Han pasado dos semanas desde que comencé a trabajar. Cuando se está ocupado los días pasan rápido. No recordaba lo agotadora que son estas rutinas, tampoco recuerdo que quedara tan cansada, ni aún en la época en que tenía dos trabajos. Admiro a mi viejo yo, supongo que debo agradecer por aguantar tanto y por avanzar sola hasta este punto. Sonrío complacida, es bueno saber que no todo es gracias a Daniel.
Comienzo mi jornada con buen ánimo. Hay buena música, y aunque el estilo no va con la estética del café, resulta motivadora, lo cual no cae nada mal. Hoy es domingo, mis días libres han quedado en lunes y jueves. Siempre odié los fines de semana por encontrarlos aburridos, ahora los extraño por la libertad que me daban de poder dormir a placer.
—Karen, ¿puedes llevar esta orden por mí? Necesito salir a comprar un medicamento —pide mi compañera.
—Por supuesto. —Verifico que el pedido esté correcto, tomo la bandeja y me dirijo a la mesa.
Antes de acercarme puedo reconocer a Majo. Regreso a la barra con la bandeja. No puedo entregarla, estoy segura que la otra persona es Daniel.
—Manu —llamo a mi otro compañero—. Entrega esta orden porfa —suplico.
—No me dejaran solo esta noche ¿verdad? —Toma la bandeja.
—No, es que tengo que ir al baño, ya sabes, cosas de chicas.
Me encierro en el baño para aclarar mis ideas. Practico ejercicios de respiración. No quiero vivir ese incómodo momento, tampoco puedo irme, faltan cuatro horas para completar mi turno. ¿Qué puedo hacer? Recuerdo el evento que se aproxima, será como una fiesta de disfraces y nosotros los empleados debemos usar un antifaz. Espero sea suficiente para que no me reconozca. Regreso con la máscara puesta, y fácilmente convenzo a mis compañeros para usar todos el mismo disfraz.
—Buenas noches, ¿ya saben que ordenar? —Intento hablar agudo y alegre para que no logren reconocerme.
Daniel mira mis piernas. Nuestro uniforme es una falda negra ajustada con medias largas: son delgadas y ajustadas. Se puede ver mi piel a través de la tela, aun así no siento frío. Entono mi garganta para llamar su atención. Sube su mirada hasta mi rostro. Es un gesto descarado por su parte, como si fuera a propósito para que lo note.
—Majo, creo que tienes razón —dice al regresar la mirada a su acompañante—. Karen es infantil, no tengo la menor idea de como pude fijarme en ella.
Finjo no escuchar nada. En cambio ella, parece incómoda sin saber qué decir.
—Sabía que entenderías. —Sonríe complacida—. Pero primero vamos a ordenar, no queremos que la chica pase toda la noche esperando —me señala.
—Por mí no se preocupen, puedo volver en un ratito. —Finjo una sonrisa.
—Bien. —Cierra el menú—. Trae la entrada de la casa y dos cervezas más.
Me retiro con una sonrisa falsa en mi rostro. No puedo creer que salga con Majo a hablar tonterías de mí. Esto es demasiado molesto.
Recibo a nuevos clientes. Intento no escuchar cuando paso cerca de su mesa. Debo enfocarme en las ordenes, mi cerebro colapsa si intento dividirlo en dos. Cada tanto tiempo dirijo mi mirada hacia su mesa. Me atrapa con sus ojos y sonríe, se ha dado cuenta de que lo observo mucho. Su expresión me genera un hueco, mi estómago se consume así mismo cada vez que lo veo. Es una extraña sensación, difícil de describir; la realidad es que me siento atraída por él.
Majo se retira y deja solo a Daniel. Me acerco para recoger la mesa.
—¿Quiere la cuenta? —pregunto.
—Tengo curiosidad, ¿por qué usan antifaz?
—Para darle un toque misterioso —susurro.
—Funciona. —Sonríe—. Me hace querer ver tu rostro.
—Muchos clientes repiten esa frase esta noche —sonrío halagada.
—Por supuesto, eres llamativa. —Su tono de voz cambia, se vuelve cálido—. Estoy seguro que eres hermosa bajo esa máscara.
—¿Está coqueteando con su mesera? —pregunto sarcástica.
—Dime. —Esboza una sonrisa traviesa—. ¿No te apetece salir después del trabajo? Si no estás muy cansada, podríamos conversar un poco.
—¿Le dirías lo mismo a mi compañera? Prácticamente se ve igual.
—No, porque me gustas tú.
—¿Puedo pensarlo? —agrego indecisa.
—En ese caso, tráeme otra ración de papas y una cerveza, por favor.
—No debería tomar tanto si maneja —advierto.
—Que sea un refresco. —Oculta su amarga expresión con una sonrisa.
Tengo un conflicto emocional ahora mismo. No puedo creer que estoy cayendo en su manipulación, no quiero resistirme. Por otro lado, deja un mal sabor que coquetee conmigo sin saber que soy yo. Seguiré el juego hasta ver a donde llegamos. Recojo su orden y regreso a su lado con la bandeja en la mano.
—Mi turno termina dentro de hora y media, ¿seguro que quieres esperarme?
—Falta mucho tiempo, y mañana tengo un día ocupado —piensa.
Busca una vaga excusa para rechazarme, o tal vez está arrepentido.
—Y qué tal… ¿si mejor vamos a tu casa al terminar mi turno? —propongo.
Ríe sorprendido. Murmura indeciso.
—Es buena idea —decide—. Muero de ganas por verte —susurra.
—¿Por ver mi rostro? —agrego mordaz.
—Si… tu rostro —repite.
—Yo también muero de ganas. —Suelto otra falsa sonrisa.
Los minutos transcurren y nuestras miradas se cruzan varias veces. No puedo dejar de sentir la punzada dentro de mí al verlo. No entiendo qué ocurre conmigo hoy, me emociono como niña por jugar con él. Y un deseo profundo de continuar con esto surge.
—Aquí tiene su cuenta. —Dejo caer la libreta—. Lo espero afuera —acaricio su hombro antes de salir.
No veo su coche por ningún lado. Me causa un poco de inseguridad, y una tonta teoría me saca una torpe sonrisa: si es otra persona, y lo confundo con Daniel. Mi mente da muchos giros inesperados. Muevo la cabeza de un lado a otro para despejar mis ideas.
—Aún tienes puesta la máscara —susurra detrás de mí.