Entro al ascensor y espero con paciencia llegar al piso treinta. Sujeto el abrigo en mi mano, aunque en la calle hace calor, en la oficina tienen aire, por lo cual puede darme frío. Siento que no dormí, me levanté en busca de Daniel, soñé que estaba en el mismo hotel donde me hospedo. No quiero olvidarlo, sería imposible avanzar si no lo hago, pero sus recuerdos son mi anhelo, y a la vez, mi tristeza. ¿Cómo estará? ¿Aún me odias, incluso en mi ausencia? De seguro eso le molestará más. Miro la luz del ascensor. Si continúo pensando en él, terminaré en llanto. Enfócate Karen.
Camino alrededor de mi supuesto escritorio, no estoy segura de que sea el correcto, se encuentra delante del ascensor. Debo esperar por la chica que me dará la orientación. Dejo escapar un suspiro, no me gustaría tener que recibir a todos los que vengan a este piso. Me acerco a la ventana. La vista es impresionante. Sonrió con emoción al ver la playa en el horizonte. Siempre quise conocer el mar cálido, ¿será muy diferente a la playa fría de aquel diciembre? El sol desde este lado quema, pero en Mom era grato y me llenaba de regocijo caminar en las mañanas. Acá puedo sentir el calor apenas salgo de mi habitación. Y si paso mucho tiempo en la calle, me vuelvo roja y me duele la piel. Desde ese día de compras, sé que debo tener cuidado.
—Buenos días.
Volteo para encontrarme de frente con la chica que esperaba.
—Hola, buen día —respondo con sorpresa.
—¿Karen?
—Si, ese es mi nombre.
—¿No te acuerdas de mí? —sonríe con emoción—. Estaba obstinada, pensando en aguantar a otro pasante, pero ahora me alegra de que seas tú.
—¿Si? —pregunto confundida, intento reconocer su cara.
—Reina, ¿no te acuerdas? Hace años, cuando vivimos juntas en el apartamento de Enrique.
—Ah —recuerdo, sobre todo a Enrique, pero el resto de caras no tardan en venir—. ¿Cómo es que estas por estos lados?
—Soy de acá, pasa que estudié en Mom por un intercambio.
—Vaya, que sorpresa.
—Tenía esperanzas de conocer al pasante al venir de la misma universidad —dice mientras camina en busca de abrir todas las cortinas—. Pero como de seguro no conozco a los graduados del último año perdí la ilusión, es sorprendente que te eligieran a ti, ¿cuándo te graduaste?
—Hace dos años…
—Y aún así has quedado, sí que tienes suerte.
—No sé si llamarlo suerte —susurro, no estoy de acuerdo con su perspectiva.
—En fin. —Se acerca—. Todos quedamos intrigados y algunos preocupados cuando te marchaste con un hombre desconocido y mayor.
—Es un amigo, fue para bien. —Sobo mi hombro izquierdo. Decirlo de esa forma suena un poco perturbador.
—Bueno, Steve se volvió insoportable luego de ese día, nos dijo que era un hombre mayor y que lo golpeó por intentar hacer que te quedaras.
—Es una mentira —contesto con rabia. No quería recordar a ese ser.
—Si, creerle a él era lo menos que queríamos hacer, pero como nunca te comunicaste, ¿qué nos quedaba? Ni te imaginas lo preocupado que estaba Enrique.
—¿Si? Lo poco que recuerdo es que nada le perturbaba ni le interesaba.
—Sigues siendo igual de inocente, ¿eh? —ríe a carcajadas—. Le gustabas, Karen.
—¿Y qué pasó con él?
—Todos nos mudamos luego del incidente.
—¿Cuál?
—Buenos días —interrumpe un señor mayor, con tono pesado. Nos mira desde la entrada de una manera extraña .
—Buenos días señor Francisco —responde Reina—. Esta es Karen, su nueva pasante, en seguida va por su café —sonríe hasta verlo desaparecer dentro de su oficina. Enseguida que supo de la presencia, Reina, acomodó su tono de voz y postura, viéndose diferente a lo que hace un rato me mostraba, alguien alegre y despreocupada—. Karen, tenemos que ponernos al día luego. —Toma un pedazo de papel del escritorio—. Baja a la cafeteria en la esquina y pide un café negro sin azucar, acá te escribo como deben preparar el sandwich. —Me entrega la nota—. Ve rápido, usa tu dinero, luego te lo repongo, lo siento no esperaba quedarme hablando tonterías. —Fuerza una sonrisa para ocultar su vergüenza.
Bajo de inmediato y me encuentro con la cafetería llena de personas. Todas piden sus órdenes a gritos, y se cuelan entre la multitud para hacer el pago en la caja. No hay orden de ningún sentido. Que pesar tener que entrar entre la gente para hacer mi pedido, sin contar que hablo otro idioma. Levanto mi voz como pueda, aunque me siento sofocada, no estoy acostumbrada, ni mucho menos me gusta este ambiente. Por suerte un empleado me entiende.
Regreso al edificio con la orden en la mano. Tardé mucho por el caos en ese lugar. Toco antes de entrar en la oficina de mi jefe.
—Buen día, acá le traje esto —pongo la bandeja sobre su escritorio.
—Ya es tarde —dice sin apartar la mirada de su ordenador.
—Disculpe, mañana lo traeré temprano. —Tomo de regreso la bandeja.
—Déjame el café, póngalo sobre la mesa, no sobre el escritorio.
—Entiendo. —Hago tal cual como me pide. Parece una persona bastante hostil hacia todo, pero de alguna manera me recuerda a Daniel. ¿Así luciría de viejo? Me cuesta imaginarlo así, creo que siempre preferiría ser amable.
El resto del día intento ser una esponja que absorba todo lo que me explica Reina. El jefe de ella está de viaje, tiene tiempo para entrenarme y se lo agradezco. Parece que se esfuerza por tratarse de mi, me sorprende el aprecio que me tiene. Nunca fuimos tan cercanas, y desde que desaparecieron los regalos de Daniel me volví lejana, predispuesta a conversar menos de lo habitual. Por eso recuerdo más a Enrique, porque era el único con quien compartía palabras y ratos en la cocina, quizás era por el acuerdo de prepararle la comida, me obligaba a compartir a diario con él.
—¡Salgamos a por unas birras!, ¿qué dices?
—Pero acabamos de salir del trabajo —digo cansada.
—Tenemos mucho que ponernos al día Karen, disfrutemos.
—Son las… —Reviso mi teléfono—. Siete de la noche, un miércoles.