Idealmente quizás

AMANDA

Quisiera decir que será sencillo. Me estresa que no pueda conducir con naturalidad. De alguna manera transmite su timidez al volante. Frena de manera brusca y no puede girar sin dejar de mirar a todos lados. Si fuera por prudencia lo dejaría pasar, pero el coche queda sobre la acera. Mi auto no es alto, por suerte las aceras en este estacionamiento tampoco lo son. 

—Creo que esto va a tomar tiempo —digo con pesadez.

—Lo siento, si te arrepientes, lo entiendo.

Que molesto. Ya perdí la cuenta de cuantas veces se ha disculpado.

—No lo sé. —Respiro profundo—. ¿Puedes estacionar ahí?

—¿Cerca del muro?

—No, me refiero entre esos dos matorrales pequeños, al frente.

—Eh, bien… lo intentaré. —Mira indecisa sus pies.

Acelera de manera brusca. Ya en este punto, no quiero volver a reclamarle nada.

—Lo siento —dice por milésima vez.

Mira hacia el frente. Deduce que debe retroceder un poco, y pone marcha atrás. Sin saber como: termino sobre sus piernas. Quitándole el pie del acelerador, y con el deseo de hundir el freno. Puedo sentir en mi frente el latido de mi corazón.

—No pasó nada, ¿verdad? —pregunta llorosa.

Salgo apresurado del vehículo. Ha quedado a un dedo de distancia del muro. Intento calmar mi agitada respiración. Por supuesto que no fue buena idea darle mi coche.

Se acerca con una expresión de terror. Me mira rápidamente para luego ver el suelo.

—De verdad, no sabes lo terrible que me siento. —Tapa su rostro—. Perdón, casi nos estrello contra la pared.

—No. —Quisiera que mi voz sonara amable, pero no puedo procesar la molestia—. Tenía que haberme dado cuenta.

—Soy lo peor… —llora—. Nunca podré…

—¿Sabes qué? —Finjo una sonrisa—. La próxima vez será con tu coche.

—¿Habrá una próxima? —Trata de secar las lágrimas—. Mas bien, debería irme… y no volver.

—No hay que ser tan pesimistas. —Miro la pared—. Da igual, no pasó nada.

—Pero… —Se frota un brazo mientras no aparta la mirada del casi accidente.

—Fue suficiente por hoy, vamos por algo de comer. —Su actitud me recuerda a Estela. Me siento obligado a mantenerme sereno. Solo quiero que cambie esa cara y olvidar esta tarde.

—Si, yo pago. —Entra al auto, sigue con la misma expresión lastimera—. No importa lo que pidas, te lo debo.

—No hace falta.

—Por poco destrozo tu coche, cuando fuiste tan amable en confiar…

—Ya, pero, ¿qué tal si nos olvidamos de esto?

—Si puedo ayudarte, o pagar el daño…

—¿Qué daño? No pasó nada —vuelvo a repetir—. Deja de recriminarte. —Levanto la mano en alto para pedir silencio—. No quiero escuchar más del tema. No ganas nada de asumir la culpa y torturarte por esto.

—Es que…

—Nada. —Exhalo—. Todo sigue igual, aunque lo parezca, no estoy molesto.

—¿De verdad? —susurra.

—Me frustra tu actitud, no lo ocurrido.

—No puedo ignorar mi error.

—Es normal cometerlos. No por eso te vas a condenar.

—Bien —respira calmada.

Pongo música. Quiero ignorar todos los cuestionarios que giran en mi cabeza. No quiero responder, tampoco quiero escuchar.

Se mantiene callada el resto del viaje. Estaciono el coche en un restaurante. Hoy no me apetece comida rápida.

Dentro escogemos nuestra mesa. Mientras miro el menú, me percato de que ella no abre, ni revisa su carta.

—¿Estás segura de lo que vas a pedir?

—No… en realidad no me alcanza el dinero. —Mira sus manos, bajo la mesa, con vergüenza.

—Pide para ti, yo pagaré lo mío.

—Pero…

—Dije que no quería saber sobre el tema —corto sus palabras, antes de que vuelva con el mismo tormento.

—Está bien —susurra.

—Por cierto, en casa tengo mucha ropa de Karen, y necesito deshacerme de todo.

—¿Ella vivía contigo? —La pregunta me confunde—. Digo, sé dónde vivía, fui muchas veces. —Suspira—. Lo siento, aún me cuesta procesar que ustedes eran pareja.

—Ya…

—Es triste porque pensé que ella confiaba en mí. Entiendo que Monic y Madison no son de fiar, contarle algo íntimo a ellas puede ser incómodo… —Se frota el brazo—. Pero me gustaba creer que yo era la más cercana a Karen.

—Es complicado. Las cosas con Karen, son un vaivén.

—¿A qué te refieres?

—Ella no confía ni en sí misma. No esperes que se preocupe por ti. —Cierro el menú.

—Si lo dices tú, que eres… —Su expresión se vuelve triste.

Hablar de este tema pone en duda mi apetito. Ganas de irme y encerrarme de nuevo no me faltan.

—Bueno. —Sonríe de pronto —. Los pantalones me quedan, de eso estoy segura. Pero las blusas me quedarán apretadas, porque tengo más pecho… —Parece hablar para sí misma—. Pero puedo encontrar quien las quiera.

—No me importa lo que hagas. Deshazte de eso si quieres, solo me ahorrarías el trabajo de hacerlo yo.

—Auch —sonríe nerviosa—. Eso sonó doloroso.

—No lo dudes.

—Oh… ¿tú no querías terminar?

¿Puede deducir eso por solo escuchar mi tono de voz?

—¿Qué vas a pedir? —Prefiero ignorar lo anterior.

—Uhm. —Revisa de nuevo la carta—. Menestra de verduras con pollo.

—Iré a pedir, ya que ningún mesero se nos acerca.

Vuelvo a la mesa. El silencio entre los dos parece incómodo para ella. Y aunque a mí me gustaría mantenerlo, ella lucha por encontrar un tema en común. Se le nota, por los constantes movimientos de manos. Supongo que ya no quiere hablar sobre coches, no se atreverá a tocar el tema por hoy. Dejo escapar una sonrisa, me hace gracia lo fácil que es de leer. Me mira curiosa, pero tampoco es capaz de preguntar.

—¿Nunca has pensado que, puedes conocer a una persona solo con observar? —pregunto para aliviar su intriga.

—De hecho sí, yo quería estudiar psicología. —Muerde sus labios—. Pero no pude costear la universidad.

—¿De que te graduaste?

—Educación. Me gustaba la idea de cuidar a los niños, pero en los pocos trabajos que he tomado como pasante dicen que me falta carácter.




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