Cuando tengo un compromiso me cuesta hacer otra cosa. Me pongo ansioso porque llegue la hora. Un domingo: por lo general, aprovecho el tiempo libre para poner en orden la casa. Ahora que estoy en un lugar pequeño, me sobra el tiempo. He pensado si debería tener algún pasatiempo, aparte de hacer ejercicio. Tampoco sé si tendré tanto tiempo libre con el proyecto de Ferit. Por ahora estoy trabajando poco, pero ya he recibido comentarios que está por empezar.
Observo con tristeza los imanes de mariposas en la nevera. Todavía no puedo quitar este vacío. Quisiera mentirme, convencerme de que no pasa nada. No puedo creer en mentiras; lo único que quiero no lo tengo, ni lo tendré. A mitad de la semana recibí un mensaje de Amanda, comentó con preocupación la llegada de Karen, que será hoy. No sabe qué decirle si ella pregunta por mí. Tuve que desbloquearla por eso, para que no busque por medio de otros. La luz de la pantalla me saca de los pensamientos. Majo me escribe, está afuera. Le pedí que viniera porque no quiero pasar una tarde incómoda.
—Hola —dice al entrar—. Mira a quien me encontré.
—¿Cómo estás, Dane? —saluda Jon.
—¿Dónde encontraste a este vago?
—Por ahí —ríe—. Creo que estaba mendigando en el mercado.
—No soy ningún vago, puedo probarlo. —Finge seriedad.
—Seguro. —Majo deja las bolsas sobre el mesón—. Pensé que no estaría mal traer a este mendigo.
—Bueno… —Reviso la compra—. Qué más da.
—Por cierto, que me dejaras abandonada en ese centro comercial fue una gran idea —sonríe—. Ahora mi marido te odia, pero llegó como un héroe a buscarme.
—Eh… —No puedo controlar mi cara de pereza—. Al menos algo bueno resultó.
—¿Cuándo llega nuestra invitada? —pregunta Majo, con una sonrisa ansiosa.
—No lo sé, se supone que llegaría hace un rato. —Suspiro—. Lo peor de todo es que tengo mucha hambre.
—¿No podemos ir adelantando algo?
—Ella ni siquiera sabe que no somos dos.
—Oh —agrega Jon sorprendido—. Pensé que esta sería una reunión de señoras, no esperaba ser un entrometido —ríe.
—Ya te dije. —Majo abre un paquete de galletas saladas—. Estamos para incomodar.
Escucho la puerta. Ya llegó Amanda.
—Cualquier cosa, ustedes están aquí por casualidad. —Los señalo de forma amenazante.
Abro la puerta. Levanta sonriente las bolsas del mercado que trae. La dejo pasar.
—Lamento decirte que tenemos compañía —digo con pesar.
—¿Jon? —pregunta sorprendida—. Pero si te vi esta mañana, ¿qué haces acá?
—¿Cómo iba a saber que tú eres la cita de Daniel?
¿Cita? No esperaba que estos dos se conocieran tanto.
—Hola, soy Majo —dice amable.
—Amanda. —Le ofrece estrechar la mano.
—¿De dónde se conocen ustedes? —pregunta al señalar a Jon.
—Es amiga de Karen —responde él.
—¿En serio? —Majo me mira con desprecio.
—¿Será que podemos comenzar con la comida? —sonrío—. Muero de hambre.
—Si, por supuesto —dice Amanda—. Quería hacer algo al horno, pero como se me hizo tarde, tendremos que improvisar.
—Yo no sé nada de cocina, solo les haré compañía. —Jon se sienta en el taburete.
—Yo también. —Majo hace lo mismo—. Estoy embarazada, me hincho horrible al tratar con especias.
Amanda me mira con vergüenza. Ahora que lo veo, creo que exageré, hubiera estado mejor a solas.
—Pasta es algo rápido de hacer —propongo—. ¿Con qué quieres acompañarla?
—Podría picar algunos aliños y verduras, para unirlo con la pasta de tomate. —Mira dentro de las bolsas—. Traje una sidra de manzana, para ir tomando un poco.
—Que ternura —dice Majo.
—Es una buena idea, yo lo sirvo. —Jon toma la botella—. Menos para esta señora.
—Si, lo siento, de haberlo sabido hubiera traído jugo.
—Esta niña es un encanto —vuelve a comentar con esa sonrisa fingida.
Me siento mal por ella. La he traído a las garras de esta desalmada. Si tan solo no se hubiera enterado que es amiga de Karen, la trataría distinto.
—¿Qué hago? —le pregunto a Amanda.
—¿Puedes cortar la cebolla en trocitos pequeños? No me gusta sentirla en pedazos grandes.
Hago lo que me dice, mientras ella lava y corta la zanahoria y el pimentón. Majo y Jon se entretienen al comentar cosas relacionadas al trabajo en la inmobiliaria. Según lo que escucho, nada ha cambiado. Todo estaría bien, si no fuera porque siento los ojos irritados por la cebolla.
—No llores, que esa vuelve —bromea Amanda.
—¿Perdón? —pregunta Majo.
—Es un dicho, mi mamá siempre me lo dice cuando corto la cebolla.
—Que mal dicho —río. Cierro los ojos con fuerza—. Esta fuerte esta cosa.
—¿Ves? Cocinar duele, otro punto a mi favor —escucho a Jon decir eso.
—No puedo ver nada.
—Primero, deja el cuchillo a un lado.
—Ven, yo te ayudo. —Toma mi mano, me sorprende que sea tan suave. Amanda me guía hasta el fregadero. Lavo mi cara con abundante agua.
—Si tuviéramos manos extras para hacer la comida, terminaríamos pronto —agrego, luego de recomponerme.
—Vaya, sigues con los ojos rojos —ríe Majo—. Nunca pensé que te vería llorar.
—Eso, disfruta del espectáculo.
—Ya falta picar un par de cositas, ¿que puedo usar para poner a calentar el agua?
Le consigo lo que me pide. Miro con molestia a estos dos. No hacen nada, quien diría que serían un estorbo. La idea era tener solo uno.
—A mí me encanta cocinar —comenta Amanda con alegría—. Como dicen, es mejor cocinar rico porque no siempre seré bonita.
—Ay no, ¿quién dice algo tan lamentable? —pregunta Majo con terror—. Prefiero pagarle a alguien para que me tenga lista las comidas.
—¿En serio? —Amanda y Jon dicen al unísono.
—¿No te importa ser tan descarada? —añado con sarcasmo, es obvio que no le afecta.
—Lo siento, no quería echarles en cara mi alto estatus. —Se cubre la boca mientras ríe.
Así pasamos la tarde hasta terminar la comida. Majo se soltó y se muestra con mejor humor. Al final traer a Jon ayuda bastante. Sé que tiene cierta confianza con Amanda. Me da curiosidad saber porque estuvieron juntos esta mañana. Si era tan cercana con él, ¿por qué no le pidió el favor de enseñarle a conducir?