Idealmente quizás

DESPEDIDA

Llego temprano. Entro en la oficina de mi jefe y abro las cortinas. Acá dicen que es agradable trabajar con el sol de la mañana, ese que pega suave. Luego a las diez se vuelven a cerrar, por el calor, no sé si afecte pero da la impresión de que el aire le cuesta enfriar. En Mom el sol sale a las siete y media de la mañana, aquí a las seis ya está claro el día.

Pasé la semana anterior en casa. Enrique se fue al tercer día. Aproveché el malestar para estar sola. Necesitaba ese tiempo para meditar. Resistí el impulso de querer escapar de la soledad. Fui capaz de no escribirle a nadie. Soporté estar encerrada en casa, no pedí comida a domicilio y escuché las guerras musicales de mis vecinos. Esa palabra fue suficiente para hacerme entrar en este estado ausente en el que me encuentro. Hago todo en automático. Ya no salen lágrimas, estoy cansada de llorar. Mi único consuelo es que hay muchos foros, en línea, de personas en la misma situación. No saber qué hacer con tu vida, a pesar de estar cerca de los treinta años.

—Buenos días, Karen —saluda el sr. Francisco.

—Buenos días. —Lo sigo hasta su oficina.

—¿Y bien? —Toma asiento—. ¿Qué tienes para contarme?

—Me enfermé, mi cara todavía luce un poco sonrojada. —Señalo mis mejillas—. ¿Si lo ve? Me insolé.

—Eso dijiste por mensaje. —Entrecruza los dedos de ambas manos—. ¿Fue necesario tomarse todo este tiempo?

—Le seré sincera, ya faltan dos semanas para irme, no me importa en realidad nada. Vine porque quiero cumplir la pasantía por una meta propia.

—Karen. —Suspira—. Eres buena en lo que haces, bastante centrada y dedicada.

Si llega a decir la palabra infantil, juro que me tiraré a la fuente de la plaza que queda de camino a mi casa.

—Tuvimos una reunión —continúa—, la semana pasada. Todo comenzó porque Uriel de repente exige tu expulsión. Dado a que eres del programa de pasantes por ayuda, es un compromiso ajeno a nuestras decisiones. No podemos interrumpir. —Expresa una breve sonrisa—. El punto es que, surgió el tema, tengo la obligación de hacerte la pregunta: ¿quieres quedarte en esta empresa?

—¿Qué? —pregunto con horror y satisfacción al mismo tiempo, ¿esto es normal?

—Tienes el voto y aprobación para quedarte si quieres, tu desempeño bastó para destacar. Tienes potencial, sé que te darán un cargo diferente y mejor.

—En realidad… —comento nerviosa—, solo quería pedir una cosa.

—¿Puedo saber?

—La carta de recomendación, es lo que me interesa.

—Es una pena que no quieras quedarte —niega—. No te preocupes por la carta, te la iba a dar aunque faltaras todo este mes, te lo mereces.

—Gracias señor. —Finjo sonreír—. Si no necesita nada más, volveré a mi trabajo.

Podría quedarme, adaptarme no sería tan caótico como mi primera mudanza. Pero eso no quitará el sentimiento de estar lejos de casa. Sigo sin encajar en esta cultura. Son pocas las cosas que me gustan y muchas las que no. Volver a Mom será mejor. Es una lástima que allá nadie me espera. No sé si debería intentar comunicarme con mis padres. Sé que eso no saldrá como me gustaría. Tengo tantas ganas de tener un hogar, ya no puedo con esta soledad. No es fácil de asimilar. Ya, sacudo mi cara. No debo pensar en nada depresivo mientras trabajo, para eso están las noches.

En casa, organizo la ropa que me llevaré. Es cierto que en este ambiente he tenido que usar ropa menos abrigada. Algunas de estas prendas no me servirán. Otras tampoco, sin embargo no puedo dejarlas porque me encantan. Hay ropa que no me atreví a usar, cuando las compré se veían tan bien en mí, son dos blusas, demasiado sensuales para usarlas tan casual. Quedan para una noche de fiesta, cuando quiera sentirme diva. Miro las prendas preguntándome si llegará un momento para usarlas. Una de ellas lleva una cadena, deja la espalda descubierta. Gracias a eso, agarré gusto por las cadenas. Compré varias, tanto pulseras como collares, incluso una tobillera. No era de usar accesorios. Las llevaré, son solo dos pedazos de tela que no ocupan espacio.

Preparo un café para pasar la tarde. Compré una novela, sobre despecho. Me llamó la atención la trama, quiero saber como la protagonista olvida a su primer amor. Algunos dicen que nunca se olvida, otros ni se acuerdan. ¿En qué grupo entraré? En este momento me atrevo a decir que no pienso buscarlo apenas llegue. Pensarlo es diferente a vivirlo. Lo que si no tengo muy seguro, es si soportaré aguantar no saber nada de él.

Última semana de trabajo. Se siente tan bien saber que te vas. Mantengo un buen ánimo, nada me lo puede quitar, mucho menos el idiota del vicepresidente. Él se pasea de un lado a otro, solo me lanza una mirada despectiva de vez en cuando. No caeré en ese tonto juego. Busca y espera que le diga algo, mas no lo haré.

—¿Te apetece salir? —Reina me mira sonriente.

—¿Algo por lo que deba preocuparme?

—No. —Su boca se tuerce hacia abajo—. Un par de cositas que me contaron.

—Tardó en contarte, ¿no? —Trato de ocultar mi interés, si me muestro curiosa puede ser peor.

—¿Ah sí? Entonces sabes de lo que hablo.

—No, pero sí sé de quién hablamos. —Sonrío, para agregarle picardía.

—¿Todo un galán?

—Cuando quiere. —Tapo mi risa con la mano, aún estamos en horario de trabajo.

—Pensé que se quedarían juntos. —Finge revisar unos papeles de las carpetas que tengo sobre el escritorio.

—Bueno, aunque no sé qué resultados podrían darse, yo lo intenté.

—Karen —ríe—, ¿a qué llamas intento?

—Creo que nos faltan un par de tragos para tener esta conversación. —Suspiro frustrada.

—Muy temprano para hablar de sexo, ¿no? —Vuelve a reír—. Nos vemos a la salida.

Gracias a ella, no siento tanta vergüenza al tratar este tema. Aunque todavía deseo que se me pegue su naturalidad. Sin importar cómo, es un avance. Recuerdo con pesar que ni podía imaginarme una escena subida de tono porque moría de timidez. Y ni pensar en lo tonta que me siento cuando recuerdo confundir ciertas sensaciones. Como por ejemplo: pensaba que era miedo y nervios cuando estaba a solas con Daniel, cuando en realidad era emoción y excitación. No tenía la menor idea de lo que sentía.




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