Idealmente quizás

MUEBLES VIEJOS

Estaciono el coche a un lado del portón. No tengo ninguna intención de entrar, y espero no ofender a nadie por esto. Le escribo a Majo para que sepa que la espero afuera. Miro el extenso jardín detrás de la reja. A Ferit siempre le ha gustado demostrar su fortuna.

—Hola —dice al subirse—. Ferit te mira desde la ventana, aún no comprende porque te has alejado.

Hago un cambio de luces antes de encender el auto, una forma de saludar, supongo.

—No lo sé, todavía no estoy listo para esas charlas.

—¿Acaso algún día lo estarás? ¿Cómo puede una niña dejarte tan inestable?

—Dijiste que no tocaríamos el tema.

—No hablo sobre ella, me refiero a ti, y tu tonta manera de esquivar las responsabilidades.

—¿En serio? ¿Lo dice quien no quiere hablar con su esposo por mero capricho?

—No sabes nada, no estoy aquí por gusto.

—No, no se nada, pero eres tan controladora que de seguro te molestó tener que lidiar con una familia que no tienes.

—Gracias —dice sarcástica y golpea mi hombro—. A mí que me importa su familia, yo solo quería un hijo y un hombre capaz de soportar las cargas que Ferit quiere dejarme. —Se cruza de brazos—. No como otros, que tienen el cielo regalado y huyen por estupideces sin sentido.

—Ya… —Es una pesada—. No estoy rechazando la ayuda, pero hay veces que tienes que desconectar… ¿sabes?

—Dime. —Observo de reojo su seria expresión—. Si ella te hubiera pedido que te fueras, ¿no habrías dejado tu vida para seguirla?

Suspiro. Defendí a Karen por sobre todos. Dije una y otra vez que no era como decían, pero al final han tenido la razón. Ya en este punto, no tengo nada que decir en contra.

—Eres un caso perdido —sigue—. Siempre creí que tu madre exageraba, pero ahora entiendo su perspectiva. Solo espero que mi hijo no sea como tú.

—Bueno, si no lo haces sentir como un inútil, capaz de lo peor, de seguro no será como yo.

—Lo siento, se me olvidaba ese detalle. —Respira con pesadez—. Cambiando de tema, salí en estos días con Elena.

—¿Quién es Elena?

—Tu nueva candidata a prometida. —Aprieto el volante, no sé desde cuándo Majo apoya las ideas de Dana—. Es simpática, muy ordenada, su presencia profesional es perfecta, deberías salir con ella.

—Si me dan a elegir… —sonrío, sé que le molesta este tono—. Prefiero a la camarera del café, bajo la inmobiliaria, la que siempre cambia la voz y me deja notas bajo la taza.

—Ay por favor. —Suelta su cabello, para amarrarlo de nuevo—. Esa chica trabaja a medio tiempo, no tiene una dieta saludable, se nota en sus grandes piernas. Pidió un préstamo para abrir una floristería con su madre, cosa patética porque no van a vender más que la competencia. No estudia el mercado, no tiene metas en la vida, tampoco aspira a nada.

—Pero me hace sentir especial.

—No eres el único, lo hace con tres clientes, los otros dos son parecidos a ti.

—¿Cómo sabes todo eso?

—¿Recolectando información?

—Es decir: chisme.

—Llámalo como quieras.

—Pero… al menos somos tres y no diez —río.

—Daniel, ¿otra camarera, en serio? ¿Tienes algún fetiche que desconozco?

—Quizás… —Ahora que lo dice, es de pensar.

—Tienes que aspirar a alguien de acuerdo contigo.

—Tengo entendido que Elena trabaja como arquitecta, y yo solo tengo el título, según tu lógica, ¿no sería ella mucho más que yo? Se sale de mi rango… —No tiene sentido lo que digo.

—No, porque a ti te faltan un par de nimiedades para poder ejercer. Ambos están a la altura.

—Entonces… —Prefiero hacerla molestar—. Dices que menosprecias a los trabajadores cotidianos… eso es feo.

—No, solo que cada quien tiene su lugar. ¿Alguien que trabaja en una cafetería tiene la experiencia y actitud adecuada para dirigir las compañías de Ferit?

—Si… qué sabes, hay muchas variantes.

—No, tomando en cuenta esta chica de piernas grandes, ¿abrir una floristería entre otras dos? En una calle poco concurrida, sin el presupuesto para hacer publicidad. Es de tontos soñadores, ilusos.

—Los soñadores viven felices, y por lo general no le ocultan nada a sus parejas.

—Te detesto. —Resopla—. No apliques lo mismo, así no se hace.

—No puedes juzgar en base de chismes.

—Lo mismo te digo, no juzgues lo que no sabes.

—¿Por qué para ti no aplica? —Intento no reírme.

Mueve la cabeza en negación. Abre su cartera en busca de su maquillaje y despliega el espejo del copiloto. Le subo el volumen a la música. Mientras mantengo la mirada al frente, en la calle; pienso si debería disculparme por no ir a su boda. Es obvio que sigue molesta, mas no siento que haga falta una disculpa. Y mucho menos si prefiere influir a que siga las elecciones de mi madre.

Para mi suerte, Majo se ha limitado a su lista de compras. En todo nuestro paseo se limitó a comentar trivialidades. Algo que agradecí, sin embargo, me deja con esta sensación de angustia. La veo entrar y caminar hasta la entrada de la casa. Pobre niño, tendrá una madre intensa. Siento mi pierna izquierda inquieta, es una señal de estrés. Pareja, estatus, responsabilidades. Sé que tengo que volver, retomar el trabajo, pero aún no quiero esa carga. Me encuentro molesto, por tantas cosas y a la vez nada. Reposo mi cabeza en el asiento. El techo del coche luce desgastado.

—Vender y comenzar de nuevo —susurro.

Necesito encontrar un alquiler para dejar la casa a la inmobiliaria. Busco el teléfono. Le escribo un mensaje a Amanda para dejarle la ropa de Karen. Me gustaría aprovecharme otra vez de ella, podría invitarla a salir, o darle alguna clase si tiene la tarde libre. Pero no, desecho la idea. Pongo en marcha el auto, tengo demasiado tiempo acá estacionado. Debo aprender a lidiar con la soledad por mi cuenta.

Doy vueltas por la ciudad en busca de algún cartel, en un edificio o casa. Encontrar un alquiler en el centro es casi imposible, por eso quiero apuntar a los más informales, que hacen todo por su cuenta. Estaciono el coche en una plaza. Me desplomo sobre el volante mientras escucho la radio. Es agobiante mantenerse desanimado. El estrés se acumula en mi cuello, siento la nuca inflamada. Cierro los ojos y callo mis pensamientos, solo quiero escuchar la música que suena.




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