Fue difícil conciliar el sueño, creo que llegué a dormir tres horas. Está por amanecer y no dejo de dar vueltas en la cama. Estoy ansiosa y quizás desesperada. Quiero, pero no quiero, estar a su lado; no encontré forma de decírselo, en definitiva, soy la mala.
Ya no sé qué pensar. Mi mente es un caos, lleno de ideas, recuerdos, emociones. Lo único que quiero hacer es irme de aquí.
—Ey... —llama mi atención—. ¿A dónde vas tan temprano?
Respiro profundo. Intenté ser silenciosa, sabía que debía esperar a que se fuera.
—No pude dormir —improviso nerviosa—. Quería dar un paseo por la casa.
—Yo tampoco pude dormir. —Se acerca.
—¿Y eso? —Me alejo.
—No puedo evitar estar ansioso de tenerte acá.
Siento un cosquilleo recorrer mi cuerpo. Esto es lindo, no tengo idea de cómo responder. Pero es peligroso quedarme cerca, tiendo a ser descuidada cuando estoy cansada.
—Tengo que irme —apresuro a bajar las escaleras.
—¡Espera! —Me alcanza tomándome de la cintura. Miro sorprendida la distancia a la que estábamos. ¿Cómo llegó tan rápido?
—E… —intento hablar—. Es tarde —susurro.
—No. —Ríe incrédulo—. Es muy temprano, aún no ha amanecido.
—Tengo que irme —suplico—. Tú tienes que prepararte para el trabajo, no quiero que sigas faltando por mí. —Puedo sentir su corazón latir.
—Si tengo que faltar lo haré. —Su insistencia me quebranta más—. No quiero dejarte ir con esa mentecita tuya dando vueltas. —Me mira esperando mi opinión.
Esto es una relación de amor-odio. Quiero que me deje ir, y me encantaría que no preguntara nada, pero a la vez, me gusta que haga esto. Esta disposición me encanta, y también me presiona. Me hace sentir abrumada, dividida.
—Eres diferente a mí —lamento—. Yo quiero dormir y tú prefieres bailar, yo soy de ver televisión echada en el sofá, como una vaga, y tú eres de salir a ejercitarte. Somos lo opuesto en todo —desahogo el recuerdo de la charla de ayer.
—Ni loco saldría con alguien igual. —Acomoda mi cabello—. Este es el chiste; buscamos complementarnos, no ser iguales. ¿Entiendes? Adaptarnos el uno con el otro, mantener un equilibrio entre los dos.
—¿Qué pasa si no existe ese equilibrio? —protesto.
—Existe, es cuestión de nosotros conseguirlo.
¿Por qué tienes que ser tan comprensivo? Intento seguir mi camino pero me sostiene la mano con fuerza. Hago un breve ejercicio de respiración. Necesito que me deje ir.
—Suéltame —advierto.
—No lo haré hasta que hablemos, no quiero dejarte ir pensando en tonterías.
—No… —Aprieto mi puño—. No me gusta que me encierres, ni que me retengas, solo lograras ponerme peor —intento no levantar la voz.
Daniel emite un ligero gruñido y procede a soltarme. Puedo ver la decepción en su rostro, parece cansado.
—Ya no vivirás este tipo de situaciones —digo.
Cierra los ojos y sonríe, mientras menea su cabeza de un lado a otro.
—¿Por qué me suena a amenaza? —dice.
Este es el momento ideal para terminar nuestra relación, pero el miedo a su reacción es mayor. Creo que nunca podré enfrentarlo; es difícil. Esto me hace sentir que soy la peor persona de todas. Soy un asco, quiero encerrarme en casa a llorar.
—Solo estoy cansada —miento—. Estoy diciendo palabras al azar, lo siento. —Lo abrazo—. Sé que mis dudas parecen un abismo y te preocupan. —Aprieto con fuerza su torso—. Gracias por la paciencia que tienes, te prometo que no volveré a molestarte con esto.
—No molestas en lo absoluto…
—No hace falta que digas nada —interrumpo—. Solo… tengo que irme.
Me marcho, sin poder mirar su cara. Cierro la puerta. Cada paso que doy se convierte en un dolor agudo. Me duele alejarme. Me detengo y miro hacia atrás. ¿Hay manera de resolver este daño? Yo no tenía que comenzar una relación con él, sabía que en algún momento lo absorbería a mi precipicio sin sentido. ¿Qué hago para que deje de doler el corazón? Retomo mi caminata. Compraré el pasaje, quizás me ayude a sentirme mejor; es una esperanza: de que todo mejore en un futuro.
Los días son largos cuando no hay nada que hacer. Trato de no pensar demasiado. He tomado la decisión de irme, y mantengo el pasaje en mi bolso para verlo a diario, es una manera de torturarme para recordar mi elección. Daniel me escribió para confirmar que no podré trabajar con él. Intento responder con naturalidad a sus mensajes, pero creo que igual se sienten raros, no puedo hacer a un lado mi tristeza, aunque lo intente. Está ocupado, pero espera con ansias el siguiente lunes para poder vernos. No sabe que mi viaje es el Domingo a primera hora, y que el sábado en la noche tengo una fiesta de despedida. Él dice que soy valiente, pues mira la valentía que tengo para decirle la verdad. Soy una cobarde, huyendo de nuevo.
Todos los días salgo a caminar. Extrañaré mucho esta ciudad. Por donde quiera que vaya hay recuerdos de nosotros por todos lados. Miro de lejos la cafetería. Me cuesta respirar, se vuelve complicado cada día menos. Junto mis manos y las coloco sobre mi pecho. Esto es lo más importante que tengo, y le pertenece a él. No sería justo de mi parte quitárselo.
Entro en la cafetería. Sonrió viendo el mostrador: todo sigue igual. Pido un café con galletas de mantequilla. Y observo desde la mesa de siempre. Es increíble y emocionante. Luce exactamente como lo recuerdo, la ciudad no ha cambiado nada, solo nosotros. No ha pasado tanto tiempo desde la última vez que visitamos este lugar. Pero ahora lo veo con ojos diferentes. Saboreando esta melancolía, disfrutando de tantos recuerdos hermosos, estoy animada a quedarme. Quiero intentarlo. No importa si debo trabajar de mesera de nuevo. Saco mi teléfono y redacto un lindo mensaje sobre nuestro pasado. Y se lo envío a Daniel, junto a una invitación para salir el sábado. Responde. Deja mostrar lo ansioso que está, y saca una sonrisa placentera en mí. Ya no duele. Respiro profundo. Que bien se siente el olor a café.