Vuelvo a casa. Por la ansiedad del momento seguí con la bebida. Mala idea para andar con el estómago vacío. Solo quiero llegar, comer algo y pasar la noche tranquilo en el sofá.
—Daniel —dice la señora Emilia, quien sale del apartamento de enfrente—. Gracias por reparar el calentador.
—No hay de que. —Que yo recuerde ya me había agradecido.
—Hice pastel de papa, ¿quieres un poco?
—No me caería mal —sonrío.
—Perfecto, voy por ello. Tu vecino está de viaje y me pidió que le echara un vistazo a su casa.
—Con razón hay tanta paz en estos días.
—Si, bastante silencio —ríe—. Pero es un buen chico.
No me importa en lo absoluto quien es mi vecino, pero si agradezco la ausencia de música que pone los fines de semana, detalles técnicos de tener el equipo en la entrada.
Tomo una ducha rápida mientras se calienta el pastel de papa. Hay tanto en lo que tengo que pensar. Pero hoy solo quiero apagar la mente.
Apenas doy el primer bocado veo un mensaje de Amanda: «Daniel, necesito un favor urgente, ¿te puedo llamar?». Quizás en mi adolescencia pensé que no sería tan malo estar rodeado de mujeres, ahora me doy cuenta de que conozco a las peores que les gusta socializar.
Marco su número, no me interesa ayudar pero me ha despertado la curiosidad.
—¿Qué pasa? —pregunto con tono pesado, se nota mi cansancio.
—¿Quieres salir? —suena ansiosa, es raro en ella—. ¿Recuerdas que tenemos pendiente una salida para celebrar mi licencia?
—¿Hoy domingo? —Suspiro.
—No creo que te apetezca salir un lunes…
—En realidad si.
—No, por favor, salgamos hoy, ¿si? —Es irritante que suene como una niña.
—Eso no me convence.
—Pero…
—Mira, estoy en casa, dispuesto a pasar la tarde más tranquila de toda la semana. ¿Por qué debería arruinar esto por salir contigo?
—Quiero usarte para darle celos a mi supuesto chico —confiesa sin tartamudear.
—¿Supuesto? —río—. ¿De dónde sacaste semejante idea?
—De Karen… no es que me lo dijo ahora, pero hace tiempo me lo comentó.
—¿Por qué no me sorprende?
—Por favor, te deberé cualquier favor.
—¿Acaso puedes darme un coche?
—No…
—Entonces, que tengas un feliz domingo —vuelvo a reír. Espero se de cuenta de lo absurdo.
—Veras… —Exhala—. Estoy muy ansiosa ahora, y él tenía tiempo sin escribirme, hasta ayer. Solo me busca para pedir favores y yo no quería aceptarlo pero creo que ahora entiendo cuando me dicen que me usa.
—Con más razón, no deberías ir.
—Es que me da coraje que sea así. Le suplique muchas veces para vernos y siempre ponía excusas. —Hace un raro quejido—. Iré, quiero ver su cara al verme, y no sé que lograré con esto, pero gracias… me has dado el ánimo que me faltaba.
—No, esa no era mi intención. De verdad, quédate en casa tranquila. Tómate un jugo para bajar el estrés y ya luego te darás cuenta de la tontería en la que piensas.
—No puedo, simplemente no puedo.
Me recuerda a mí, insistiendo donde no debería.
—Bien, iré a ver tu espectáculo.
—¿Si? —comenta alegre—. Pero… arréglate como antes, no vayas tan causal.
—No dije que me dejaría usar.
—Ah… lo siento, ya te paso la dirección.
No puedo distinguir quién es más lamentable. Doy un par de bocados, mantengo su conversación abierta a la espera del lugar. Ruego porque no sea una noche larga. Me gustaría comenzar el día de mañana con entusiasmo. Retomar un diseño del que solo se acuerda Ferit, va a ser un reto. «Bikinis y martinis» leo. Ir al último lugar donde estuviste con tu ex, eso no es buena señal.
Abro el armario. Pretendía ir casual, pero siento una molestia que me empuja a querer caer en ideas ridículas.
—Hola —saluda sonriente—. No pretendes ayudar, y aún así estás como modelo de revista.
—Bueno. —Tomo asiento a su lado, en la barra—. No es cualquier lugar.
—¿Verdad que no? —Niega—. No entiendo qué hace acá.
—¿Cuál es el objetivo a despreciar?
—La tercera mesa de aquí a la entrada, el de gorra.
—¿Quién trae gorra a un club nocturno?
—Ya ves, el imbécil que juega conmigo —dice sin dejar de observarlo.
—Puedo sentir tus ganas de matar, te queda bien.
—Soy muy mala con el alcohol, y mientras te esperaba tomé un poco…
—¿Cuánto es un poco? —río
—¿Tres cócteles?
—Si —sonrío incrédulo—. Eso es muy poco.
—Es injusto que esto cuente como celebración.
—Así lo quisiste. Además, no deberías beber tanto si vas a manejar.
—No por favor —se queja—. Yo quería hacer una cena en tu casa.
—¿Perdón?
—Lo siento, es mucho abuso. —Oculta su rostro con sus manos—. No me siento bien.
—No sé qué decirte, no me hacía ilusión venir para cuidarte.
—Ah que pesar —finge llorar—. No pude contenerme. Y ahora ni celos le puedo dar al otro por que no voltea a vernos en ningún momento.
—Bailemos, nos podemos acercar a su mesa.
—¿A poco tu bailas? —ríe.
—Ven. —Extiendo mi mano para pedir la suya—. Me gusta la canción que está sonando.
Acepta con una sonrisa nerviosa. Caminamos entre la gente, hasta acercarnos. No nos importa ser obvios. Ella se lo toma mejor de lo que esperaba. Comienza a cantar en voz baja la canción y se mueve con buen ritmo. Creí que no sabía bailar, no es algo común para su timidez. De repente esta chica se me hace atractiva. Y los recuerdos de Karen no tardan en venir. ¿Tiene sentido sentirse culpable por fijarme en otra persona? Cierro los ojos. Prefiero sentir la música.
Pasa una canción. Luego otra. Se ha olvidado de su meta. Se mueve sin importancia, ni siquiera revisa si ese chico sigue ahí. Me alegra haber dado con una buena solución. Sin embargo, yo si pretendo estar pendiente, y soy sorprendido al cruzar la mirada con él. En este caso solo queda una cosa por hacer. Dedicar una obvia afirmación de que sabes quien es, y dejarle una clara señal de que ya no es su chica. Ser arrogante, así le digo. Ignoro por completo su reacción.