Idealmente quizás

INFANTIL

Apaga la pantalla de mi teléfono y lo deja a un lado. De inmediato mi sonrisa se borra. Enrique me mira con preocupación.

—Puedo preguntar, ¿qué ha sido todo eso?

—Estoy molesta.

—¿Por qué?

—No entiendo cual es la necesidad de saber sobre mi vida privada, yo no les debo nada, no tienen porque echarme esos detalles en la cara.

—¿Y por eso actuaste cariñosa conmigo?

—Quería demostrarle que estoy mejor.

—¿Usándome? Que cruel.

—Si, mucho te dolió —añado sarcástica.

—En realidad, me ilusioné, pero fue muy obvio que actuabas.

—Es que no sabes la rabia que me da, ¿cómo pretende creerse mi amiga cercana si no sabe nada de mí?

—¿Si no le cuentas cómo se va a enterar?

—No hay que ser muy listos para sacar cuentas. —Me cruzo de brazos—. Me refiero, a que lo único que le interesa es el chisme sobre mi vida amorosa, es para lo único que sirven.

—¿No se supone que así son las amigas?

—No lo creo, de hecho ahora me cuestiono mucho el significado de esa palabra.

Si, lo veo claro. Siempre es un título usado a la ligera, pero en realidad nadie cumple con la definición. Sin darme cuenta, comienzo a llorar.

—Karen, ¿te sientes peor?

—Yo tenía un único amigo, y ya no está conmigo.

—Bien. —Toca mi frente otra vez—. Te esta subiendo la temperatura, no sigas aplazando el baño.

—No quiero, el agua debe estar fría, y con la fiebre es horrible. —Limpio mis lágrimas con las manos. Me arde la cara, duele frotar las palmas en mi rostro.

—Pero tienes que bajar la temperatura.

—No quiero. —Ahora sí, mi llanto brota con soltura—. Si hubiera sabido que el sol quemaba tanto, no me hubiera ido.

—¿Qué?

—¿Por qué tengo que ser tan codiciosa?, estaba bien en Mom… —Abrazo la almohada.

—Karen, es obvio que no estás bien. —Toca con mucho cuidado mi hombro—. Por favor, toma el baño, llorar solo va a empeorar todo.

—No puedo parar… —Solo quiero desaparecer.

—Mira, ¿qué quieres a cambio?

—¡Nada, no quiero nada!

—Joder, si que estás mal. —Suspira—. No me dejas otra opción.

—¿Qué opción?

Enrique me levanta por la cintura y me sube a su hombro.

—¡No! —Golpeo con mi puño—. ¿Qué haces? Bájame —grito, me da pánico que me trate así.

—No me odies. —Me baja dentro de la ducha y abre la llave.

El agua está helada. Es doloroso y me hace llorar con intensidad. Me deja sola en el baño. Tardo varios minutos en recuperarme del entumecimiento. Me quito el traje de baño y paso el jabón con lentitud por todo mi cuerpo. No puedo dejar de sentirme perdida. En momentos como este, me gustaría tener un hogar a donde llegar, y no sentirme tan sola.

Salgo del baño, temblorosa, con la bata puesta.

—Dónde está la crema.

—Ya te la busco. —Registra las bolsas sobre la mesa, me entrega un pequeño frasco.

—Gracias. —Vuelvo a encerrarme en el baño para untarme la crema.

Ojalá sea tan efectiva como dice. Este malestar es incómodo, y no tendría problemas en reposar si me hubieran despedido como pensaba. Ahora la idea de faltar al trabajo se suma al estrés que tengo. Debo enfocarme en el hecho de que ya no me darán carta de recomendación, entonces, no tiene sentido recriminarme por ello. Tampoco dejaré de ir, volveré en lo que me recupere. Quiero cumplir mi pasantía. Al menos para que quede como una medalla mental, sobre el esfuerzo que implicó aguantar tanto.

Salgo del baño directo a la cama. No tarda en venir el cansancio que ha dejado el impacto de la terrorífica ducha. La fiebre vuelve, nubla mi mente. Me arropo cuanto pueda, siento el frío en todo mi cuerpo. En mi delirio puedo escucharme nombrar a Daniel. Es que no puedo ser más lamentable.

Un olor a pollo me hace despertar. Mi estómago ruge. Me siento al borde de la cama y bostezo. No tengo la menor idea de cuánto dormí, pero al cuerpo le ha sentado bien el descanso.

—Te traje sopa —dice mientras recoge las cosas de la mesa.

—Que asco. —Me hacía ilusión un pollo empanizado o frito.

—Te va a caer bien, ven.

Me levanto, camino con cuidado hasta caer de golpe en la silla. Así tal cual es mi estado anímico. Miro el plato, parece solo caldo. Paseo la mirada por el resto de la habitación, para no decir algo indebido de la sopa. No sirve de mucho, pues el reguero de ropas, bolsos y demás me da dolor de cabeza. Y eso que yo me consideraba desordenada, pero este ser me gana.

—Come, se va a enfriar.

—¿Es solo agua?

—Las verduras deben estar al fondo.

—Qué ilusión. —Hundo la cuchara, logro tocar un par de trozos de algo—. Recuerda decirme donde compraste esto, para nunca ir.

—Tú solo tragate eso, que no has comido nada y ya es mediodía.

Termino la sopa, no estaba tan mal de sabor, con típico exceso de condimentos. Va a ser difícil desacostumbrar mi paladar. Dejo el plato a un lado, entro al baño para lavarme. Sigo estando roja. Mi piel comienza a descamarse. Toda una pesadilla. No me quedan ganas de volver a una playa tropical. Salgo del baño y me quedo parada en la puerta. Enrique mira el televisor, acostado desde su cama.

—Oye… —Me acerco—. ¿Y si lo intentamos?

—¿Qué cosa?

—Bueno, ya que por un arranque mío surgió el tema, ¿por qué no?

—Qué discreta —ríe—. El problema son dos cosas. —Le baja volumen al televisor—. Primero, Reina me habló sobre tu relación pasada, y ya me dejé usar en la madrugada. Segundo, yo no estoy buscando algo serio por ahora.

—¿Qué? Perdón si te usé. —Me tiro en mi cama—. Te veía como un señor muy honorable.

—Creo que lo soy.

—¿Por qué Reina te habla sobre mis cosas?

—No fue en mal plan, ella quería que te ayudara a procesar.

—¿Procesar qué?

—A olvidar, pero no soy bueno haciendo obras de caridad.

—¿Soy caridad?

—Lo siento por sonar así, Karen, pero para mí todo se resuelve en la cama.

Mi cara delata mi incredulidad. Así no se veía él en mi mente, quizás en los recuerdos, pero detrás de los mensajes sonaba como alguien comprensivo y responsable. Ahora resulta ser otro idiota que le gusta vivir la vida como una aventura.




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