Despierto al escuchar el timbre por tercera vez, pude reconocerlo aún dentro del sueño. Me levanto en busca de una camisa, «¿quién estará tocando? ¿qué hora será?». Bajo la escalera y me detengo delante de la puerta, en mí reside un extraño temor por salir. Arranco un pedazo de cartón de la ventana para saber si es de día. Quedo cegado por la luz, demasiado tiempo sin verla. Respiro profundamente antes de abrir.
—¿Sr. Lemur? —pregunta el vigilante—. Disculpe, qué extraño se ve con barba, también está un poco pálido, ¿sabe?
—Orlando, ¿cómo le va? —Intento abrir los ojos pero me cuesta adaptarme al sol.
—Vine a hacer un chequeo, no fuimos avisados que estuviera de viaje y tiene tiempo sin salir de casa. ¿Todo bien?
—No se preocupe, gracias por su atención.
—¿Sr. Lemur? ¿es usted? —Se acerca una vecina—. Que bueno, pude cruzarme con usted —comenta aliviada.
—¿Buscándome? —pregunto sorprendido a la vez que me despido del vigilante con una seña.
—Su casa está muy oscura —dirige una mirada dentro. Sonrío al cerrar un poco la puerta—. En fin, resulta que se metieron a robar en esta residencia, y debido a ese incidente queremos aumentar la seguridad.
—Me parece bien, ¿vino a recoger firmas?
—Mas que eso quiero advertirle. Usted es el único vecino que llega tarde por la noche, entra y sale como le guste, debería tener cuidado y dejarse de esas rutinas. —No puedo evitar mi cara de sorpresa, no esperaba tal descaro—. Eso no es todo, debería dejar también de traer ciertas mujercillas, a saber de dónde las saca.
—Espere un momento… —Respiro indignado—. Primero, no son prostitutas. Segundo. —Río brevemente—. Es mi casa, que le importa lo que haga…
—Su casa es parte de esta comunidad, le guste o no, la mayoría tiene peso aquí. Esta es una residencia familiar, no hay lugar para solteros sin frenos.
—Puede estar tranquila, tengo mucho tiempo sin traer desconocidos y no llegaré tarde. —Qué molestia tener que ceder y actuar como persona decente para evitar conflictos.
—Me alegro que nos podamos entender, creí que era un salvaje.
—Sus quejas fueron recibidas, ¿algún otro detalle? —añado sarcástico.
—Su coche, sería tan amable de cambiarlo por uno silencioso, gracias —dice al retirarse.
Entro de nuevo en mi oscuridad, me cuesta enfocar la vista. Todo sigue como si nada, pase lo que pase, solo somos una vida entre tantas. El mundo no va a dejar de girar, aunque pareciera que así lo haría. Hace mucho tiempo que solo venía Karen a mi casa, no entiendo el porqué de los reclamos. Casi no recuerdo la última vez que traje a una mujer diferente. Apago la luz de la cocina, por lo menos un rato, hasta que mi vista se adapte de nuevo a la oscuridad. Karen, su nombre resuena con pesadez en mi cabeza.
—¿Dónde estás? —susurro. Fue extraño escuchar mi voz. Me abro paso hasta el ventanal de la escalera. Toco el cartón que cubre la luz. Busco el borde, donde está la cinta que lo sujeta. Y tiro de ella al encontrarla. El sol se siente diferente. Me ciega, no puedo ver nada, pero el calor es reconfortante. Sonrío aliviado. Caigo de rodillas ante la ventana. Se acabó. Es tiempo de volver a la normalidad. Abro los ojos, la maleza ha crecido tanto, no hay nadie que la corte. Estaba tan hundido en mis pesadillas que olvidé por completo mis responsabilidades. No quería revivir recuerdos. Mi corazón se siente estrujado pero tranquilo. Todo está en desorden. Este tampoco soy yo. ¿A quién esperaba? ¿Acaso alguien podría escuchar mis tormentos? La decisión es mía; no quiero seguir hundido. Prefiero volver a intentar que desmayar. Es confuso, todo sería más fácil si tuviera la claridad de saber qué hacer. Pero supongo, que puedo comenzar por recuperar el orden de esta casa.
Quito las bolsas y cartones que cubren las ventanas. Busco un par de lijas, para limpiar los bordes, que han quedado estropeados por la cinta. Es tonto, solo bastó una pequeña llamada de atención para salir de la desesperación. «No debí aislarme», es lo que repito al buscar culpables. Sin embargo, la ligereza que siento dice lo contrario, «esto tenía que pasar». Me pregunto si ella también se siente perdida. No, en lo absoluto. Ella siempre tiene un rumbo, aunque no sepa cual es; nunca deja de seguir andando. Sonrío de nuevo al recordarla, después de todo, pasamos muchos años juntos.
Llegué a Mom convencido por mi padre para tomar el trabajo de la inmobiliaria, porque Ferit le ofreció ayudarme. Antes estuve un tiempo, por dos meses: luego de la muerte de Estella, mi madre nos obligó a mi hermano y a mi a quedarnos en casa de Ferit. Quería alejarnos del escándalo. Amargado, lleno de rabia; sin ganas de salir de casa. Tuve que volver para retomar mis estudios, estaba cerca de graduarme. Desde ese momento comencé a distanciarme de mi familia. Me dejé llevar por cualquier vicio que pudiera llenar el vacío. Empecé a desaparecer por días enteros, ebrio sin saber dónde estaba, tenía la esperanza de que el alcohol ayudaría a olvidar. Solo me llevó problemas y las mismas decepciones.
Regresé a Mom para comenzar el trabajo. Pasé mucho tiempo enfocado en mi soledad, antes de que Majo me convenciera de salir con los demás. No estaba mal, sentí que podría recuperarme al sentir la compañía. Hasta que conocí el sexo. Reconozco que al principio me obsesioné, luego, solo quedaba un vacío desgarrador después de consumir el placer. Recuerdo que quería quedarme con cualquier chica que pasara la noche conmigo, no importaba quien fuera, solo quería ocupar el espacio en mi cama. Pero a medida que conocía más, y el apetito sexual disminuía, era fácil encontrar cualquier excusa para rechazar la idea de compartir casa. Pasé de querer compañía a despreciarla, no aguantaba estar por varias horas con alguna persona. Karen llegó en medio de todo eso. Aunque me esfuerzo por ser disciplinado, por dentro soy un caos. Junto a ella olvidé esta soledad. Y aunque a veces me sentía acosado por estar solo, ella estaba allí para hacerme compañía con su extraño modo de ser.