Termina la película. Me aferro a su brazo evitando que se levante. Sonríe y procede a darme un beso en la frente. Acaricia mi pelo, una y otra vez. Me siento tan calmada, estos son los momentos que más pesan, aquellos que no podré olvidar.
—No fue tan buena como lo pensé —dice sobre la película.
—¿Es muy activo el mercado de inmuebles acá? —Decido cambiar de tema e ignorar su comentario.
—Generalmente si. —Me mira confundido—. Ahora estoy enfocado en otro ramo de la empresa, por lo que no sabría decirte mucho más —explica. Lo observo curiosa exigiendo información—. Mi jefe tiene, cómo decirlo, una especie de pasatiempo: se dedica a comprar propiedades en mal estado para renovarlas y venderlas. Siempre soy su primera opción para trabajar en los proyectos.
—¿Entonces no siempre estás en la oficina?
—Una parte del tiempo si, la otra estoy rompiendo paredes, cambiando tuberías, pintando. En sí, reparando y remodelando las propiedades compradas.
—A eso te referías con trabajo extra —recuerdo.
—Exacto, se supone que hago eso en paralelo con mi trabajo actual, y la verdad lo prefiero, me gusta el trabajo manual.
—¡Eres multifuncional! —bromeo—. ¿No te gustaría tener secretaria? —Noto su sorpresa—. Majo me comentó hace tiempo que ustedes tienen la posibilidad de tener secretaria, pensaba que quizás yo... —dejo la idea sin terminar.
—Podría ser —añade pensativo—. Tengo que valorar las condiciones y verificar la posibilidad, no creo que sea tan sencillo.
—En dado caso que no puedas, ¿podrías preguntarle a Jon? —añado otra opción, me observa juicioso.
—Déjame ver que puedo hacer.
—Bien —sonrío.
Se retira hacia la cocina. Sería de ayuda trabajar junto a él. Si no logro ejercer mi carrera, por lo menos podríamos pasar más tiempo juntos. Como una especie de consuelo. De pronto recuerdo mi conversación con aquella chica. ¿No es tarde ya para conocerlo? ¿Qué le gusta? ¿Qué prefiere? Regresa junto a mí. Me observa curioso, sin decir nada.
—Daniel. —Es raro preguntar, pero quiero saber—. ¿Cuál es tu pasatiempo?
—Déjame pensar. —Rodea mis hombros con su brazo, y acaricia suavemente mi piel con sus dedos—. Antes me gustaba tocar la guitarra y jugar en el computador, lástima que con el trabajo tuve que dejarlo, no tengo tiempo.
—¿Sabes tocar? —Me separo, sorprendida—. Nunca he visto nada como una guitarra por acá.
—Tranquila —ríe—, regalé todo al mudarme. Tengo años que no lo hago, creo que debería acordarme de alguna canción.
—¿Por qué nunca me contaste? —Vuelvo a acurrucarme a su lado.
—No le veo sentido a hablar de cosas que ya no hago, en resumen, no tengo pasatiempos.
—¿Por qué? Cuéntame más... —susurro.
—Pues... Mis padres son de esos que odian a la gente ociosa. Mi madre no soportaba vernos en casa sin nada que hacer. Su solución fue simple, llenó todo el tiempo libre que teníamos con todo tipo de cursos y talleres, con el fin de que encontrásemos algo que nos gustara.
—Suena cansado, ¿funcionó? —Cierro los ojos, siento que me puedo quedar dormida.
—No, creo que terminé aún más confundido —suelta una risa nerviosa—. Eso fue cuando niño, luego, en la adolescencia, decidí rebelarme, como dice mi madre —ríe de nuevo—. Me quedé en la academia de baile, de verdad lo disfrutaba.
—¿Te gusta bailar? —Pregunto, viéndolo a los ojos. El sueño que tenía se fue, a causa de lo confundida que estoy.
—Mucho. Te puedo enseñar. —Niego—. Se aprende fácil. —Besa mi mano.
—No lo entiendo, suenas como alguien alegre, ¿qué más te gusta?
—El deporte, actividades al aire libre...
—Eso mismo —interrumpo—, suenas como alguien enérgico, ¿qué sucedió? ¿Cómo llegaste a ser este gruñón? —bromeo.
—Exageras, aunque reconozco que no soy el mismo —frunce el ceño, preocupado.
—Luego de mudarte solo ¿comenzaste a trabajar y nada más?
—Exacto, supongo que me volví adicto al trabajo. —Mira a un lado, pensativo.
—¿O querías enterrar todo bajo el trabajo? A veces estar ocupados es lo mejor para no pensar. —Toco su espalda, a modo de consuelo—. ¿Puedes contarme? Por favor —suplico, él suspira.
—No lo sé —dice—. ¿Qué quieres que te diga?
—¿Por qué decidiste enfocarte tanto en el trabajo? Es como si tu vida se hubiera detenido desde entonces.
—Supongo que es lo natural, ¿tú no estás haciendo lo mismo?
—¿Qué dices? —pregunto confundida—. Odio mi trabajo, y no pasaría más del tiempo necesario en eso.
—Ya no sales a tomar café, ya no lees, ni paseas. Estás dejando a un lado tus pasatiempos por trabajo.
—No es lo mismo, yo cuando puedo retomo mis costumbres —sonrío.
—Si tú lo dices…
—¿Fue por la muerte de Estela? —me atrevo a preguntar.
Siento como su cuerpo se tensa al oír ese nombre. De inmediato, aprieta los labios uno contra el otro, haciéndolos ver como una línea recta y marcada, expresando, quizás, amargura.
—No —decide responder—. Lo de Estela fue lamentable, y traumático, no te lo puedo negar, pero tampoco es algo que no se pueda superar.
—Entonces, ¿por qué ese cambio?
—Por mi madre.
—Oh… —Siento un extraño dolor en mi pecho—. ¿Qué hizo?
—Mi madre representaba toda esa vida que tenía. Volvía a casa alegre por contarle todo… siempre fue dura y exigente, sin embargo, la amaba demasiado —comenta pensativo.
—¿Enserio? Suena tierno.
—Si, era difícil para mí odiar a alguien, la inocencia me ayudaba a mantener la alegría, supongo. —Deja caer su espalda sobre el sofá—. Si, es cierto que hay un cambio drástico desde la partida de Estela, porque eso fue el detonante para todos. Luego de pasar esa noche en prisión, por ser acusado de abusar de mi prima, menor de edad. Mi madre —expresa con ironía—, esa mujer que siempre fue mi guía, mi ayuda, que estaba ahí dispuesta para mí, de repente se tornó de otro color. Ya no la percibía con calidez, ni podía dejar de notar el odio en su mirada. Explotó contra mí, como si todo hubiera estado acumulado.