Abro la puerta. Mantengo mi cabeza entretenida con la idea de comer. No me apetece cocinar a estas horas, tampoco es un horario adecuado, pero tener el estómago lleno me corta el deseo.
—Vaya… —dice curiosa.
—¿Qué pasa?
—Pensé que tu casa sería diferente. —Deja relucir una risa nerviosa—. Sé que ha pasado mucho, pero aún lo recuerdo: Monic decía que… ¿era grande?
—Me mudé hace poco. —Busco en la nevera que opciones tengo.
—¿Podrías prestarme una toalla? Me gustaría bañarme cuanto antes.
—Seguro.
—¿Y algo de ropa también? No podría dormir con esto…
—Así pensabas dormir en el coche.
—Eso dije, pero… ahora es diferente. —Me mira de manera provocativa.
Reconocer sus intenciones, tan poco disimuladas, me hace enojar. Vuelvo a sentir un aura de falsedad en ella. Entro al cuarto en busca de alguna prenda cómoda para prestarle. Es extraño, porque no me desagrada. Mi intuición me dice que me aleje, y así pretendo hacer, mantendré la distancia. Tampoco tengo ganas de liarme con otra amiga de Karen.
—Gracias. —Toma la toalla—. Volveré luego… —Señala el baño al final del pasillo—. Ya sabes.
Camina de espaldas al pasillo sin dejar de verme, parece demasiado nerviosa como para tratarse de un chiste. Suspiro aliviado apenas la pierdo de vista. Que rara es. Creo que ya se le pasó el alcohol y se ha dado cuenta.
Busco platos en la alacena. Todavía no recuerdo donde guardé todo, algunos utensilios están metidos en cajas dentro del cuarto del olvido. Preparo de manera rápida un par de sandwich de atún con jamón para cada uno, con bastante vegetales.
—Ya estoy devuelta —Lleva puesta mi ropa. Su cabello gotea un poco, es imposible no ver las gotas que deja por todo el piso.
—¿A qué hueles?
—Es un gel para el cuerpo, siempre cargo conmigo un frasco.
—Ven, la comida está servida.
—¡Gracias! —grita emocionada—. Perdón… —Toma asiento con vergüenza.
Intento ser paciente, pero ese cambio constante de aptitud me agobia. El lado positivo de todo esto, es que ya no siento ningún tipo de deseo por ella. Es increíble como la bebida puede convertirte en otra persona.
Su teléfono suena al terminar de comer. Lo toma con sorpresa, alterna la mirada entre la pantalla y yo.
—¿Ahora qué? —Recojo los platos.
—Es Karen. —Un escalofrío recorre mi cuerpo—. Quiere hacer una videollamada, dice que tiene fiebre…
—¿Y qué tengo que ver yo con eso? —Sigo con lo mio.
—¿Puedo contestar?
—Haz lo que quieras. —Esto no debería perturbarme.
—Amanda… Hola. —Respiro profundamente al escuchar su voz. Suena mal, muero de ganas por verla. Aguanto la preocupación y me mantengo de espalda, lavando los cubiertos.
—Karen, luces fatal, estás roja…
—Si, es que me insolé. Hoy fui a la playa y pasé demasiado tiempo sin protector.
—Eso debe doler.
—Mucho, no puedo tocarme la piel. —Se escucha un quejido lloroso de su parte—. Me duele la cabeza y estoy cansada de dormir… Lo siento, sé que es tarde pero necesito de alguien.
—No te preocupes —ríe nerviosa—. La noche por acá es entretenida.
—Ah, ¿estás con alguien? Lo lamento, no quería interrumpir.
Ya terminé. Doy la vuelta para ver la escena. Desde aquí puedo verla, pero ella no a mí. Está de lado en la cama. Roja, por completo. Y aunque el video se ve algo borroso, igual puedo notar como el color resalta sus mejillas. Parece una muñeca con demasiado rubor.
—No creo que él te quiera saludar. —Amanda me mira para confirmar.
—¿Lo conozco? —Amanda niega—. Bueno, no importa, yo estaba con alguien pero no se donde está. —Se levanta, la sábana cae, se puede ver el traje de baño que usa. Deja el teléfono en la cama—. En teoría debería estar en la misma habitación, pero… —Vuelve a asomar el rostro en la pantalla—. A dónde pudo ir a las cuatro de la mañana.
¿No debería haberse cambiado de ropa? No tiene sentido, en plena madrugada.
—¿No que estabas sola?
—Si, me desperté hace poco. —Se abriga en la sábana—. Enrique me trajo a su hotel pero, ya ni siquiera recuerdo bien.
—¿Enrique? —Amanda pregunta con tono juguetón.
—Es un amigo, vino de visita desde Mom —sonríe—. Lo conozco desde hace años.
Esto me hace mucho ruido en la cabeza. ¿No debería conocerlo?
—¿Algo así como Daniel? —El tono de Amanda cambia, suena agria.
—Si, similar, aunque a Enrique lo conozco desde antes que Daniel —Se le nota la molestia—. Qué lindas son las mariposas de atrás.
Habla de los imanes en la nevera. Quiere cambiar de tema. Y lo entiendo, no es normal en ella contar detalles tan libremente. Sus palabras hacen que mi pecho se comprima. Alguien tan cercano como para llamarlo amigo, pasar una noche en el mismo hotel. ¿De dónde salió este?
—Lo siento, se que no es momento pero no puedo sacarme la espinita de ser la última en enterarme de que saliste con Daniel, pensé que era tu amiga más cercana.
—¿Cómo? —expresa confundida—. ¿Quién te lo contó?
—Monic es novia de Alfredo, en algún momento se sabría.
—Este… —Se muestra estresada al darse un masaje en la frente—. Amanda, lo siento, ¿si? —Ahora aparenta tristeza—. No quería escuchar comentarios al respecto. Conmigo misma ya tenía suficiente, disculpa si no confíe para contarlo.
Así es como manipula a su antojo. Creé que basta con poner una cara larga.
—Perdón, te sientes mal y vengo yo a sacar estos temas… —Mira hacia mí, queriendo pedir disculpas.
—No importa… —Se escucha una puerta. Karen se levanta de nuevo—. Volviste.
—Si, seguí la fiesta —dice él—. ¿Qué haces? ¿Que ni te has cambiado?
—Estaba hablando con una amiga, mira, te la presento. —Enfoca la cámara—. Amanda, este es Enrique.
—Un gusto —responde nerviosa.
No sé de dónde, pero luce como alguien que he visto.
—¿No deberías estar descansando? —Le toca la frente.
—Me sentía sola, la culpa es tuya por dejarme.