Es injusto de mi parte, desde aquella confesión trató de ser amable, considerado, atento. No puedo molestarme por su cansancio, pero ¿eso no implica que todo este tiempo estuvo forzado a ser diferente? Ahora siento que estoy en deuda con él y no puede quedar así.
Llego ante su puerta porque no contesta su teléfono, y estoy cansada de esperar su respuesta. Los nervios me invaden de solo pensar en lo difícil que es de llevar cuando se molesta, lo imagino capaz de cerrarme la puerta en la cara. Respiro profundamente antes de tocar el timbre.
—¿En qué puedo ayudarte? —dice indiferente.
Veo su rostro cansado. Su expresión me causa escalofríos; como si una explosión detonara en mi mente, salto sobre él sin pensarlo.
—Lo siento —susurro hundida en su pecho.
—Espera... —Me aparta—. Quieres hablar supongo. —Me invita a entrar.
Quedo inmóvil, veo como me da la espalda y se aleja. El rechazo es doloroso, contengo el impulso de querer irme. Entro y cierro la puerta. Aún sostengo el pomo, intento calmar el ruido que me atormenta: «yo puedo» repito en mi cabeza. Doy un par de pasos hasta la cocina, nos miramos de frente con el mesón de por medio. Que bien, representa el muro que nos separa.
—Me gustaría hablar sobre anteayer. —Logro formular esas palabras. Quiero pensar que existe una manera adecuada para solucionar nuestro problema, pero su actitud áspera y silenciosa me mata.
Ofrece un vaso de agua. Rodea el mesón acercándose. Sus hombros están caídos, el peso de su mirada me hace sentir temor. Minuciosamente pasea sus ojos en mí. Siento que me vuelvo pequeña. Aprieto los labios y evito encontrar de nuevo ese rostro. Siempre fue una persona que sembraba seguridad y calma, ahora, solo siento miedo. Nunca lo había visto tan molesto.
—¿Y ahora por qué? —susurra antes de alejarse. Lleva las manos a su cuello, intenta darse masajes, pero no parece conseguir lo que quiere y decide desplomarse en el sofá. Respira profundo y cierra los ojos.
—Quisiera… —intento hablar.
Estiro mi mano temblorosa en busca del vaso. Un poco de agua puede aplacar esa horrible sensación. Creo que soy culpable de esta actitud, me pregunto si ya es demasiado tarde para tocar este tema. Mi pecho se comprime con este silencio. Veo cristales esparcidos en el fregadero, parece que un vaso estalló en este hueco. Cojo un pedazo de cristal.
—¿Estás bien? —pregunto sin apartar la mirada del pequeño vidrio entre mis dedos.
—No es mi mejor día —lamenta.
—¿Cómo se rompió este vaso?
—¿A qué viniste? —expresa amargado.
No es momento de preguntas curiosas. Suelto el fragmento devuelta a su lugar. Debo decir mis palabras antes de irme, pero es tan difícil no quebrarme en este momento. Camino decidida hacia él.
—Solo quería mejorar la situación entre nosotros —suelto como si fuera un deseo que pedir.
—¿Con qué propósito? —Mantiene su cuello estirado sobre el espaldar del mueble, y con los ojos cerrados responde con esa afilada amargura que duele.
—Corresponderte… supongo —susurro.
Sin cambiar de posición, exhala y acompaña su desánimo con una sonrisa.
—Y luego dices que odias la lástima... —comenta irónico. Su teléfono suena, se levanta para buscarlo—. ¿Si? —responde la llamada—. ¿Dónde queda ese taller? —Escucha atento—. Perfecto, ya te paso la dirección.
—No lo hago por lástima... —agrego, dejándome caer sobre el sofá.
—¿Entonces por qué? —Su atención se clava en mí.
—Tienes razón, tengo miedo. —Veo mis manos abrazarse nerviosas—. Pero... si ya perdí algo tan valioso como lo es tu amistad, no me queda nada que perder.
—Tengo que arreglarme —corta nuestra conversación.
Escucho sus pasos subir las escaleras. Luce ocupado en un tema más importante, yo solo logro ser un estorbo. Quiero llorar y no puedo, debo resistir. No sé qué podría hacer si esta misma situación ocurre en un futuro. Recuerdo a mamá llorar encerrada en su cuarto luego de discutir con papá. Miro la puerta como oportunidad de irme, dejar esto estropeado y no volver. Quizás sería lo mejor para los dos. Escucho sus pasos de nuevo.
—¿Tienes planes? —pregunto sin poder moverme.
—Tengo compromisos que atender. —Abre la puerta.
Suspiro para salir del trance en que me hallo. No solo tengo un nudo en el estómago, sino que también siento mi corazón ser estrujado con un puño. Camino hacia él, incapaz de levantar el rostro. Una grúa de retroceso en el garaje se vuelve una distracción de alivio.
—¿Otra vez está fallando tu coche? —pregunto sarcástica.
Se aleja a recibir la grúa. Miro expectante como montan el coche, dándome cuenta de el gran golpe que tiene: la parte delantera está estropeada. Eso es costoso de reparar, estoy segura.
—¿Qué pasó? —Me acerco a su lado.
—Que soy un idiota, eso pasó —responde molesto—. Tengo que irme.
—¿Puedes pensar en lo que hablamos? —suplico.
—Seguro. —Sube a la grúa sin despedirse.
Pude sentir su tono sarcástico al responder. Debo admitir que me molesta la atención que me roba su coche, sin contar que es un peligro para él. ¿Qué tonterías pienso?, obvio que sus pertenencias son de mayor importancia. Debo caer en la realidad, siempre tuvo la razón. Aún me cuesta procesar que no nos volveremos a ver.
Aprovecho para caminar de regreso a casa. Mi mente está distraída en varios pensamientos que a la vez no son nada. No quiero pasar largos días de aburrimiento en casa, necesito ocupar mi tiempo. Debería hacerle caso, buscar cualquier trabajo mientras espero. Sonrío al imaginar sus palabras, creo que se reiría de mí, sin duda, y diría algo como: «Te costó mucho tiempo aceptarlo, porque eres una terca».
Reviso varias tiendas y pregunto por trabajo. Es una tarde entretenida. Camino bastante, ayuda a mantener mis pensamientos a raya. La brisa de esta tarde es tan conmovedora, acompaña el despecho que tengo, parece que acaricia mi pelo como consuelo. No quiero pensar en el vacío que siento, de seguro ese será el tema de discusión con mi almohada esta noche.