

—Con una condición. —Enreda su mano entre mi pelo—. Olvidemos este día, y comencemos de nuevo.

—Lo intentaré…

 

Llegamos al café. Camino directo a la mesa, es difícil olvidar todo, hay tanto que procesar. No era consciente que me molestaría, no quería reaccionar así, y sin embargo, salió mejor de como lo imaginé. Odio romperme delante de él; pero si no lo hubiera hecho, estaría en casa, encerrada y ahogándome en un mar de llanto. Se incorpora junto a mí con nuestra orden. Comemos en silencio, e intercambiamos miradas indecisas. No es lo mismo que la primera vez, no puedo ignorar que le gusto.




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