Nunca pensé que quedaría tan satisfecha con un beso. Entono mi garganta. Vuelvo sonriente a mi asiento, como una niña que disfruta de sus travesuras. Toma mi mano, con dulzura deposita un beso en ella. Nuestra respiración sigue acelerada.
—¿De verdad creíste que no te reconocería? —Rompe nuestra atmósfera romántica de la peor forma.
—Mejor olvidemos eso. —Me cubro la cara con mis manos, siento vergüenza.
—Sabes que siempre lo recordaremos —ríe.
—Ya… no sé porque pensé que sería buena idea —bromeo—. Pero, ¿tú por qué seguiste el juego?
—Me pareció gracioso; actúe de manera exagerada para molestarte, lástima que no pude ver tus reacciones.
—¿Entonces también fingías? —añado asombrada.
—¿Quién en la vida sería tan descarado? —ríe.
—Entiendo. —Organizo mis ideas—. ¿También exageraste cuando hablabas con Majo? —pregunto con seriedad.
—Ella. —Revuelve su cabello—. Seré sincero, no le agradas a Majo como mi pareja, e intenta hacerme entrar en razón del porqué.
—¿Y cuál es ese por qué? —subo el tono de mi voz.
—Cree que nuestra diferencia de edad será un problema, además, lo poco que conoce de ti no le agrada…
—Lo sospechaba desde un principio —interrumpo—. Le confesé que me gustas e intentó decir que era normal, luego dijo tonterías como que mis acciones te lastiman. Y ese día. —Gruño—. Ella fue la que me metió la idea en la cabeza que estarías con chicas atractivas en las convenciones.
—Vaya… —susurra sorprendido.
—¿Vaya? ¿Eso es todo lo que dirás? No quería darle importancia a esto, pensé que solo eran inseguridades de mi parte, pero ahora que lo dices me molesta tanto… —Aprieto los dientes por la frustración.
—Calma, no tienes que preocuparte por ella.
—No quiero. —Cruzo mis brazos—. Debemos alejarnos de ella.
—¿Si? —ríe—. Pareces una niña caprichosa cuando se molesta.
—Me cae mal, y la odiaré si la veo —protesto—. Y tú como mi pareja deberías hacer lo mismo.
—Así no se solventa nada. —Acaricia mi rostro, gira mi mentón hacia él—. No la odies, porque nos volveremos a cruzar con ella, solo te pido que seas consciente de lo que piensa.
—Tú odias a Monic. —Aparto su mano—. No me pidas que no odie.
—No la odio, ni me importa, solo no tolero su actitud arrogante. Y no por eso te pediré que dejes de hablarle.
—Está bien. —Gruño de nuevo—. Me molesta pensar que Majo tiene razón, tú siempre tan tranquilo y responsable…
—A veces ser tranquilo me trae problemas mayores —ríe.
—¿Cómo cual? —desafío.
—Que algunos asumen que no me importa nada, y deciden por mí. —Hunde su dedo en mi cachete.
—Lo siento… —Sonrío nerviosa—. Soy culpable.
—Me tengo que ir, es muy tarde —expresa triste.
—¿En qué momento se hicieron las dos de la madrugada?
—Sales del trabajo a media noche —añade pensativo.
—Hoy estoy libre…
—Y yo estoy muy ocupado —susurra—. Intentaré hacer un tiempo para ti. —Se acerca para darme un beso en la frente.
—No soy una niña —reclamo.
Sonríe. Vuelve a acercarse, pero esta vez dirige su boca hacia la mía.
—Descansa —susurra al verme cerrar la puerta del coche.
Entro rebosante de alegría. Reposo mi espalda sobre la puerta, toco mis labios recordando los suyos; ya quiero que sea de día para verlo otra vez.
Despierto al mediodía, bostezo de pereza con tan solo ver la lista de tareas que me espera. Reviso mi teléfono, todavía no tengo ningún mensaje importante, así que busco una música alegre que me anime: estoy lista para comenzar la limpieza.
Paseo entre los canales de televisión, ninguno es lo suficientemente entretenido. Me sentía ansiosa por esperar toda la tarde por él, ahora es de noche, y solo puedo mirar mi televisor para no hundirme en tristeza. Las imágenes saltan sin dejarme entender que son. Apago la pantalla delante de mí, suspiro abrazando mis rodillas. Supongo que no encontró tiempo para estar conmigo. El sonido del timbre me ayuda a recuperar la alegría.
—Perdón, me quedé dormido —saluda.
—¿No podías avisarme? —expreso molestia con una mueca en mi boca.
—Lo intenté, pero cierta señorita me tiene bloqueado.
—¿Cómo? —Recuerdo—. No puede ser, lo olvide por completo. —Reviso mi teléfono—. ¿Cómo lo supiste?
—Llevo tiempo sin ver las ocurrencias que publicas. Además, mis llamadas y mensajes no te llegan.
—Lo siento —digo con atención en mi teléfono—. ¿Cómo se quita ese bloqueo? No entiendo nada.
—Permíteme. —Lo entrego en sus manos—. Listo.
—Estaba molesta ese día contigo, no respondías… y estaba preocupada por el choque.
—¿Te enteraste? —pregunta sorprendido.
—Tengo mis maneras, sé cosas de ti que no me has contado —sonrío desafiante.
—¿En serio? —Rodea mis caderas con sus manos.
—Es broma. —Retrocedo, miro hacia los lados—. Me da vergüenza que nos vean, ¿entramos?
—Mejor vamos por algún dulce o algo, dependiendo de que esté abierto a estas horas —propone.
—Mi trabajo está abierto —bromeo.
Nos subimos de nuevo al coche azul. Es acogedor, tiene menos espacio que el anterior pero me gustan los asientos blancos, me hacen sentir en calor, comparado con el cuero negro, que me causa frío.
—¿Este es tu nuevo auto? —pregunto mientras acaricio mi asiento, es suave.
—Es de mi jefe. —Se coloca el cinturón—. El mio sigue en el taller esperando los repuestos.
—¿De verdad te multaron por conducir ebrio?
—No lo estaba, pero… ¿cómo sabes esos detalles?
—La madre de Karrie trabaja en tu aseguradora.
—Que suerte…
—Me preocupé mucho cuando me contó, creo que me sentí culpable. —Suspiro—. Pensé que seguiste bebiendo después de discutir conmigo.
—No… fui a un lago al que me gusta ir —confiesa—. De manera lamentable derrapé con el coche y perdí el control al acelerar. Fue algo extremadamente tonto, y ya no tiene importancia.