Idealmente quizás

BAJO LA LLUVIA

Tenía un vuelo planeado para el miércoles. Al revisar la fecha en el boleto, me dí cuenta que me dieron otro día: un domingo. Fue estresante tener que apresurar todo. Le terminé dejando cosas a Reina, para que las venda si quiere, ya no tienen uso para mí.

Tomo un mapa de turista. Casi no han cambiado el diseño. Suspiro como tonta, dejándome llevar por la nostalgia. Aún sigo pensando que era mejor de lo que soy ahora. Dejo el papel en su lugar, ya no hace falta. Camino de un lado a otro, mientras espero que Amanda aparezca en la sala de espera.

—¿Karen?

—¿Jon? —Lo abrazo—. Qué sorpresa, ¿cómo es que estás aquí?

—Yo lo traje. —Aparece Amanda, sonriente, detrás de él—. Mi auto se dañó, así que le pedí ayuda. —La abrazo a ella también.

—Te hizo muy bien el sol —Jon sonríe de manera extraña—. Tu piel brilla.

—¿Gracias? —digo alegre—. Me encantaría ponerme al día, pero estoy muy cansada.

—Después de un viaje de varias horas, se entiende.

—Vamos señoritas, yo las llevo —Toma mi maleta, camina delante de nosotras.

Amanda se muestra nerviosa y esquiva. No logro hacer contacto visual con ella. Tampoco tiene importancia, ya habrá tiempo para hablar. Subo al coche, a los asientos de atrás. Quiero mirar por la ventana, hacerme la distraída para no contestar preguntas. No sé porque mi batería social está agotada. Solo quiero llegar y dormir. Cierro los ojos y disfruto de la brisa fría que entra por la ventana. Extrañé mucho este clima, ya no tendré un sol cruel sobre mi cabeza.

La casa es pequeña. Después de ser presentada a los padres de Amanda, subimos a su habitación. Parte del techo está inclinado.

—¿Este es el ático?

—Si —susurra—. Antes lo veía grande, cuando era pequeña.

—Entiendo. —Me siento en la cama—. Yo también tenía un ático de habitación.

—¿Enserio?

—Si, pero era más pequeño que este. —Lo recuerdo, con una ventana diminuta por donde entraba la luz cada mañana.

—Te pareces tanto —susurra Amanda.

—¿A quién? —pregunto sorprendida, estaba mirando el cuarto sin prestarle atención.

—A una chica que conocí el otro dia —responde rápido—. No tiene importancia. —Camina hacia la peinadora, toma un par de frascos que saca de la primera gaveta—. Ten, te regalo estos perfumes.

—Gracias. —Dos frascos pequeños, con una forma extraña—. ¿De dónde salieron?

—Mi madre quería emprender, invirtió hace tiempo en varias muestras, pero nunca surgió. —Levanta los hombros—. Ahora tengo muchos perfumes pequeños, siempre llevo uno conmigo por lo menos.

—Huele bien, a fresa.

—Karen… —Mira hacia los lados—. No sabía que vendrías hoy.

—Ni yo, todo fue tan apresurado.

—Tengo una cita, y debo irme.

—Entiendo. —Pobre, se ve nerviosa—. No te preocupes, yo quiero dormir. Además, conozco este lugar, no necesito que me cuides.

—También, pero ten en cuenta lo que te dije de mis padres. Son estrictos, así que si piensas salir, no regreses luego de la medianoche. O antes, porque como eres invitada, se vería mal que llegues a las nueve.

—Vale, entiendo. —Recojo mi cabello en un moño—. No creo que salga hoy, ¿el baño está abajo cierto?

Despierto con dolor de espalda. Bostezo al estirarme. Son las siete de la noche. Tengo mensajes de Enrique, que me escribe para vernos desde la tarde. No sé si debería, si salgo ahora, no podré volver. A la vez, quiero salir. Estar sola en esta casa desconocida es deprimente. Le pido la dirección. Busco en mi maleta qué ropa puedo usar. Por encima veo un vestido sencillo, amarillo y de tirantes. Solo tengo un par de medias largas para el frío. Me responde con la ubicación de una cafetería donde estará en una reunión de trabajo. Confirmo el lugar.

—Tiene que ser una broma. —Dulce caricia, es la cafetería de siempre. Quiero volver a pasar por ahí, pero no al primer día de regresar.

Responde a mis dudas. Dice que le queda cerca de casa, que su reunión es en ese lugar, y ahí me esperará. Escribo para confirmar, ahora tengo que arreglarme cuanto antes.

Me quito el abrigo al entrar. Es increíble que este lugar no cambie. Siento que vuelvo al pasado solo con entrar. Miro desde la entrada la mesa de siempre. Está vacía. ¿Debería sentarme ahí? Pido un café con galletas de mantequilla y me retiro a esperar en la mesa. Enrique está en otra, lo veo acompañado de dos hombres más. Tal parece que la reunión se ha extendido.

Me mira, le sonrío. Intenta mantener la compostura, así que le hago muecas para hacerlo reír. Funciona, una pequeña sonrisa es mejor que nada.

—¿Dónde ha quedado tu amargura? —Toma asiento en mi mesa.

—¿Al fin te han liberado? Me has hecho esperar —finjo ver un reloj imaginario en mi muñeca—. Como media hora.

—¿Estás de buen humor?

—No lo sé, puede ser. —Presiono mis labios. No sé porque me emociona tanto juguetear, si luego no haré nada. Pero quizás Reina tenga razón, y debería llevar esto a aquello.

—Lo siento por hacerte esperar, es que no se querían ir —ríe.

—No pasa nada. —Sonrió—. Me pregunto si vamos a pasar el resto de la noche acá.

—¿Qué quieres hacer?

—Curiosamente, no tengo hambre —pienso.

—Se preparar unos bocatas con jamón, estupendos.

—¿Si? ¿Ir a tu casa? —No es mala idea, ya que no puedo volver.

—No lo sé, es una opción.

—Entonces la acepto —Deslizo mis uñas con suavidad sobre su brazo.

Él sonríe complacido, se acerca a mi odio para decir:

—¿Estás consciente de lo que haces?

—Si, por eso lo hago. —Cubro mi risa con la mano.

—Es que la última vez saliste con una historia totalmente diferente.

—Si, así fue, pero ahora… —No sé qué decir, pierde el chiste mientras más se alarga.

—Bien, no hace falta decir nada. —Toma mi mano, provoca un cosquilleo—. Mi casa queda a unos pasos de aca, ¿que tal si vamos?

—Me parece bien.

—Espera, déjame enviar un mensaje antes.

—¿No que vives solo?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.