Idealmente quizás

CAOS

Camino entre la gente, me abro paso hasta la barra. Un vacío dentro de mi se expande, lo siente en mi pecho, me consume, me desgarra. Pido un trago. El dolor persiste, no logro distraerme y mucho menos puedo disimularlo. El alcohol arde en mi estómago como la primera vez que lo probé. Qué sensación tan desesperante. Monic llega primero: siempre tan resaltante, deja miradas deseosas tras sus pasos. A chicas como ella solo les interesa inflar su orgullo con atención. Se ven a sí mismas como un trofeo que lucir. Es repulsivo, y tardé en darme cuenta. Es fácil caer embelesado, pues su apariencia es todo lo que tienen para dar. No puedo decir que Monic es igual, tiene más, sabe jugar. Pero ellas saben cómo arruinar la experiencia con su actitud arrogante y controladora. Las mujeres relajadas y con humor han sido mi mejor encuentro. Y Karen es una extraña mezcla: puede ser juguetona, reír y disfrutar conmigo, y otras veces puede volverse seductora y retadora.

Pido otro trago. La sensación de vacío vuelve al pensar en ella. El miedo a perderla lucha contra mi razón. Me nacen dudas que podrían ser la medida perfecta y necesaria para aceptar esta pérdida. Pero la necesidad me arranca de mí mismo y me llena de desesperación. ¿De verdad puedo dejar pasar toda esta semana de aislamiento y rechazo, por un mensaje cursi? ¿Para qué? Si luego resulta que pensabas irte. ¿Por qué debo insistir? Yo sé que sin ella caeré en la tristeza, pero... ¿con ella no pasará algo similar? Gruño indeciso. La rabia se hace presente de nuevo. Es mi límite. Pasar y seguir con este teatro solo me va a quebrantar mucho más. Pago mi cuenta, no debería seguir tomando por el día de hoy. Me levanto del asiento, y me vuelvo a sentar cuando la veo entrar. A pasos rápidos, intenta aparentar normalidad, va en dirección al baño. ¿Qué hace? ¿Por qué luce tan devastada? Pido otro trago.

Se une a sus amigas como si nada, sonriente y alegre. Yo debería irme, mas no logro mover ni un músculo, ni siquiera puedo dirigir la mirada para otro lado que no sea hacia ella. Estoy tocando el fondo. Mi cabeza enciende miles de alertas, y no puedo reaccionar a ninguna.

Al fin su mirada se cruza con la mía. Se sorprende al verme; sonrío por su reacción. Queda congelada, como si tuviera miedo de mí. Sus amigas la sacan del trance. Y vuelve a mirarme, esta vez luce nerviosa. Procede a caminar despacio en mi dirección. Hay tanto temor en sus pasos. Indecisa, se detiene a mitad de camino: es obvio, no quieres acercarte. Mira hacia atrás y luego regresa su mirada melancólica. Estaba seguro de que podía confiar en ella, olvidé por completo esa tonta teoría de “no ser real”. Solo nos observamos mutuamente por un par de segundos. Esboza una mueca, levanta una de sus comisuras como despedida. Algo se rompe, y lo siento, en este momento no podría volver a decir que te amo.

No esperaba encontrarlo acá. Necesito escucharte. ¿Acaso puedo seguir siendo egoísta y acercarme? Camino nerviosa hacia él. Su cara cambia de expresión. Pasó de tener un gesto amable a una seriedad abrumadora. Logro sentir su odio. No puedo seguir. Me da miedo el daño que causé. Lo siento, ya no hay nada que arreglar entre nosotros, porque lo destruí.

Regreso junto a mis amigas. Encuentro su espalda entre la gente. Es doloroso que se vaya. Ninguna de estas chicas se ha dado cuenta de lo sucedido, es como vivir en un mundo aparte.

Intento no pensar, debo disfrutar de mi despedida. Bromeamos, brindamos, y me encuentro a mí misma mirando la salida, borrando cualquier sonrisa. Nadie sabe de nosotros dos.

De pronto me arrepiento. Me despido y apresuro el paso a la salida. Tengo la esperanza de verlo allí: esperándome. Salgo y no hay nadie, la calle está sola. Con tristeza, trato de organizar mis pensamientos, mis manos tiemblan, hacen difícil recuperar la calma. Hasta que un ruido familiar llama mi atención, escuchar ese coche negro girar la avenida genera un susto y una sensación desesperante.

—Todavía estabas aquí —susurro y aprieto mi puño contra mi pecho.

 

Aprovecho el insomnio para limpiar y organizar. Reviso maleta por maleta, dejo en orden el anexo, debo entregarlo en buen estado. En realidad, organizo de nuevo para distraer mi mente. Suspiro al ver mi teléfono, no puedo evitar el impulso de revisar nuestra conversación, quiero escribir, pero no es correcto. Reviso el teléfono de nuevo, me muero de ganas por saber de él.

Quisiera drenar lo que siento en el acelerador. Manejo sin rumbo en carreteras que tienden a estar abandonadas. Es absurdo preguntar el porqué, aunque lo busque, no tengo respuestas. Estoy exhausto, me convencí que esta vez sería diferente, y como estúpido vuelvo a confiar. No entiendo, no comprendo su mirada, sus expresiones no encajan con sus palabras, ¿cómo puedes afirmar estar segura, teniendo lágrimas en tu rostro? Ya no puedo distinguir mi alrededor; cierro mis ojos en un intento de callar mis pensamientos: dudas, recuerdos. Necesito recuperar el control. Giro el volante y piso fuerte el freno. El costado de mi puerta impacta contra un muro escondido entre la maleza… tenía que evadir esa curva. Cierro los ojos de nuevo, esta vez presiono mis dedos contra mi frente buscando esparcir el dolor. Proceso el remolino en mi cabeza como la peor tormenta que acecha a los desesperados. Hago mi mejor esfuerzo en decidir que cosa necesita de mi atención inmediata: el dolor agudo en el cuello o las náuseas que genera el cansancio. Solo puedo concluir que mi cuerpo entero pide a gritos un descanso. Suspiro, dejándome caer sobre el asiento, para quedarme dormido lentamente, mientras observo las estrellas por el retrovisor.

 

Ya casi amanece y faltan pocas horas para mi vuelo. Dormir a esta hora es inútil. Preparé un último desayuno en este lugar, me pregunto si Daniel querrá venir, es una buena excusa para llamarlo. Respiro profundo para recuperar el valor: invitarlo a comer, suena a una agradable despedida, tal vez para no dejar esto tan roto.




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