Idealmente quizás

DORADO

Esta última semana es la más complicada. Con el inicio de mi periodo, se ha vuelto un desastre. No importa cuantas pastillas tome, no me deja de doler el vientre. Hago pésimo mi trabajo, y me cuesta mantener una sonrisa. Quisiera tirar todo por una ventana. Ojalá pudiera dejar de ir. Que asco es estar sola.

Remojo un pequeño paño en agua caliente. Lo dejo por unos minutos sobre mi abdomen bajo. Ya este es el cuarto día, el dolor debería bajar. No pudo llegar el fin de semana, no, tuvo que comenzar el lunes. Cuantos regaños me hubiera evitado. Cuantas hojas no hubiera tirado a la basura porque todo me salía mal. Intento calmar mis nervios, pero los minutos en el reloj no dejan de correr y llegaré tarde.

Me lavo el rostro. Con cuidado cubro mis ojeras con maquillaje, y busco echar un par de gotitas para los ojos, con la esperanza que no luzcan irritados. Esperaba impaciente por la llegada de Enrique, pero debido al trabajo, ha tenido que aplazar sus vacaciones.

Miro dentro de la nevera, este mes abusé de la comida en la calle. Y por eso ahora estoy sufriendo. Cuando como mucho condimento, es cuando más fuerte me viene el periodo. Si no fuera porque en esta cultura hasta a una simple taza de café le echan polvos raros, no estaría en esta situación. Extraño la comida simple. Pero ver el estado de mi cocina me quita las ganas de hacer algo.

Antes de salir me detengo delante de la puerta. Aún me duele el corazón. La ausencia se ha vuelto insoportable, encima le agrego las hormonas inestables. Regreso al sofá. Como deseo que estuviera Daniel a mi lado. Recuerdo cuando buscaba excusas para estar conmigo. Extraño que esté ahí para mí. El dolor se intensifica al pensar que ahora será otra quien reciba su atención.

Apenas llego a la oficina, veo a mi jefe parado en su puerta. Me hace señas para que entre. Dejo caer con desánimo el bolso sobre mi escritorio.

—Karen. —Me indica la silla—. ¿Será que podemos llegar a algún acuerdo? Entiendo si no te importa para nada quedarte, pero no puedes ser tan descarada. Que solo te falte un mes para cumplir no es suficiente excusa para soportar tus faltas.

—Lo siento, solo será por esta semana.

—¿Por qué?

—Porque soy mujer —sonrío osada—. Y hay detallitos que se escapan de mis manos. —Me levanto—. Ahora si me disculpa, como usted dice, me queda un mes. —Suelto una breve risa—. Eso significa que pronto seré libre de soportarlo a usted y sus estúpidas exigencias exageradas que no sirven para nada.

—Podrás cumplir, si, pero eso no te va a garantizar una carta de recomendación.

—Me importa un… —Respiro profundo—. Hablemos la próxima semana, ¿si? Por ahora le pido que me deje en paz.

Vuelvo a mi escritorio. Escondo el rostro entre mis manos. Es tan difícil controlarme cuando me molesto. Yo si quería tener esa carta de recomendación. Por eso aguanté tanto tiempo. Cuando pensé sobre desechar todo, me refería a algo simbólico. Iré al baño a soplarme la nariz, antes de que termine por llorar aquí.

La tarde transcurre con calma. He podido quedarme sentada todo este rato, lo cual agradezco. Mi jefe se tomó la tarea de bajar, él en persona, al almacén. Eso solo me hace sentir mal, por la forma en que le hablé. Siento que podía haberlo pedido de otra forma. Lo veo regresar por el ascensor con una taza en las manos.

—Mi esposa solía tomar esto… —Deja la taza sobre mi escritorio—. Espero te ayude.

—Gracias —susurro, mientras contengo las ganas de llorar.

Enseguida se va a su oficina. El calor entre mis manos se siente bien. Huele de maravilla. Como no tiene sentido tomar té en clima caliente, dejé a un lado esta práctica. Pero en medio del aire frío del edificio, cae como regalo del cielo. Un sorbo es suficiente para hacerme sonreír. No sabía que ese señor podría ser tan amable. La felicidad no dura mucho. Ese perfume que una vez tanto amé, ahora es una razón de molestia para mí.

—Quien diría que serías de esas que leen y toman el té —sonríe.

—Buenas tardes señor.

—Me hace preguntarme… —Se acerca, e ignora por completo mi saludo—. Qué tan refinada serás… —Esa última sonrisa es diferente, me hace sentir un escalofrío.

—Creo que lo esperan en su oficina —digo nerviosa. Quisiera irme a casa en este preciso momento.

Se aleja, ajusta su traje, y levanta su mentón en alto antes de continuar. Si supiera cuánto lo odio, pero aun con mi malestar me he mantenido con la misma actitud. Vuelvo la vista a la taza. El pensar que no importa lo que haga, esa persona no pierde el interés, me hace volver a mi estado triste de la mañana.

No dejo de mirar la hora en mi teléfono. Cómo si eso ayudara a que los minutos pasen rápido.

—Karen, tengo una cosita de que hablarte —dice Reina al acercarse—. ¿Será que ahorita al salir, vamos por algo de comer?

—Sigo con malestar, no quiero salir a ningún lado.

—Pero es algo que me inquieta, es un favor que debo pedirte.

—Bien, te esperaré.

¿Ahora en que me he metido? ¿Vale la pena pensar e intentar descubrir qué puede ser? El dolor de cabeza, incesante, me dice que no, pero la curiosidad me gana. Sea cual sea, de seguro tendrá que ver con Enrique. Eso me hace sonreír. Es el único motivo que tengo por ahora, del que pueda conseguir algo de emoción.

Entramos al bar de siempre. Miro con incomodidad a la gente bailar. Dejo salir un largo suspiro antes de sentarme. Menos mal no tengo hambre, detesto la comida de este lugar. Ahora solo queda esperar que Reina sea breve y directa.

—Sin rodeos por favor —suplico.

—No vas a pedir nada?

—No… —pienso—. Un vaso de agua…

—Bien. —Ordena—. Resulta mi querida compañera, que en estos momentos me encuentro en una encrucijada con mi jefe. —Reviro los ojos.

—¿Y ahora qué?

—Quiere que le consiga una cita contigo. —Hace una mueca extraña con la boca.

—No entiendo, ¿no fuiste tú quien me advirtió sobre él? —Finjo una sonrisa.




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