Esta mujer no tiene reparo. Miente con facilidad cuando se molesta, como lo caprichosa que es. De inmediato la bloqueo. Sé que estas discusiones no terminan aquí, y en lo que tenga algún otro argumento que refutar, me va a escribir. Lo admito, me declaro culpable, me gusta provocarla. Un rasgo que encuentro atractivo y excitante en ella es cuando responde desafiante. Pero en este caso no aplica, puedo reconocer que lo hace por sentirse confrontada. Discutir con ella es inútil. Es molesto no poder hablar. Al final tengo que darle la razón a Majo. Tiene ese toque infantil que me hace molestar.
El día parece pesado. Me ha costado trabajar en la casa, pero en la insistencia es donde se consigue el progreso. Tengo todo listo para la venta. Esta propiedad se ha revalorizado porque la urbanización es codiciada por muchos. Puedo ponerle un precio absurdo, y aun así la comprarán.
Miro minucioso mi alrededor, no puedo evitar repetir la pregunta en mi cabeza: ¿me ha quedado grande esta casa? Es cierto que estoy cansado de la rutina, mas eso no responde el porque siento urgencia por un lugar pequeño. Por ese pasillo, muchas veces llegamos juntos. Es estrecho, siempre me hacía ilusión jugar contigo en ese espacio. Cuántos pensamientos desechaba para no presionarte. Muchas veces me cohibí para no espantarte, e igual huiste. Con Karen aprendí, que los dichos tienen valor, expresan verdades. “Lo que temes, eso te vendrá”. La cuidé como el objeto más preciado que tenía, ahora dejó este vacío que no sé llenar. Es como un robo, que dejó una huella.
Recibo un mensaje de Amanda. Mi intención no era ayudarla, pretendía irme sin darle mi número. Hay que admitir que la idea de cenar fue buena. Pero tendrá que esperar para cuando tenga tiempo libre. Hoy tengo que ir al taller a recoger el coche.
Doy una vuelta alrededor de mi auto. La pintura ha quedado bien, es la segunda vez que lo mando a pintar. Ya no quiero tener accidentes. Sé que no voy a recibir una gran cantidad por él. Ni la mitad de lo que he invertido. Es viejo, no creo que le quede tantos años para seguir circulando sin ser visto como vejestorio. Con solo ver el kilometraje se sabe su valor. Hasta sería mejor regalarlo, pero sé que por ahí debe de existir algún tonto que quiera invertir en esto, como yo, cuando buscaba complacer el capricho de tener un coche deportivo asequible.
Suspiro de manera pesada cuando enciendo el motor. ¿Por qué tardé tanto tiempo en darme cuenta de lo ruidoso qué es? Conduzco despacio. Sin motivo siento mi cuerpo rígido. Estaciono afuera del taller. Me encuentro nervioso e inquieto. Observo las tiendas de ambos lados, quizás un café podría ayudar a relajarme. No hay nada cercano que pueda servirme. Miro mi reflejo en el retrovisor, aprovecho para acomodar el vidrio, parece empañado. Abro la guantera en busca de un paño, y encuentro un colgante de Karen. Lo sostengo en mi mano: media luna. El único accesorio que le regalé. Limpio el retrovisor y regreso el paño a su lugar. Miro de nuevo el objeto brillante. «Tú eres peor que el frío» suelto esas palabras con amargura. No sabía que sería fácil compararme con un objeto. Desechado, como algo que perdió su valor. Así también dejó algunas otras cosas en casa.
Apago el motor. Evité pasar por esta calle durante mucho tiempo. La plaza sigue igual. Y la tienda por fuera luce similar. Después de tantos años, es curioso que no quisieran hacerse con una nueva imagen.
El mostrador está lleno de dulces. Y nuestra mesa está vacía.
—Me da un café, por favor.
—¿Daniel? —pregunta el señor detrás del mostrador. Llegué a cruzar palabras pero no recuerdo su nombre.
—¿Cómo se encuentra? —sonrió.
—Espera, mi esposa tiene que verte —ríe complacido—. Ven, siéntate en la barra, yo invito el café.
—De acuerdo… —sigo su indicación. Echo un vistazo a la cajera, está tan confundida como yo.
La música es relajante y frustrante a la vez, el romance abunda mucho por todos lados.
—¡Pero si es Danielito! —Aparece una señora mayor, con aparente alegría por verme.
—Puedo preguntar: ¿por qué tanta emoción?
—Ay cariño, de seguro ni recuerdas. —Busca una silla alta, se sienta enfrente—. En cambio, yo soy fanática de tu historia —sonríe complacida—. De todas las historias bonitas que veo en esta cafetería, la tuya está entre mis favoritas.
—¿Mi historia? —dudo—. Señora, ¿usted espía a sus clientes?
—Yo no lo llamaría así, están en mi local, soy libre de mirar —ríe—. No puedo creerlo, actúas tal cual como lo pensaba.
—No sé qué decir —expreso consternado.
—Mi amada esposa escribe pequeños relatos románticos —dice al servirme un café—. Son historias cortas, siempre busca inspiración entre nuestros clientes. Le encanta adivinar sus actitudes, diferencias y a veces apostamos si la pareja continúa.
—¿Cómo saben quién gana la apuesta? —Me da temor preguntar.
—No siempre obtenemos respuestas, pero con el tiempo siempre regresa solo uno —responde con una sonrisa amable. Yo también sonrío, para ocultar la molestia que me hacen sentir. Me dan ganas de irme y no volver más.
—Entonces... ¿Quién ganó la apuesta?
—Sabía que eras inteligente —comenta alegre—. Soy Margaret y este es David, estoy segura que no nos recuerdas. —Se inclina para susurrarme—. Ahora, ¿estás afirmando que terminaron?
—¿No es lo que están insinuando?
—No, por favor, quizás malinterpretaste mis palabras... —apresura David.
—¿Fue ella, cierto? —agrega Margaret desafiante.
—¿Usted es una bruja? —suelto sarcástico.
—Se puede decir que tengo mucha experiencia en deducir —Se halaga—. Reconozco que tardaste en regresar, aunque pensé que sería ella quien volvería con otro a nuestro café.
—¿Qué? —Suelto una risa—. ¿Puedo saber por qué dice eso?
—Oh, lo siento —lamenta—. No sabía que fuera reciente.
Apoyo mi cabeza sobre mi puño. No estoy seguro si estas personas solo quieren molestarme, de todos modos quiero saber que tienen para decir.