Realizar la mudanza sin coche fue toda una experiencia agotadora. Espero que la casa se venda igual de rápido.
Esta era la última caja por desempacar. Quisiera decir que ahora todo está en orden, pero no es así. No tuve otra opción que quedarme con algunos muebles. Un sofá viejo que me tomó algunas horas limpiarlo. Una estantería llena de libros, igual de viejos. Otras mesitas, que a veces pueden resultar útiles, pero tener cuatro regadas por toda la sala, eso ya es demasiado. El desequilibrio óptico a mi alrededor me estresa. Es como un ruido constante, difícil de ignorar. Hay muchos adornos, solo dejaré un par, los demás irán al cuarto del olvido. Así decidí bautizar la segunda habitación, que estará llena de todo lo que su dueña no pueda llevarse.
Logré la remodelación por medio de la inmobiliaria. Ferit me dejó conseguir todos los permisos y materiales a cambio de mi regreso. Hoy tengo que pasar por su casa para discutir los detalles. Estoy tan animado como un gato en medio día. No quiero salir de casa, menos cuando me mudé hace dos días. Merezco descansar y encerrarme al menos una semana.
Oír que alguien toca la puerta me trae devuelta a la realidad. Estaba cómodo, perdido en mis pensamientos, tirado en el sofá.
—Dice mi abuela: ¿puedes pasar un momento por la casa? —Emily no ha dejado de venir cada vez que puede, no sé si agotar mi paciencia sea su meta—. El calentador se ha vuelto a dañar.
—Voy en un momento. —Cierro la puerta.
—¡Oye! —grita desde afuera—. Eso es de mala educación.
—Qué bueno que lo sepas —alzo la voz para que escuche.
La señora Emilia es bastante amable. Cada día que podía, mientras trabajaba, llegaba hasta la puerta con un plato de comida. Ella estuvo muy atenta pero su nieta, esa pequeña de doce, es intensa y entrometida. Por suerte solo está de visita por estas últimas dos semanas. Con ella aprendí que los niños pueden ser demasiados curiosos e ingeniosos. A diferencia de mi sobrino, que es callado y tímido, esta niña no ha tenido ningún problema en querer unirme con su madre. Es gracioso que hasta ella quiera encontrarme pareja.
Al terminar de revisar el calentador de la señora Emilia, me cambio con rapidez y salgo para la casa de Ferit. Quiero terminar cuanto antes con esta conversación, y poder aislarme de nuevo. Siento que este mes he socializado bastante, entre la señora Emilia y su nieta, Amanda y Majo. He tenido que estar de un lado a otro, y sin coche.
—Pero mira quien vino —grita Majo al recibirme en la puerta.
—Gracias por anunciar mi llegada —expreso irritado.
—¡Dane! —Uni se asoma desde la cocina—. ¿Cómo estás? —Se acerca, abrazándome.
—Bien… Tiempo sin verte —sonrío.
—Mírate… —Mueve su cabeza en negación—. La edad a ti no te pesa, ¿verdad?
—Mentalmente.
Ella ríe. Regresa de nuevo a la cocina. Majo me mira de arriba a abajo, y suspira con decepción.
—¿Ahora qué? —pregunto.
—Nada, yo no te veo tan joven.
—¿Acaso sabes hacer halagos? —rio. Revira los ojos como respuesta. Sale con cada comentario, ¿cómo no hacerla molestar? Es similar a Karen, y pensar en ello me borra la sonrisa.
—Mira a quien te presento. —Uni regresa con nosotros en la sala. Trae a un bebe entre brazos.
—¿Tu hijo?
—Si. —Me lo entrega—. Se llama Matias, apenas tiene dos añitos. —Le acomoda el cabello. Tiene esa mirada dulce, que solo una madre sabe expresar.
—¿Dos años? —Observo los pequeños ojos azules, que miran distraídos hacia la ventana—. No recuerdo verte con barriga en tu boda…
—Secretos… —ríe nerviosa—. Sabes, te sienta bien…
—¿Qué?
—¿Quieres uno? —pregunta Majo.
—No, estoy bien así, gracias. —Le devuelvo el niño a su madre, ya puedo sentir el tono de los chistes.
—Por favor, la sonrisa que pusiste al verlo te dejó un letrero sobre la cabeza.
—¿Si? —desafío.
—Acaso no es obvio. —Se sienta en el sofá, de piernas cruzadas.
—A ver, Uni, ¿qué es lo que dijo mi cara, si es tan obvio?
—Quiero ser padre —ríe—. Perdón, Dane. —Se tapa la boca.
Exhalo. Son dos contra uno, así que no puedo.
—¿Dónde está Ferit? —pregunto para evadir el tema.
—Fue a comprar las bebidas. ¿No sabes sobre la gran fiesta?
—Lo dudo.
—¿Qué celebran ahora? —pregunto sin interés.
—Han pasado diez años desde que se inauguró la concesionaria.
—¿Y van a celebrarlo acá? Es raro en Ferit, siempre renta un salón.
—La última reunión de la constructora fue acá, ahora le gusta disponer de su casa —añade Majo con pesar.
—¿No vas a venir? —Uni mueve la mano de su bebe mientras me habla—. Vendrán todos los empleados de las tres empresas. —Sonrío al ver la risa del pequeño—. ¿Puedo tomar eso como un si?
—No, deja de usar a un inocente para convencerme.
—Vendrá tu candidata a esposa —comenta Majo sin darle importancia.
—¿Cómo?
—Es una larga historia. —Creí que no tocaría este tema.
—No es la misma chica para la vacante de administración, ¿no? —pregunta sonriente.
—Ay, Uni… —Majo suspira—. Tengo que ponerte al día.
—Así me gusta encontrar a la familia —dice Ferit desde la entrada.
—¿Conseguiste las bebidas?
—Si, ya las trae el encargado. —Toca mi hombro—. Hablemos en la cocina.
Majo me dedica una sonrisa y mueve sus dedos a manera de despedida.
Ferit sirve dos vasos con whisky. Toma el suyo de un trago y se sirve de nuevo.
—Es agradable tener con quien tomar esto. —Mira su vaso pensativo—. Compartir con estas chicas no está nada mal, pero a veces hace falta con quien hablar temas más serios. No sé que tienen las mujeres que no les gusta hablar de negocios o políticas en la casa.
—No puedes esperar mucho de Majo. —Bebo un poco—. Por qué no le dices que traiga a su esposo.
—Yo le dije. —Murmura algo inentendible—. Sabes que le comenté, que si quería un hijo, que buscara a cualquiera por ahí, qué más da. Pero es tan terca.