Es una noche pesada, sin duda. Trabajo como de costumbre, pero esta sensación de amargura en mi corazón forma un vacío desgarrador difícil de ignorar. Mantuve la firmeza durante mi jornada, ahora que acabó, solo quiero irme a casa y hundirme entre mis sábanas. Veo su coche llegar antes de subirme al transporte del trabajo. Me despido de mis compañeros con una seña de manos. Sonrío, mientras dirijo la mirada hacia ese coche azul.
—Casi que no llegas —bromeo al subir.
Veo una ligera sonrisa marcarse en su rostro, la cual se esfuma rápidamente al volver a concentrarse en el volante. Tenía ganas de verlo, sin embargo, mi ánimo se desploma al notarlo cansado, me hace sentir mal por el esfuerzo que le implica estar a mi lado.
—¿Quieres comer algo? —propone sonriente—. Bueno, no es la mejor de las horas, pero creo que puedo permitirme un helado.
—Tus ojeras se marcan mucho cuando estás agotado, ¿lo sabías? También luces pálido…
—Lo sé —asiente—. Adquirimos una propiedad en mal estado, y un cliente se enamoró… imagino que logró visualizar el resultado. Así que tuve que trabajar de lleno porque nos dieron poco tiempo, y hoy fue el último día —comenta, toma mi mano entre la suya sin apartar su mirada del frente.
—¿Eso quiere decir que estarás libre?
—No. —Ríe sarcástico—. Se acumularon los proyectos. —Suelto su mano.
—¿Entonces qué haces aquí? —Miro el cristal de la ventana.
Intenta hablar pero no dice nada. Conduce en silencio, la música suena tan bajo que me cuesta concentrarme en ella. Mis palabras fueron crueles y acertadas, genera distancia e incomodidad entre los dos. No sabía que tan doloroso puede ser el guardar silencio: cada minuto que pasa sin una palabra es como una daga clavándose en mi pecho, y no puedo decir nada, él tiene que responder, porque yo voy a añadir más dolor si vuelvo a abrir mi boca.
—Vamos a dar un paseo. —Estaciona el coche.
Cierro los ojos para procesar el sabor amargo. Qué mal sienta no obtener una respuesta ante tal comentario hiriente. No fue mi intención provocar tristeza, pero tampoco quería que cediera, esperaba escuchar su versión, porque necesito esa respuesta para no caer en depresión. Inhalo y exhalo. Debo mantener la calma.
Toca el vidrio de la ventana, su preocupación se nota a través del cristal.
—Estaba meditando… —excuso al salir del auto.
—Perdona. —Hace una pausa—. No quería alargar… —No encuentra palabras.
Recuesto mi cuerpo sobre el coche incapaz de dirigir mi atención hacia él. La noche está fría, hundo las manos en mis bolsillos, son el único refugio que tienen.
—Es difícil hablar cuando tienes la mente en blanco —bromea—. Ven, compremos algo —propone al no obtener respuesta.
Caminamos lado a lado con nuestros helados. El viento frío hace reconsiderar la idea del antojo. Paseamos por la plaza. Terminamos, y dejamos nuestros envases en una papelera. Voltea a mirarme, sonríe pero su rostro sigue cansado. Que lástima que nuestros horarios sean justo lo contrario.
—Volvamos al coche —rompe el silencio con un susurro.
La tristeza no desaparece. Me siento incómoda, pienso en un tema que acabe con esta tensión. Lo conozco desde hace mucho y siempre puedo hablar con él de lo que sea, pero no se siente igual.
Llegamos a mi casa, quiero bajarme sin despedirme, necesito huir y encerrarme en mi cuarto.
Toma mi mano para evitar mi partida:
—No quiero terminar la noche así, hablemos por favor.
Vuelvo a mi asiento y cierro la puerta. Las palabras no vienen a mí, tampoco puedo ver su cara. Soy cobarde, no sé expresar este sentimiento, y menos logro entenderlo.
—Lo siento, me levanté temprano y tuve mucho trabajo pesado, estoy cansado e incapaz de mantener una conversación. Te prometo que mañana no será así. —Acaricia mi mano, como suplica a que dirija una mirada hacia él.
—No vengas mañana, descansa, eso es lo que debes hacer —respondo. Agarro con fuerza la manija de la puerta: lista para irme.
—No es la idea, estoy intentando esforzarme por verte...
—No... —interrumpo sus palabras por impulso.
Vuelvo a crear otro incómodo silencio.
—No quiero... —Respiro, retomo las fuerzas para enfrentar su mirada—. No te exijas demasiado. No necesitas verme a diario, no tienes esa obligación, eres libre de quedarte en casa, en el trabajo me ofrecen transporte.
—No lo hago porque tú me lo exijas.
—No porque ahora seamos novios tenemos que vernos a diario —interrumpo de nuevo sus palabras, siento un sentimiento ardiente—. Podemos seguir igual que antes, sin vernos tanto y quizás ignorando nuestros mensajes, de todas formas estamos acostumbrados a pasar largas temporadas sin vernos o dirigirnos las palabras... —Suelto un par de lágrimas, es verdad lo que digo, y duele.
—Esto va mal.
—¿Ves? Te dije que sería mala idea, no podemos estar juntos de esta manera, no congeniamos bien, ni quisiera tuvo que pasar una semana para darnos cuenta. —Cubro mi cara con las manos, mi garganta tiene un nudo.
—¿Puedo hablar? No te ahogues en la orilla, recuerda. —Sopla suavemente—. Tememos que dejar atrás cualquier daño que nos hicimos, de verdad cometimos errores y yo lo siento mucho, lo menos que quiero ahora es hacerte llorar. Esto va mal es por los horarios y quizás la experiencia anterior que nos acarrea, no porque no podamos llevar lo que somos. —Se acerca y abraza mis hombros, frota sus manos en mis brazos, se siente bien este consuelo.
»Quiero verte a diario, no porque tenga una obligación, si no, porque quiero estar siempre a tu lado. Si por mi fuera, te pediría que te mudaras conmigo para verte en los cortos lapsos de tiempos que nos podamos cruzar en casa. Pero te conozco, y sé que tienes miedo y dudas, no quiero empeorarlas, necesitas tu espacio para procesar.
Sus palabras son tan acertadas. Respiro calmada y las lágrimas dejan de salir. Su calor me es agradable y acogedor. Este silencio ya no es incómodo, ni triste, es relajante y dulce.