—Daniel. —Otra vez despierto diciendo su nombre. Todo está oscuro. Reviso el teléfono y todavía faltan tres horas para el amanecer. Tengo varios mensajes.
Cuando las chicas consiguen un tema para hablar, que les interese a todas, se quedan a escribir mensaje tras mensaje. A veces, la notificación de mensajes sin leer supera los cien. Parece que este es el caso, hablan de gente que no me importa en lo absoluto. Nunca estuve interesada en relacionarme con nadie en la universidad, tampoco en mi día a día y mucho menos en mi trabajo. Daniel era suficiente. No soy muy social, tampoco necesito de un grupo grande. Me bastaba con salir una tarde a pasear, confesar mis sentimientos convertidos en animalitos de dudosa procedencia y comer algún dulce. Y todo eso, lo tenía con una sola persona. No sabía lo importante que era su presencia para mí. No valoré su compañía y tampoco lo aprecié. Quiero volver. Bien queda el dicho: nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
Reina me ayudó a encontrar alquiler. El lugar queda en el centro, aunque da la misma impresión de aquel bar donde le gusta ir. La fachada es espantosa, pero por dentro se mantiene decente. Es un edificio con varios apartamentos, ¿por qué son tan económicos? Simple, por la zona. Cada fin de semana se arman grandes escándalos musicales porque la gente en este país celebra por cualquier cosa. El precio de este lugar ha bajado por la contaminación acústica que casi nadie está dispuesto a aguantar, excepto personas como yo, que no tenemos idea de cómo movernos en la ciudad. Es preferible estar cerca que inventar vivir en zonas mejores pero lejanas.
El lugar está sin amueblar, con un único ambiente abierto y un baño. Apenas me alcanza para una hornilla eléctrica y un saco de dormir. Si, me toca aguantar muchas incomodidades, porque no puedo permitirme lujos, no por ahora, y aunque lo pudiera, no me conviene gastar cuando no sé si me quedaré por mucho tiempo. Al menos mientras conozco la ciudad, podría mudarme a un sitio mejor.
Se ve tan amplio. Sin muebles, ni decoraciones. Al menos tiene un armario integrado a la pared. Hueco y vacío: así me siento, como este lugar. Ha pasado un mes desde que llegué. Ya estoy acostumbrada al trabajo. Llego cada mañana primero que todos y limpio el polvo de la oficina de mi jefe. Abro las cortinas, reorganizo los horarios y dejo cada una de las listas a revisar por orden en su escritorio. Apenas él llega ya tengo su café. Y bajo de inmediato al almacén para rectificar que todo esté en orden y se siga las indicaciones con disciplina. He quedado como la secretaria amargada, intento no sonreír ni darme a torcer, no me interesa simpatizar con nadie, solo con mi jefe, para que no me regañe ni me llame la atención. Es molesto cuando lo hace, me hace sentir como una niña pequeña e inútil que no sabe hacer nada. Desde entonces solo analizo cómo se hace todo y lo replico.
También fue un mes sin saber nada de él. Pensé que el tiempo volvería menos intenso el dolor, pero me equivoqué. Ahora lo extraño el doble que antes. La necesidad de tenerlo a mi lado es desesperante. He llegado al punto de escribirle a Jon para saber sobre Daniel, pero no me ha contestado nada que no sepa: trabaja día y noche. Casi no lo ve por la oficina, vive ocupado.
—Estuve pensando sobre la charla que tuvimos el otro día, y creo que tengo la solución —dice Reina al apoyarse sobre mi escritorio. Como no tengo a quien contarle mis desgracias, ella recibe toda mi dosis de llanto. Ya se ha vuelto nuestra costumbre ir al bar, me gustaría decir que han sido pocas las veces que le he llorado por Daniel, pero mentiría—. Te hace falta relajarte, pero como no quieres con nadie, tendrás que comprarte un juguete.
—¿Juguete? —pregunta incrédula.
—Si, después del trabajo iremos a una tienda, yo te ayudaré a conseguir uno. —Suelta una risa traviesa antes de volver a su oficina.
¿De qué habla? A qué clase de juguete se refiere. Suspiro. Esto me pasa por andar desahogándome, si me guardara mis asuntos para mí no tendría que lidiar con Reina. Pero la soledad no se siente igual cuando estaba en Mom, ya no me siento con la misma energía, tampoco tengo la paciencia que antes manejaba para aguantarme. Con facilidad cedo ante la tristeza y me cuesta motivarme. Es muy distinto tenerlo cerca, que estar lejos. Podíamos pasar un mes sin hablarnos, pero ambos sabíamos que nos podríamos encontrar a la vuelta de la esquina. Ahora, no solo estamos lejos, estamos rotos. Y de solo pensar que no volverá a hablarme me hace sentir un nudo en el pecho. Siempre lo supe, ya estaba advertida, creí que no sería tan difícil vivirlo. Incluso tengo un deseo que no considero tan caprichoso: por lo menos quisiera recuperar nuestra amistad. Si no quiere volver conmigo lo entiendo, creo que ni yo me volvería a aceptar. Pero por lo menos quiero saber sobre él. Extraño tanto hablarle. ¿Qué no daría en este momento por escuchar algún refrán o chistes de esos que me soltaba?
Subimos a un taxi que nos deja en una calle concurrida. Ya puedo caminar con tranquilidad entre tanta gente al usar tacones. Los primeros días fueron complicados, pero considero que me he adaptado bastante rápido, hasta puedo cruzar algunas palabras de este idioma para ordenar en la cafetería.
—Aquí es —dice Reina, entra en la tienda que tengo enfrente. De solo ver las estanterías siento que me sonrojo. No sé cómo ocultar la vergüenza que siento en este momento—. ¿Por qué pones esa cara? ¿Acaso nunca habías visto uno así? —Señala un juguete de goma en particular pero giro mi vista hacia el lado contrario.
—¿Qué hacemos en esta tienda? —susurro cerca de ella.
—Te dije que te falta un juguete —afirma sonriente—. Vamos Karen, no seas tímida.
Respiro profundo para relajarme. Si me resisto pasaremos más tiempo en este lugar, y no quiero eso. Compraré cualquier cosa para salir rápido de aquí. Me acerco a ver los precios. No oculto para nada mi rostro de sorpresa. Ignoro todos los comentarios que hace y solo me dedico a observar y asentir.