Ideal

LA PLAYA

Paso cada día de diciembre junto a Daniel, quien hace lo posible por estar a mi lado. No me quejo, me gusta su compañía.

Para la fecha de fin de año decidimos comer en un restaurante popular en el CCM. Alegres por el buen ambiente y buena comida, disfrutamos de la música en nuestra mesa, espectadores de las personas que pasean y se toman fotos junto al arreglo central de navidad. El restaurante tiene una entrada amplia para ver la gente que entra y sale del centro comercial. Las familias parecen felices llevando a sus niños de un lado a otro.

—Me encantaría ser feliz como esos niños —observo.

—No pienses mucho y podrás serlo. —Levanta su copa señalándome.

—¿Dónde está la cesta de los enamorados? —Miro a mi alrededor.

—Está vez me aseguré de que no tuvieran esa costumbre.

—Como si fuera un problema para ti fingir un beso —expreso osada.

—No te aproveches de mí —advierte.

Sonrío, es imposible no notar lo relajado que está él durante estos días. Intento evitar situaciones comprometedoras estando a su lado, pero son tan espontáneas que yo misma suelo disfrutar de ellas.

—Me pregunto si el lugar donde comimos el año pasado estará terrible por nuestra mentira —comento pensativa.

—¿Quieres echar un vistazo?, no estamos muy lejos.

—¿Caminando?, me gustaría volver a ver los faroles.

Pagamos nuestra cuenta. Caminamos uno al lado del otro, meto mis manos en los bolsillos de mi abrigo para calentarlas. Empezamos a pasear por las vivas y alegres calles. Las decoraciones que hacen en esta ciudad son sorprendentes: luces, adornos, arreglos florales, globos, cada negocio aporta una parte para complementar las decoraciones de la alcaldía. Hace un frío tremendo, los copos de nieve son pocos, aunque se ven con facilidad y hacen un juego hermoso con las luces que cuelgan de un lado a otro en las avenidas. Me acerco a Daniel tomando su brazo entre mis manos, intento calentarme un poco con él, tal vez estar nerviosa no me ayuda a soportar el frío. Veo las farolas amarillas guiando el camino hacia aquel lugar. Hace un año fueron bastante llamativas, ahora las veo diferentes, no parecen complementarse con la decoración.

—Parece que están igual —comenta al acercarnos.

—Si… —Tiemblo—. Está el mismo corazón hecho con globos y ramas de muérdagos, y por supuesto la principal atracción, la cesta.

—Regresemos al coche, te congelas acá afuera—dice colocándome su abrigo.

—¿No quieres otra cesta?, siguen siendo gratis —río temblorosa.

—Seguro. Luego terminamos en el hospital por la cesta gratis.

—No tiene sentido el frío que siento, no es distinto a estos días.

—De seguro tu cuerpo se enfrió por las bebidas.

Caminamos de regreso al centro comercial, donde el coche está aparcado. Puedo sentir un poco de calor gracias a su abrigo, huele a su característico perfume, recuerdo la bufanda que tuve que lavar después de un tiempo, lamenté mucho ese día. Entramos al coche, prende la calefacción. El calor que siento es abrigador, sumado a que Daniel recostó el asiento, puedo dormir con tranquilidad en este sitio. Estoy envuelta entre mi abrigo y el suyo, como una especie de capullo que está por eclosionar. Recuerdo las diferencias que tuvimos el año pasado, últimamente está de buen humor y es difícil caer en discusiones porque cede en todos mis reproches, ¿cuánto más estará así?

Veo a Daniel retirarse, mencionó algo sobre pasar por una farmacia.

—Vamos a la playa —propongo.

—¿La playa? —Cierra la puerta, enciende el coche.

—Como el año pasado, ¿recuerdas? Fuiste solo, esta vez quiero ir contigo.

—No planeaba ir a la playa —dice pensativo sin apartar la mirada del camino—. Si puedes aguantar el viaje...

—Claro que puedo —interrumpo emocionada.

Pone música a un volumen elevado para mantenernos despiertos. Es entretenido ver por la ventana tantos lugares que desconozco. Es más de media noche y las calles están abarrotadas de gente como si fuera un mediodía en un comedor. No tardo en sentir sueño, intento mantenerme despierta, pero la comodidad que siento no ayuda, y la música no molesta en lo absoluto.

 

—Karen, despierta. —Menea mi hombro.

—¿Cuánto tiempo dormí? —pregunto frotando mis manos en mi rostro.

—Creo que tres horas, manejé un poco lento para que pudieras descansar.

—¡Qué hermoso! —veo la playa junto al sol radiante de la mañana—, ¿entramos al agua?

—¿Qué?, debe estar muy helada.

—No importa, no vine acá solo a observar. —Piso la arena descalza, respiro el aire salado. Me quito la camisa, solo me quedaré en sostén y pantalón.

Me acerco a la orilla, siento el aire frío en mi torso expuesto. Toco el agua con el dedo gordo de mi pie, está tan fría que doy un paso atrás arrepentida de entrar. Antes de poder girarme soy sorprendida por los brazos de Daniel que me sostienen sin problema.

—No puedes echarte atrás —dice al entrar al agua.

—No por favor, de verdad está helada —suplico.

Ignora mis palabras y nos sumerge en lo profundo. Debido a los nervios que desbordan al estar entre sus brazos y el agua congelada, desembocan carcajadas de mi parte. Suelto su cuello cayendo al agua, y doy un pequeño chillido junto con un salto de nuevo hacia sus brazos. Tomo con fuerza su cuello al darme cuenta que está muy hondo.

—¿No sabes nadar? —pregunta incrédulo.

—Es la segunda vez en mi vida que voy a una playa. —Vuelvo a reír nerviosa.

—Si te relajas puedo enseñarte.

—¿Cómo logro eso? —Miro sus ojos cansados esperando una respuesta. Solo sonríe, sujeta con fuerza mi pierna y con la otra mano sube despacio hacia mi torso—. ¿Quieres empeorar mis ner…? —Suelto una risa acompañada de un grito por las cosquillas repentinas.

—Te siento calmada. —Detiene la tortura.

—¿No había otra forma de hacerme reír? —protesto.




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