Apenas llego a la casa, pongo a calentar agua. Lo malo de vivir en este clima, es que los alquileres no cuentan con un calentador, porque es normal bañarse con el agua a temperatura ambiente. Que no está mal, pero yo necesito del calor. Sobre todo ahora, que me urge relajarme. Todo el trayecto de regreso tuve que reprimir la rabieta que me generó las palabras de aquel arrogante. Y no tener a quien contarle mis penas lo hace deprimente. No he comido nada, tampoco tengo ganas de preparar algo. Siento como el desánimo sube hasta mi cabeza. Quiero encerrarme debajo de la sábana y no saber de nada. Apago la hornilla, también las luces, hago que mi hogar se vuelva oscuro. Me acurruco en el sofá. Abrazo mis rodillas. Las lágrimas no se hacen esperar. Mi pecho se desgarra con un dolor tan profundo… Solo deseo dejar de pensar, por favor, que todo se apague por un momento.
Despierto con dolor de espalda. Mi cabeza se encuentra aturdida. Miro con detenimiento la puerta del baño. Los recuerdos del día anterior vienen de manera lenta. No tengo energía. Necesito comer algo. Con dificultad alcanzo el teléfono. Busco que puedo ordenar. Al completar mi pedido, dejo el aparato a un lado. No quiero leer los mensajes. Abrazo mi sábana. Y doy gracias al cielo porque este domingo sea tan silencioso. Es un respiro después de tanto tiempo. Aunque sienta mi corazón hecho trizas y mi cabeza perdida, el silencio que llena este lugar ayuda como sedante a mis malestares.
Luego de comer, tomo el teléfono para ponerme al día con las noticias. Esperaba que Reina me enviara un testamento. En vez de eso tengo mensajes de Enrique y Amanda. Le escribí el otro día, para recuperar la comunicación, con el interés de que me reciba. Desde entonces hemos estado mandándonos mensajes. Y, Enrique, quiere saber dónde encontrarme. Sonrío. Creo que será buena idea verlo, después de tanto tiempo. Lástima que no revisé los mensajes antes de comer. Me hubiera gustado ir a la cafetería con él. Al final le escribo que nos veremos en la playa, junto con Reina y sus conocidos. Así tengo espacio para arreglarme.
Compré este traje de baño hace un par de semanas. No traje ninguno, no pensaba ir a la playa, ni siquiera sabía que estaba tan cerca. Siempre quise ir al océano en un clima tropical. Y aunque intento hacerme una idea de cómo será el día de hoy, solo puedo ver el coche negro estacionado sobre la arena cuando cierro los ojos. ¿Cómo hago para olvidarte? Me hace preguntarme si la teoría de: un clavo saca a otro, sea cierta. Una vez lo pensé con Jon, pero rechacé la idea de inmediato. Puede que el hecho de que ambos sean compañeros de trabajo, fue algo que me afectó. Sabía que a Daniel le sentaría fatal. Por favor, es como si él saliera de repente con algunas de mis amigas. Una tontería sin sentido.
En fin, termino de recoger todo dentro de mi bolso. Espero no olvidar nada. Me miro de nuevo al espejo. No suelo usar lentes negros, debo admitir que me sienta bien usar vestidos sueltos, cortos, por encima de las rodillas. Solo me falta el sombrero, lástima que no quise gastar tanto.
—¿Karen? —Un hombre me toma por sorpresa antes de cruzar la calle.
—No puede ser —sonrió, antes de darle un abrazo—. Estás idéntico, excepto por esa pequeña panza —bromeo.
—¿De verdad lo crees? —Da una vuelta sobre sí—. Yo creo que se nota mi esfuerzo.
—Si. —Asiento—. Ya no eres tan delgado —rio. Sé a lo que se refiere. Luce como una persona que hace unos meses fue con intensidad al gimnasio, pero ahora solo le quedan los brazos grandes.
—Pero tú. —Toma mi mano, giro por su petición—. Una diva —sonríe.
—Exageras, hace un par de años te lo creo. —Me quito los lentes—. ¿No te ha escrito Reina?
—Que ya venía en camino. —Revisa el teléfono—. ¿Quieres tomar algo? El sol está fuerte, mejor esperamos bajo techo.
—¿Tienes miedo de quemarte? —pregunto burlona, como si él fuera un niño.
—De seguro ya estás acostumbrada, pero yo vengo del frío, ¿no sufriste con el cambio?
—Si, el primer mes vivía más roja que un tomate.
—Exacto, y este que está aquí, no quiere verse como pasta de tomate. —Ambos reímos. Estoy agusto con él, hasta me nace un poco de melancolía y remordimiento por nunca haberle escrito.
—Por cierto, ¿si traje el protector? —Reviso mi bolso.
—Si no lo sabes tú…
—No, no lo traje —susurro con horror.
—Yo tengo, recuérdame dártelo.
—Gracias, me has salvado la vida. —Sonrió agradecida, pero algunos detalles me hacen reír—. Es increíble que ya tengas canas en la barba.
—Si. —Toca sus vellos—. Ahora soy todo un señor.
Cubro mi cara al reírme con fuerza.
—¿Y tú? ¿Ahora eres risueña?
—No —respondo culpable—. Puedes preguntarle a Reina, soy la amargura en persona.
—¿En serio? No podría darme cuenta, ahora y por mensajes suenas alegre.
Si, en este momento me siento feliz, pero solo es por encontrar a alguien que conozco. Si no fuera por Reina, no habría soportado mi estadía aquí. A veces, cuando camino por las calles, crece un dolor dentro de mí por estar sola. Antes no huía de la soledad, pero ahora es abrumadora, ya no es buena compañía.
Reina nos escribe que ya se encuentra en el toldo alquilado, junto a sus conocidos. Enrique y yo cruzamos la calle para entrar en la playa. La arena se levanta y cae dentro de mi zapato. Contengo mi reacción, finjo que no me importa. La verdad es que está tan caliente, que quema. Miro a los niños correr descalzos. ¿No lo sienten? Ahora que miro a mi alrededor, me fijo en la cantidad de personas. Las playas en Mom se mantienen solas, al menos no encontrarás a más de veinte personas. Acá es diferente, terrorífico cuanta gente comparte este espacio.
—Karen, mi vida. —Se acerca para abrazarme—. ¿Sabías cuánto te quiero?
—Se nota un poco de pregunta en tu ironía —digo al zafarme de sus brazos—. ¿Estamos despedidas?
—¿Qué? —pregunta Enrique—. Yo también quiero que me reciban con ese cariño.