Ideal

AMARGURA

Estos últimos meses, y como tarea obligatoria para la universidad, estuve ocupada haciendo diferentes tipos de servicio para la comunidad. En estas actividades recolectamos algo de dinero el cual es destinado a organizaciones de caridad asociadas a su vez a la universidad, ayudando a que esta sea más económica y fácil de acceder. Elegí colaborar con una institución que ayuda a personas de la tercera edad. Fue mejor opción que limpiar las calles o cuidar niños o enfermos.

Durante el tiempo que estuve aquí conocí a personas agradables, y otras no tanto, escuché muchas experiencias malas sobre parejas. Las personas mayores son muy audaces y saben leer las expresiones. Por supuesto, fui un postre en bandeja de plata, terminé por contar mis problemas a un par de señoras con las cuales tomé confianza. Sin embargo, hablan según sus experiencias. Tuvieron tantos problemas en su juventud que su mejor consejo fue decir «al final quedarás sola», siendo bastante insistentes en que buscara la manera de prepararme para ello. Intenté no prestar mucha atención a sus palabras, porque las dudas sembradas son un gran problema, no debo dejar que mi mente se concentre en eso.

 

—¿Cómo te fue con tus nuevas amigas? —Saluda con un tono burlón, suspiro.

Entro al coche antes de responder.

—¿Por qué las mujeres tienen que ser tan pesadas? —gruño obstinada.

—¿Empezando por ti? —Ríe—. Son mayores, solo quieren ayudarte dando consejos, una manera de no repetir su fracaso. No veo nada de pesado en eso —dice mientras conduce.

—Daniel, no tienes a nadie en tu vida que te juzgue ni te vea con menosprecio. —Suspiro—. De cierta forma eres libre.

—¿Segura? Nadie es libre, y siempre te juzgarán. Pero a quién le importa eso.

—A la universidad. Para poder graduarme tengo que ser obediente y sonriente. En fin, esta será la última semana con los viejitos —sonrío.

—Pronto serás feliz. Y por una parte, ya tienes experiencia para trabajar cuidando ancianos.

—Que chistoso —desprecio. Él se ríe.

—La paga es buena.

—¿Enserio? —pregunto curiosa.

—Me parece gracioso que no ocultes tu interés —ríe de nuevo.

—¿Qué haremos para celebrar tu día? —Cambio el tema.

—Quizás una salida como siempre. No tiene que ser especial, pero otro día, porque Liza, vendrá a visitarme el veinticinco.

—¿Fiesta en familia? —bromeo.

—Siempre me visita en mis cumpleaños, es bastante intensa —comenta serio.

—¿Es la hermana de aquella prima, no? —pregunto nerviosa, no sé cómo referirme, tampoco hemos vuelto a tocar ese tema.

—La hermana mayor.

—Entiendo —susurro.

Tengo temor de hablar sobre eso, me aterra pensar qué parecido puedo tener con Estela. Pienso que quizás está conmigo porque de algún modo puede verla.

 

Para la fiesta de graduación vamos un día de chicas al club, a divertirnos por nuestro logro. La música suena alto y las luces no parecen hacer efecto. El lugar es demasiado oscuro para mi gusto, sin embargo, a mis amigas les gusta, menos a Amanda, está tan aterrada como si estuviéramos frente a una prisión.

Pedimos una ronda de tragos, compartimos dedicatorias de buenos deseos. Menos mal no tengo a Daniel al lado para recordarme mis problemas. Siempre piensa en la realidad, eso elimina el chiste de soñar. Observo a mis amigas tomar y bromear sobre los chicos que ven a nuestro alrededor, ayudándome a caer en cuenta que somos un grupo de solteras. Estoy tan cómoda con Daniel en estos momentos, que olvidé por completo que ellas querían venir a ligar. Pensé que gustarían de un paseo nocturno entre amigas, que ingenua. No sé cual es la peor parte, asumir que tenían pareja o creer que están felices de estar solas.

Tercera ronda. Amanda sigue tensa e inquieta, es la excusa perfecta para irme, antes de que nos dejen solas, puesto que las otras ya tienen sus candidatos para bailar. Y nosotras dos, seguimos en la mesa como presas que son acechadas.

—Gracias por acompañarme Karen, de verdad que me siento incómoda en esos lugares —comenta tímida. Antes de salir del club no decía ninguna palabra.

—Sabes que siempre puedes decir que no.

—Es que también quería celebrar —lamenta.

—Adiós. —Me alejo moviendo mis dedos.

A veces siento pena por esta chica. Cuando estoy a su lado tengo la necesidad de cuidarla, eso me estresa, porque ya tengo suficiente conmigo misma. Cuidar de otra persona es agotador, no quiero ese tipo de responsabilidad.

—Vaya, estoy de suerte. —Se acerca sonriente.

—Luego de… ¿cuánto tiempo nos conocemos? —expreso sarcástica—. Da igual, ¿al fin nos cruzamos en la calle?

—Eres tan tierna cuando te amargas, ¿no se supone que ese era mi puesto?

—Daniel el amargado —pienso—. Quizás tuve que aceptar la vacante porque tu felicidad me opaca —desprecio.

—Auch, alguien está de malas —intenta bromear.

—Sabes que… si, estoy molesta, y verte me molesta más. —Camino en dirección a la parada de bus.

—Pero… espera. —Se detiene delante de mí—. ¿Qué hice ahora?

—Nada, no haces nada. —Sigo mi ruta.

—Algo tuve que hacer. —Vuelve a interponerse—. ¿Quieres un café o algún postre…?

—No quiero nada de ti —reclamo.

—Ah… —Desvía su mirada—. De ahí viene el problema. —Fija sus ojos en mí de nuevo—. Me dejas sin palabras.

—A veces es mejor callar, además, no quiero tus respuestas. —Cruzo la calle—. Adiós, no estoy de ánimo.

 

Ha pasado una semana desde que envié mi hoja de vida a varios lugares. Aún es temprano para desanimarme, pero quiero conseguir trabajo cuanto antes. El tiempo libre es lo que menos quiero ahora. Daniel y yo discutimos por teléfono. El resumen es que decidí terminar nuestro acuerdo. Tengo ahorros, puedo pagar el alquiler un par de meses por mi cuenta. No quiero seguir recibiendo su dinero, el estrés que eso me genera es agobiante. Soporté durante años su ayuda; insiste en que no existe una deuda, y yo no puedo evitar pensar en que no es así. Todo mi estrés se debe a que cada día me recuerdo a mi misma que le debo media vida.




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