Llego a casa cansada del trabajo. Miro mi teléfono atenta a la conversación con Daniel. Debería escribirle, pero no se que decirle. Soy consciente de la incómoda visita que tuvimos, y aún no me perdono la forma en que actúe. Siento vergüenza de estar a su lado, incapaz de controlar esta explosión de nervios, rechazo cualquier idea de salir junto a él. Vuelvo a mirar su último mensaje, me invita a salir al cine el lunes, pero la idea de estar tan juntos y a oscuras me llena de temor. A raíz de ese sueño no puedo dejar de imaginar escenarios complicados e incómodos. Y la inseguridad se clava en mi mente, es como un martillo que no para de taladrar el miedo a la intimidad entre los dos. No quiero que se canse, pero tampoco quiero forzarme. Me hace sentir tan vulnerable, ese momento, esa sensación, esos ojos que me miran tan profundo y crean un vacío del que quiero huir.
Ayer no pude responder nada a su invitación. Ahora no tengo problemas en decir un «no quiero». Pero su insistencia se vuelve pesada, y no va a desistir hasta que acepte. Me propone una nueva idea, algo tranquilo: un simple paseo al aire libre. Puede ser buena idea caminar juntos un rato, sin necesidad de sentirnos solos. Acepto. Dejo caer mi teléfono sobre el sofá. Me desanima volver a esta situación. Otra vez, él se esfuerza por buscar tiempo a mi lado, y vuelvo a sentirme culpable por no dar más de mí. Detesto su posición. Odio quedarme atrás y sentirme egoísta por exigir mi tiempo. Me tapo la cara con ambas manos, siento la frustración acumularse dentro. No avanzo, nada mejora, todo sigue igual. Como una bomba que en cualquier momento colapsará. Retomo mi teléfono. Busco mi hoja de vida y nuevamente la envío a diferentes empresas.
Miro indecisa dentro del armario. No encuentro nada que me agrade usar. Mi ánimo está por el suelo. Como me gustaría tener una capucha, recuerdo que era fácil ponerse una sola prenda todos los días, pero en mi afán de lucir mejor, tiré todas las ropas viejas conforme el armario se llenaba. No quería volver a vestir aquellas prendas grandes, y ahora extraño las camisas holgadas y los suéteres largos en los cuales me refugiaba.
Veo mi teléfono brillar, reviso el mensaje de Daniel: «Lo siento, no puedo salir temprano hoy. Se han dado cuenta que pretendía escaparme» leo en voz baja. Esto no será suficiente excusa para cancelar la cita, aunque me gustaría que lo fuera.
—Ey —saluda apenas entro en el coche—. Entonces, ¿a cuál de todas las plazas que tenemos disponibles te gustaría ir?
—La que tenga más gente, más movimiento, más todo. —Coloco el cinturón y miro la guantera.
—Está bien… —Arranca el coche sin agregar nada.
Subo el volumen de la música. Deseo evitar la siguiente conversación. Miro distraída por la ventana, necesito algo sobre lo que centrar mi atención. Tengo un revoltijo de sentimientos entre la amargura y los nervios que me desgarra lentamente. Escucho atenta la música, quizás con este ritmo agradable pueda calmar mi tormenta. Meneo mi cabeza de un lado a otro, escucho a Daniel cantar un pedazo de la letra. Sonrío complacida. Nuestras miradas se cruzan por un instante, y escondo mi cara de nuevo contra el cristal para volver a sonreír. Fue agradable y conmovedor escucharlo.
—¿Qué te provoca comer? —pregunta al estacionar el coche.
—No lo sé, caminemos a ver que nos encontramos —comento antes de abrir la puerta.
La plaza de las estaciones: donde siempre hay celebraciones. Es popular, no habíamos venido a este lugar por la cantidad de personas que vienen a diario; parece alegre y llena de vida, desde lejos veo muchas atracciones. Respiro, como si viviera encerrada y fuera mi primera vez en salir a tomar aire.
—Me alegra ver que disfrutas de esto —señala el cesto de basura a mi lado.
—Tonto… —Sonrío—. En mi defensa, huele mejor que mi trabajo —bromeo.
—Necesitan cambiar de conserje. —Levanta sus comisuras.
Ofrece su mano. Miro indecisa su palma. Busco su mirada que espera atenta a que acepte caminar junto a él.
—No quiero sudar la mano —digo al abrazar su brazo—. Mejor vamos así —propongo.
—Eeh… —intenta hablar—. Mejor no decir nada, no quiero terminar de arruinar la noche —gruñe.
Pasamos un par de minutos caminando. Ambos decidimos quedarnos callados y apreciar la noche. Entre tanto ruido, la mirada se pierde en los carteles llamativos de los puestos ambulantes. Hay demasiado en donde enfocar la vista, es hipnotizante, ayuda a olvidarme de nuestra tensa situación.
—Espérame un momento —digo—, tengo que ir al baño.
Camino de regreso. Suelta una sonrisa espontánea al verme, pero una chica a su lado llama su atención:
—¡Daniel! —interrumpe muy alegre—. ¿Cuánto tiempo? ¿Cómo has estado? Te ves muy bien. —Me hace sentir tímida y poco a poco me alejo, hasta esconderme detrás de un árbol.
—Que sorpresa encontrarte acá —responde.
—¿Verdad? ¿Qué haces en un parque?
—Estoy de paseo con mi... ¿novia? —Me asomo para ver su reacción, mira confuso su alrededor.
—Seguro, no tienes por que inventar excusas —intenta coquetear.
—No lo invento —dice él y vuelve a mirar a su alrededor—. Supongo que se entretuvo con algo.
—Ya vendrá, ¿sigues siendo controlador? —Ríe la chica—. Me acuerdo de lo posesivo que eras.
—¿Cuántos años han pasado? ¿De verdad te acuerdas?
—Es mi super habilidad, ¿recuerdas? —pregunta, pero él niega con un gesto—. ¿Cómo no, si es mi secreto? Siempre recuerdo todo.
—No quisiera tener esa habilidad —bromea—. ¿Qué haces por acá?
—Cuido a la hija de mi hermana, aunque dije que nunca cuidaría de niños pero aquí estoy... Después de dar tantas vueltas en la vida, de tanto probar no te queda nada —suspira.
—Aún no llego a ese punto —murmura.
—¿Disculpa?
— Lo siento, estoy nervioso porque no tengo ni idea a dónde fue mi novia.