—Lo prometido es deuda —dice al estacionar el coche frente a mi casa.
—Es complicado acercarme a ti, me gustaba el coche anterior porque no tenía nada entre nuestros asientos —expreso amargada—. Además, ¿para qué sirve esta caja que hay en medio? —Doy dos ligeros golpes al objeto del que hablo.
—Sirve para guardar cosas, también puedes apoyar el brazo —sonríe—. Ven, acércate.
—No te burles —advierto.
—No lo hago, me encanta verte gruñir por tonterías como estas. —Vuelve a sonreír.
Se me hace imposible negarme. A veces soy una niña caprichosa que se obstina por nimiedades, y lo sabe. Sonrío porque me encanta recibir su atención, y apoyándome sobre la caja, me acerco hasta alcanzar sus labios.
—Que tengas buenas noches —susurro.
Entro a casa y cierro la puerta. Me siento en la silla junto a la entrada. Me duele saber que ya no podré mirarlo igual. Sé que voy a extrañar demasiado su compañía.
—En verdad no sé qué hacer —susurro. Con estas palabras rompo la calma que mantuve a su lado. Lloro. Deseo que esté aquí para abrazarme. No quisiera depender de él, pero lastimosamente, mi vida gira en torno a Daniel. Y sin él, no tengo nada.
Me queda esta semana libre para organizar el anexo. Acumulé tantas cosas, que nunca me detuve a pensar si eran necesarias. Me sentía muy cómoda y sin preocupación, a pesar de no tener casa propia. Los dueños de este lugar son amables, y me tratan con respeto. Recuerdo que al llegar aquí fui presentada como sobrina de Ferit. En su momento no entendí, supuse que me ayudaría para convencer a los dueños de alquilarme este lugar sin necesidad de mirar mis ingresos. Comprendí que Daniel lo hizo con la intención de ponerme en buena posición delante de ellos. Conocen a su jefe y lo tratan con respeto y aprecio. Solo de esa manera podía mantenerme tranquila durante años en el mismo lugar. Cada vez que surgía un problema, los dueños acudían rápido para resolverlo, prestos a incomodar lo menos posible. Ahora tengo tanta ropa, utensilios, aparatos, zapatos, maquillaje, adornos y recuerdos; debo pensar qué hacer con todo esto, no puedo simplemente dejarlos acá.
Paso la mayor parte de la tarde separando mis pertenencias. Hablé con la vecina para vender la mayoría, ese dinero extra puede ser de ayuda. Y lo restante puedo repartirlo entre mis amigas, a quienes todavía no les he dado la noticia. Busco mi teléfono para compartirles mis planes. Responden emocionadas y me felicitan, deseándome lo mejor, también, están muy seguras de cuáles cosas quieren quedarse.
—¿Y no piensas volver? Deberías dejar algunas de tus pertenencias con alguien de confianza —dice Amanda mientras dobla la ropa.
—No estoy segura de volver —comento dudosa—. ¿No debería quedarme si todo sale bien?
—Es otro país, si no te renuevan el contrato no tendrás permiso de trabajo, y será difícil vivir de inmigrante. —Me mira preocupada—. Hay muchas razones por las cuales puedes volver.
—Suenas igual que Daniel —gruño—. Quiero enfocarme en lo positivo, ¿si?
—Si te refieres a que es una persona precavida, que está dispuesta a prepararse para todos los escenarios, entonces, te respondo con un gracias, porque es un halago —sonríe.
—Los dos se llevarían muy bien —expreso amargada—. Me hacen molestar con facilidad.
—Quizás nosotros no seamos el problema —ríe—. Es que no te gusta que lleven la contraria.
—Seguro —vuelvo a gruñir—. ¿Ya tienes todo listo?
—Si, ya empaqué lo de Monic, era lo que me faltaba. Si quieres, puedo quedarme con algunas cosas, puedo guardarlas en casa de mis padres —propone.
—Pero, ¿tú no vives alquilada?
—Si, es mejor vivir aparte, así no estoy obligada a cumplir sus reglas, pero aun así, tengo un cuarto donde puedo llegar si me va mal —sonríe nerviosa—. Supongo que dentro de poco me tocará volver con ellos.
—Ay —suelto triste—. Que mal lo que pasó en tu trabajo, si quieres puedo recomendarte al café donde trabajé, todavía buscan mesera.
—Me ayudaría mucho Karen, gracias. —Me abraza—. Te voy a extrañar mucho.
—Yo también.
Me despido de Amanda. Apenas han pasado tres días desde que inicié mi cuenta regresiva. No pensé que sería tan agotador deshacerme de todo lo acumulado durante años. En momentos como estos solo quiero ir por un café y olvidarme de todo. Sonrío al recordar aquellas tardes, donde esperaba ansiosa la hora para encontrarme con él. Que chica tan inocente e ingenua. Eso es lo que veía en mí, y no se equivocaba, lo era. Ahora sé que un simple café no me traerá la tranquilidad que necesito, y que tampoco podré disfrutarlo igual que antes.
Es lunes, mi supuesto día libre. Logré evitar el encuentro con Daniel exitosamente, pero ahora, es imposible decir que no. Pensaba pasar la noche en su casa, ver una película, y así las horas pasarían rápido. No puedo esquivar su mirada o sus preguntas porque logró escaparse del trabajo y, como sorpresa, está aquí en mi puerta en pleno mediodía.
—¿Sorprendida? —sonríe.
—La verdad es que sí —confieso—. Creí que nos veríamos en la noche.
—Te escribí, sé que no te gusta este tipo de sorpresas.
—Si, lo sé, pero pensé que era una broma.
—Bueno, no regresaré, si lo hago me llamarán la atención, así que… —Mira sus manos confundido—. ¿Qué harás conmigo?
—Supongo que no puedo mandarte a casa —sonrío nerviosa.
—No, por favor.
—Es broma, no haría eso. —Tomo su mano y caminamos hasta el sofá—. Espera acá mientras me arreglo.
Me siento culpable. No sé como decirle. Tiro la ropa sobre la cama, en medio de mi frustración se me hace difícil decidir qué usar.
—Parece que has arrasado con todo en este lugar, es raro ver las superficies tan despejadas —le escucho hablar.
—¡Ah, sí! —Muerdo mis labios sin saber qué decir—. Es que… la vecina quiere hacer una venta de garaje, y me di cuenta que tengo demasiadas cosas innecesarias.