Qué semana tan pesada. Dar vueltas de un lado a otro sin coche es agotador. Pero ya puedo trabajar oficialmente como arquitecto. Mi madre debe de estar feliz, al fin estoy haciendo lo que tanto me ha insistido. Ahora solo me falta la esposa perfecta para conseguir la familia ideal.
Dejo las bolsas sobre el mesón. Guardo la carne y todo lo que necesite ser refrigerado. Este será el último mercado que haga sin coche. Ya se vendió la casa, y lo primero que hice fue comprar otro auto. Tenía la intención de escoger uno deportivo, pero tuve esta sensación de poco espacio. Creo que una camioneta será una mejor opción. Miro la hora, se me hace tarde. Tomaré una ducha rápida, luego que vuelva acomodaré el resto. Ya no tiene tanta importancia tener todo organizado, el control solo trae estrés.
Apenas llego a la cafetería recibo un mensaje de Majo, avisando de que se va a demorar como media hora en llegar. Suspiro al apagar la pantalla. Escojo un asiento en la barra. No me queda de otra que esperar. Vuelvo a revisar, esta vez busco la conversación de Amanda. Estuve tan ocupado que no quise arreglar la situación con ella. Escribo un simple «hola», seguido de una cara con ojos en blanco. No tarda en responder con una sonrisa. «Creo que te debo una disculpa, ¿cómo podría compensarte?» le dejo otro mensaje.
—Pero si tenemos acá a nuestro chico favorito. —Miro a la señora sonreír, mientras me entrega una taza de café.
—Supongo que no importa si no recuerdo su nombre…
—Tranquilo, no esperaba que lo hicieras. —Mantiene el rostro alegre—. Margaret.
—¿Y qué quiere señora? O es una costumbre suya observar a sus clientes con tal descaro.
—¿Tan cerca, verdad? —ríe—. Sabía que tenías sentido del humor.
—Supongo… —En este momento me cuestiono si debería esperar a Majo en otro lugar.
—¿Sabes que soy amiga de la sra. Emilia? —Toma asiento delante de mí, del otro lado de la barra—. Me contó como arreglaste el apartamento, también me mostró fotos, y déjame decirte que ha quedado divino.
—¿Si? —Qué no pida una remodelación gratis, por favor.
—Mi marido no quería decirte, pero yo digo que no se pierde nada con hacerte la propuesta.
—¿Qué quieren? —pregunto resignado.
—No tenemos tanto presupuesto, pero queríamos plantearte nuestra idea.
—¿Sería mucho pedir: sin rodeo?
—Queremos hacer una zona especial, ¿donde está el arco de allá? —señala—. Hacerla como privada, para un grupo grande, que ahora está de moda eso.
—Bien —digo pensativo. El lugar tiene un espacio agradable y acogedor, solo sería trabajo de decoración, se puede lograr sin tocar la estructura—. ¿Qué es lo que les falta?
—¿Todo? —ríe nerviosa—. No sabemos cómo aprovechar ese espacio. En nuestros tiempos, cuando comenzamos, le pagamos a una chica para la estética, y sé que te has dado cuenta que no hemos cambiado nada durante estos años.
—Si, eso veo.
—Lo que sí tengo claro: es que quiero eliminar esa última ventana, para hacer el lugar más privado, ¿me entiendes?
—¿Qué? —No puedo evitar reírme—. ¿Qué le hace pensar que tomaré este trabajo? Y para la ventana se puede conseguir una cortina.
—No lo había pensado… —Hace muecas con su boca mientras gruñe—. ¿Qué tal, dos meses de café gratis?
—¿Todos los días? —Asiente—. ¿A parte del pago?
—Si, de todos modos no es mucho.
—Bien, me parece una oferta tentadora.
—Piénsalo. —Se despide con un gesto de mano—. Tengo que dejarte.
En realidad no es gran cosa. Es algo que se hace en menos de una semana, tengo una idea en la cabeza que puede funcionar. Tener café gratis me gusta, pero me agrada poder hacer algo por este lugar. Dejar una huella después de tantos años, no estaría mal.
El mensaje de Amanda alumbra la pantalla. «¿Puedo pedir lo que quiera?» dice. ¿Qué tanto podría inventar? No creo que tenga demasiada creatividad, le digo que sí. «Quiero una cena preparada en tu casa» responde. Es increíble que persista con esa idea.
—Pero… ¿Quién te hace reír así? —Majo se sienta a mi lado.
—Es que… —pienso como responder, pero me ha tomado de sorpresa—. ¿Mi madre, quien más podría?
—Si claro, quisiera ella. —Pide un té—. ¿Ahora quién es?
—Una chica que… —Intento contener la risa. No puedo decirle que es amiga de Karen, aunque me gustaría hacerla enojar de esa manera.
—¿Así de tonto te tiene? ¿Será otra con la que tontear por años para que luego te deje?
—¿No te fue bien, verdad?
—El padre de mi hijo no vino, porque tiene que estar todo el día en su estúpido trabajo.
—Que yo recuerde: te encantaba ese hombre porque no paraba de trabajar.
—Si no le interesa ver el progreso de su hijo… —Hace una pausa para contener las ganas de llorar—. Entonces qué le va a importar después.
—Exageras y lo sabes.
—Déjame, estoy demasiado hormonal. —Suspira—. Además, odio este sitio, no entiendo por qué tienes que volver al lugar donde venías con ella.
—Primero: yo venía aquí antes de conocerla. —Respiro profundo—. Segundo: respira y relájate, que ser una bola de nervios y estrés no te ayuda.
—¿Me estás llamando gorda? —susurra.
Vuelvo a inhalar mucho aire, para contener la risa. Pido paciencia. Ahora solo quiero eso.
—Mira. —Le muestro mi teléfono—. Me avisaron hace poco que mi coche está listo en la concesionaria, podemos ir de paseo si quieres.
—¿En serio? Que bueno —sonríe—. ¿Me llevarás a comprar ropita diminuta?
—Si eso te ayuda a ser feliz.
—Me ayudaría demasiado. —Acepta, con una sonrisa, su bebida.
—Daniel —dice Margaret—, disculpa. ¿Podrías dejarme tu número?
—Seguro. —Me entrega un pedazo de papel y un bolígrafo.
—Gracias, te estaré escribiendo —dice al despedirse.
—¿Ahora coqueteas con viejas? —susurra chistosa.
—Sí, me encantan las señoras —sonrío sarcástico.
Llegamos en taxi a la concesionaria de Ferit. Majo se adelanta, saluda a todos con emoción. Hago una cara larga al saber que estaré un rato aquí, hasta que ella se ponga al día con los chismes. Por mi parte no me interesa hablar, ya lo hice al venir durante la semana.