Recojo todo de mi escritorio, es hora de partir. Me quedo sentada con la vista perdida en el ascensor, espero por Reina.
—Así que, ¿Karen? —Se acerca el vicepresidente desde su oficina—. ¿Qué edad tienes? Luces bastante joven para la reputación de amargada que te has ganado.
—Primer día y ya está al tanto.
—Siempre mantengo una buena relación con mis empleados. —Posa de nuevo sus codos sobre mi escritorio. Le dedico una pequeña sonrisa, para luego proceder a ignorar su existencia. Mi trabajo no depende de este ser, así que nada le debo—. Ya es hora de irse, ¿quieres que te lleve?
—¿Acaso sabes dónde vivo?
—En la empresa se le requirió dibujar un croquis de tu transporte ¿no? —sonríe—. Claro que he revisado todo.
—No hace falta, gracias. —Miro su cabello rubio relucir bajo la luz. Me recuerda a alguien.
—Vamos, me queda de paso.
—¿Eres de esas personas que no saben lo que significa un no? —finjo una sonrisa amable.
—A mi nadie me dice que no —susurra, acercando más su rostro hacia el mío.
Suspiro, me levanto de mi asiento. Que persona tan desagradable. Solo deseo alejarme de él.
—¿Karen? ¿Estás lista? —Sale Reina de la oficina—. Señor, aún sigue aquí —sonríe.
—¿Se van juntas? ¿A dónde?
—A mi casa —responde ella—. Ya sabe, una noche de chicas —ríe despreocupada.
Él alterna su mirada entre las dos con una extraña sonrisa.
—Me parece peculiar, que te lleves bien con la pasante. —Se acerca a ella—. ¿Quieres que las lleve? Las puedo dejar a dos cuadras de tu casa.
Reina luce nerviosa.
Bajamos hasta el sótano, donde está el estacionamiento. Y por supuesto, tiene un coche negro y deportivo. Con cuero negro, que también mantiene bien encerrado el olor del perfume. Pero este luce como una versión más costosa del coche de Daniel, con dos puertas en vez de cuatro. Es una forma descarada de demostrar que no tiene problemas en gastar dinero.
Miro por la ventana, mientras ellos dos hablan en los asientos delanteros. No entiendo nada de lo que dicen, gracias a los grandes altavoces que están detrás de mí, con música a todo volumen. Tampoco muestro interés en participar.
—No sabía que vivías del mismo lado de la ciudad que yo —digo al ver el coche negro a lo lejos.
—No, vivimos en lados contrarios. Lo siento, te pagaré el taxi.
—Pero él me dijo que le quedaba de paso… —comento pensativa.
—Ya ves que no. —Suspira—. Vamos por un trago, ¿si?
Nos sentamos en la mesa. Ella pide dos cervezas. El ambiente es tenso. Obviamente estoy molesta, por la actitud del idiota de su jefe, que hasta su nombre me rehuso a recordar.
—¿Podrías dejar de tratarlo mal? —suelta amargada—. ¿No te das cuenta que le gusta que lo trates así? Será un gran problema si él se obsesiona contigo, no quiero aguantarlo por favor.
—¿Es un psicópata? ¿O acaso un niño caprichoso?
—¿No luce como uno?
—Entonces, ¿cómo debo actuar? Me causa dolor de cabeza solo escucharlo.
—No pensé que le gustaras, no eres de su tipo —resopla—. Pero te advierto, no aceptes que te lleve ni te quedes a solas con él. No tengo pruebas, pero estoy segura que es uno de esos hombres capaz de forzarte si quiere.
—Creo que no hace falta ser muy inteligente para notarlo —río. Al fin un comentario que pueda romper lo pesado del momento.
—Karen —su tono permanece serio—. ¿Te gustaría quedarte con este empleo?
—¿Por qué la pregunta?
—Él puede hacerlo. —Hacemos silencio mientras el mesero nos sirve las bebidas.
En ningún momento pensé en quedarme. No tengo muy claro lo que haré, aun así, no pierdo las esperanzas de volver a Mom.
—¿Cómo puedes estar tan segura de que lo hará? —pregunto por curiosidad, no me interesa en lo absoluto esa persona, ni quedarme.
—Así obtuve mi puesto. Comencé limpiando pisos, y por acostarme con él, ahora soy secretaria del vicepresidente. —La miro con sorpresa, no sé qué decir—. No estoy orgullosa de eso, es un hombre casado, hace lo que quiere, no tengo idea si su mujer sabe, pero se siente mal ser parte de este circo. No pretendo juzgar, si tu quieres usar el mismo medio, no es algo que recomiendo pero sé que te lo ofrecerá.
—Ya lo hizo, no tan directo. Ya soltó la frase de “ayudarme a quedarme”. —Tomo un largo sorbo—. No quiero nada que tenga que ver con él. Me cae mal, y lo detesto.
—Si —ríe—. Sabía que lo repelerías. ¿Sobre qué tema querías hablar?
—Con todo esto en mente, lo olvidé.
Los problemas que yo le cuento a ella son menores. Me siento mal e infantil por querer discutir sobre si usar un juguete está bien. Y al considerarlo, me he respondido a mí misma. No me siento bien cuando lo hago, menos porque estoy pensando en cierta persona. Así que es simple: está mal y punto.
Regreso a casa desanimada. Ni pensar que quedará para los siguientes tres meses. Si tuviera el dinero para irme, no tendría problemas en renunciar. O escaparme sin decir nada, no sé cuáles serán las penalizaciones por no cumplir la pasantía.
Pongo a calentar agua para un baño caliente. Intento dar con alguna película que me anime a superar este día. Suspiro con pesar al no encontrar nada que me agrade. Abro mis mensajes para contarle a mi Daniel imaginario sobre el caos que se avecina en mi vida; pero mi corazón se congela al ver todos los mensajes con la verificación en azul.
—No puede ser —alcanzo a expresar luego de varios segundos en silencio, con el teléfono en la mano. Camino de un lado a otro. ¿En serio ha visto todos mis mensajes? Busco entre la conversación lo último escrito. Si, hasta le conté lo patética que me siento por usar un juguete pensando en él. Apago el teléfono, y lo dejo sobre el sofá.
—No pienses en eso —repito lo que dice la voz en mi cabeza.
Las lágrimas salen sin poder pararlas. Ahora me arrepiento de haber usado nuestra conversación como diario. Se suponía que no me iba a quitar el bloqueo, ¿por qué de repente?