Cierro los ojos mientras el agua caliente cae en mi rostro. Me creí capaz de enfrentar mi trauma, aunque la persona con la que estuviera no importara. Resulta ser que no es así. Me duele mucho el corazon, siento que me he traicionado. En este momento, me odio más que antes.
Busco jabón, pero no hay. Tocan la puerta. Cierro la regadera y exprimo mi cabello. Abro un poco, la mano de Daniel se asoma con la toalla, champú y jabón. Los tomo, seguido de un gracias de mi parte, con un tono muy apagado. Aun siento el nudo en la garganta, mi voz no está afinada. Dentro de la toalla veo una franela suya y un pantalón corto. Regreso a la ducha y no pienso salir hasta que deje de dolerme el pecho.
Al final no lo logré. Mis dedos se arrugan, no puedo pasar toda la noche en el baño. Quisiera demostrarle a él que ya no soy tan infantil, pero no puedo reparar esto, mucho menos después de la escena que monté. Salgo molesta del baño, no tengo porque darle explicaciones, no le debo nada. Pero su mirada me deja congelada. Me observa desde la cocina, sentado en el taburete. Apoya su cabeza sobre sus manos unidas.
Es demasiado inquietante que no diga ni una palabra. No deja de mirarme, ya no puedo ni hacer contacto visual porque me siento fatal si lo hago.
—Lo siento —digo con la voz quebrada. Todavía no me recupero. No puedo con esta extraña tensión.
—¿Lo sientes? ¿Qué sientes? —pregunta sarcástico, con ese tono molesto de tener la razón.
—Todo. —Aprieto los puños—. No debí correr como tonta, no debí abrir la puerta. —Suspiro, no puedo evitar las lágrimas, mi pecho va a estallar—. Créeme que lo menos que quería era verte.
—Que bueno que lo sepas. —Se levanta. Entra en la habitación al lado de la cocina.
Me froto los ojos. No debería llorar delante de él. Tomo asiento en el sofá. Tengo llagas en los pies, me duele estar levantada. El apartamento no luce como algo propio de Daniel. Está muy saturado, sobrecargado de muebles. Y en la estantería tiene muchos libros, por los títulos que veo: es obvio que no son suyos. Esto me lleva a preguntarme: ¿qué hace aquí?
A mi lado cae una almohada y una sábana. No escuché su puerta.
—Duerme ahí, mañana a primera hora te vas.
Lo veo recoger mi vestido. Ahora va a proceder a lavarlo para que esté listo por la mañana.
—¿Por qué fuiste por mí, si no toleras verme? —pregunto con rencor.
—Por el poco cariño que aún te tengo.
Esa respuesta ablanda mi semblante. Empiezo a sudar frío. Me vuelvo un nudo de nervios al saber que aún queda algo. ¿Acaso tiene sentido tratar de arreglarlo?
—No pasó nada entre tu vecino y yo. —Soy incapaz de ver su cara—. De algún modo necesitaba aclararlo.
—A mí no me debes explicaciones. —Emite una risa corta—. ¿Quiérete un poco, si?
Presiono con fuerza mis ojos, por eso no quería hablar.
—Mira —dice—, no podía dejarte por ahí afuera con esta lluvia y tú con ese vestido de tela tan delgada. No lo interpretes más. —Oigo ruidos en la cocina, no sé que hace, tampoco quiero verle—. No quiero saber con quien te acuestas ni con quien sales, no me interesa.
—Se nota —respondo con sarcasmo.
—No me importa lo que creas. Solo duerme y mañana te largas. —Escucho que cierra de un golpe la puerta de su cuarto.
Ya puedo romperme, ahora que estoy sola. Tengo tanto que procesar, no sé si podré dormir.
Ya no encuentro que figura imaginarme en el techo. Este mueble es incómodo, mejor dormiría en el piso. Podría haberme ido, tocarle la puerta a Enrique. Pero no lo pensé antes, ahora es tarde. Llevo rato vagando en mis pensamientos, sin poder cerrar los ojos. Me giro y veo la pantalla negra del televisor.
—Siempre tienes razón —susurro.
Daniel no se equivoca; me quiero muy poco. En qué momento pensé que enfrentar un trauma sería sencillo. Me lancé a los brazos de Enrique sin meditar mucho. Para luego exponerme al frío de la noche, a perderme sin tener donde ir. La palabra “infantil” no deja de resonar. Quisiera arrancarme los pelos, a ver si así dejo de ser tan tonta.
Me levanto por un vaso de agua. Tengo hambre, no he comido nada desde que llegué. Ya hace muchas horas. Miro la hora en el reloj de la cocina: las tres de la madrugada. Creo que podré aguantar, falta poco para que amanezca. De regreso al sofá me detengo delante de la puerta de su cuarto. Durante mucho tiempo no podía dormir si no pensaba en él. Llegué a fantasear con regresar a su lado, y aprovechar cualquier oportunidad de estar con él. Parece surreal tenerlo justo al lado. Giro la perilla de la puerta, no tiene seguro. Su habitación está oscura, no veo nada. Abro un poco más la puerta para que entre luz. Me acerco con lentitud a la cama. Mi pulso está acelerado. Escucho mi corazón en todo mi cuerpo.
—Daniel —susurro. Duerme sin camisa, ni siquiera está arropado. Vuelvo a llamar su nombre, sigo sin ver algún movimiento de su parte. Deslizo mi mano por su brazo. Recuerdo las veces que pensé en hacer esto.
Me siento a un lado, mi vista sigue borrosa. Acaricio con suavidad su mentón. ¿Qué habría sido de nosotros si no me hubiera ido? Quizás contigo sería diferente. Mi mano recorre su pecho con facilidad. Mi mente, no tengo certeza dónde está.
—Me encantaría que despertaras —vuelvo a hablar, esta vez sin susurrar. Solo dos cosas podrían suceder: o me termina echando a la calle, o me toma entre sus brazos. Que delirios tengo. Sonrío por los pensamientos en mi cabeza—. Debo volver a la realidad. —Dejo de tocarlo. Quisiera que me siguiera el juego, pero esto es una fantasía.
Me levanto para irme, sin embargo, otra idea me detiene. Lo siento, entre el hambre y el incómodo sofá, prefiero arriesgarme. Me acuesto en el otro lado de la cama. Abrazo el brazo de Daniel. Al menos así, creo que puedo dormir por un par de horas.
Despierto por el ruido. Veo un poco de sol asomarse por debajo de la cortina. Apenas recobro el sentido de donde estoy, me levanto exaltada. Giro encontrándome con Daniel, quien termina de vestirse al otro lado de la cama.