Idealmente quizás

SUEÑOS

Dejo caer las llaves del auto y el teléfono, prestados por Ferit, sobre su escritorio. Al fin terminé toda esta pesadilla del trabajo. Tardé poco más de un mes. Durante ese tiempo dormí poco, comí mal y lo único que hice fue acumular estrés y postergar la tristeza que cargo. Me siento en la cornisa de la ventana. Estoy tan cansado, quiero volver a casa y no salir por un mes. Mi alma pide a gritos el encierro, mi mente solo quiere apagarse, no pensar. Cierro los ojos y dejo caer mi cabeza sobre la pared. Sueño con ella a diario. Después de tanto trabajo sería grato la recompensa de salir un día con Karen. ¿Qué debería hacer? Dormir hasta no despertar, quizás.

—Aquí estas —comenta Ferit al entrar en su oficina—. Has hecho un gran trabajo, pensé que te tomaría el doble de tiempo. —Saca de la nevera una botella de whisky—. Me alegra saber que estas devuelta.

Sonrío. No soy el mismo de antes, podría aguantar todo esto si lo fuera. Me levanto y acepto el vaso. Lo tomo de un trago. Creo que he tomado una decisión.

—Puedes quedarte con el coche, aún no has mandado el tuyo al taller —dice al ver las llaves sobre el escritorio.

—Renuncio. —Dejo el vaso sobre la nevera.

—Estás cansado, lo sé. Te observé todo el mes, terminas tarde, llegas temprano. ¿Quieres un mes? ¿Dos?

—Quiero irme y no tener en mente que volveré.

—Ah Danielito. —Menea su vaso—. Siempre serás ese niño sonriente para mí. Aunque tú yo de ahora se vea tan distinto a como creí que serías.

Suspiro con lentitud. No necesito charlas del pasado para añadir a mi tormento.

—Ve. —Se acomoda en su asiento, reconozco la decepción en su mirada—. Haz lo que tengas que hacer, igual sabes que puedes volver cuando quieras. No pienso insistir como lo haría tu madre.

—Lo agradezco.

Salgo de la oficina. Camino con desánimo hasta la parada de autobús. Nunca entendí porque todo el que me conoce se empeña en crearse expectativas. Estoy cansado de fallar en no cumplir ninguna. Eso hace que las voces en mi cabeza revuelvan los sentimientos. «Lo siento, creo que no seré suficiente para nadie».

Entro en casa sin prender luz alguna. Así, a oscuras, me siento mejor. Toco el mesón para revisar la cantidad de polvo que logro sentir en mis dedos. No he tenido tiempo para la casa. Tampoco importa.

De nuevo el sol impacta en mi rostro. Me llevo las manos a la cabeza. He vuelto a soñar con ella. Puedo darme cuenta de cuando estoy en un sueño. La presión, el dolor, me llenan de angustia. «Porque sigues apareciendo» repito en mi mente. Apenas me levanto tomo las cortinas con fuerzas para romperlas, al tercer intento ceden. Dejan entrar toda la luz al cuarto. Respiro agitado al observar la tela a mis pies; no sirven de nada. Estoy agotado de sentir el sol. Decidido, me dirijo al garaje en busca de cajas y bolsas de basura, necesito acabar con la entrada de luz en esta casa.

Despierto con lágrimas en las mejillas. Esta vez no veo nada, la mayor parte de la casa está sumergida en oscuridad, solo quedan un par de luces encendidas: la cocina, puedo verla desde mi cuarto con la puerta abierta, y el baño, que sobresale un poco por los bordes de la puerta. Ya no sé qué hora es, ni siquiera sé si dormí lo suficiente. Mi cuerpo se siente exhausto, el ánimo no me deja levantarme. Cierro los ojos e intento dormir de nuevo.

Supongo que han pasado varios días. Perdí la noción del tiempo, no tengo hora ni fecha. Vivo en silencio, apenas algunos sonidos se filtran desde afuera. Estoy en el fondo. Reviso la nevera, busco motivarme para preparar algo, una tarea casi imposible, solo quiero dormir y no volver a despertar. No queda nada sencillo que preparar, siempre mantuve la despensa llena, ahora permanece vacía pero aún quedan algunos ingredientes; no pienso salir, con lo que tengo debería bastar. Mi mente permanece tranquila, aturdida, me cuesta pensar, es una ventaja, los recuerdos no pueden atormentarme. Y las voces no las entiendo.

Voy camino a casa, evado las calles concurridas, las ideas saltan a mi mente sin previo aviso, llenándome de dolor. Cierro la puerta a mi espalda, aliviado de estar en mi zona cómoda. «La gran mentira hecha realidad» acecha la voz en mi cabeza.

—¡Daniel! Te estaba esperando —sonríe feliz desde el sofá.

¿Por qué no dejo de verte? Decido ignorarla otra vez, sigo de largo hasta la cocina.

—¡Daniel, eres un idiota!, todo este tiempo me hiciste daño y no te importaban mis sentimientos. —Entra por la puerta principal una segunda Karen.

Quedo tan sorprendido como confundido al ver dos de ella, una observa sonriente desde el sofá y otra me apunta con su dedo. Espera una respuesta.

—Daniel —susurra otra, atrás en mi espalda… siento un escalofrío. Sus manos acarician mis hombros con suavidad y delicadeza. Pero solo veo el rostro lleno de odio esperando la respuesta.

—¿Qué quieres de mí? —pregunto derrotado.

Despierto con la respiración acelerada. Ese último fue más que un sueño: fue una alarma, una pesadilla en realidad. Tres de ellas al mismo tiempo, quizás esté alcanzando un nuevo nivel de ansiedad. «¿Qué quieres de mí?». Cómo si mis sueños pudieran responder mis dudas. Mejor me preparo algo de comer.

Espero que los granos ablanden. Veo un reflejo borroso de mi rostro, no quiero verme en un espejo, me odio por todo esto. El mayor responsable. Enfrentarme a mi reflejo... no estoy listo para nada. Deslizo un dedo por la cocina, la casa tiene una ligera capa de polvo. Esto me incomodaría mucho, ahora no importa. Miro el fregadero lleno de trastes por lavar, no me hace sentir nada, solo una imagen lamentable de mí.

—Daniel —escucho su inocente voz. La encuentro observando con melancolía las estrellas—. ¿Por qué si soy una estrella, no estoy allá arriba con ellas?

—Estela —soplo su nombre—. Estela... estoy perdido. —Caigo de rodillas ante ella. No parece darse cuenta de mi desesperación—. ¿Por qué me dejaste? —suelto lágrimas ante su indiferencia—. ¿Por qué ella también se ha ido? ¿En qué fallé? —lloro derrotado, hundiéndome en la soledad—. La necesito...




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