Ahora que tengo la mente tranquila; ya comí, y pasó la desagradable sensación en mi pecho. Puedo pensar con claridad. ¿Dónde se supone que tengo guardada mi vergüenza? Perderla ayer con Enrique, ¿fue suficiente para hacer tonterías con Daniel?
Es que durante la madrugada me sentía muy desorientada. Dormir junto a él ayudó a conseguir la calma que necesitaba para descansar. Pero esto es imposible de explicárselo. Primero, eso no justifica mi abuso de la confianza que aún me tenía. Segundo, que yo misma me causé el problema. Soy mi propio enemigo. Soñaba con volver, y demostrarle que cambie, eso fue antes de decidir que no lo volvería a buscar. Ahora ni lo uno, ni lo otro.
Me detengo delante de la puerta. Aguanto la respiración por tres segundos y la suelto. Hora de salir de aquí para no volver. Justo al abrir, Enrique también va de salida. Sonrío llena de vergüenza al verle.
—Karen, ¿qué haces saliendo de ahí?
—Es una historia complicada.
—¿Sabes lo angustiado que me quedé anoche? —Pobre, luce fatal—. No hallaba cómo buscarte. Te llamé al teléfono y resulta que lo dejaste acá. ¿Por qué desapareciste así?
—¿Pánico? —Intento disimular con una risa. En realidad si fue por eso, pero tampoco es gracioso.
—Lo lamento, no quería asustarte. —Su preocupación se acentúa, convirtiéndose en tristeza.
—No, no… —Suspiro—. No fue por ti.
—¿Entonces?
—Resulta curioso, pero… tu vecino es mi ex. —Finjo una sonrisa sarcástica.
—¿Qué?
—Ayer lo oí hablar, corrí como tonta a la puerta para confirmar que era él.
—¿Y estas ahí por?
—Esto no es algo que pueda contar a mitad de un pasillo. —Miro de un lado a otro, espero que nadie esté escuchando.
—Tienes razón. —Revira los ojos—. ¿Quieres comer? Tengo una oferta de trabajo para ti.
—Si, quiero oírla.
Regresa dentro del apartamento para buscar mi cartera y mi abrigo. Bajamos las escaleras al estacionamiento. Dentro de su auto reviso mi teléfono. Tengo varias llamadas perdidas y muchos mensajes de las chicas preguntando por mí. Parece que Amanda también se desesperó. Prefiero mentir y decir que pasé la noche con Enrique. Aunque, si lo hago no podré interrogar a cierta personita. Las demás no necesitan saberlo, solo Amanda. Me hierve la sangre al pensar que fue capaz de acostarse con Daniel. ¿Quién faltaría en la lista? ¿A quién le recomiendo que sea la siguiente? Dejo el teléfono en mi pierna y miro la ventana. Sería lamentable que todas lo conozcan de esa forma excepto yo.
—¿Una noche irritante o desestresante? —pregunta Enrique, sin apartar la mirada del volante.
—La peor noche que he tenido.
—¿Acaso quieres resolver las cosas con él?
—No, para nada. Ya quedó bastante claro.
Nos bajamos en un restaurante. Comí poco, por lo que tengo espacio para esto. Mientras esperamos nuestros pedidos, le cuento lo que pasó. Solo lo que necesita saber, no tengo porqué contar detalles como lo de meterme en su cama, o la molestia que cargo porque mi supuesta amiga me viera la cara de payasa.
—Lo que sí tengo que hacer, es buscar donde quedarme.
—¿Por qué no te quedas conmigo? Comparto piso con un primo, pero él no está por viajes de trabajo, se que no volverá pronto, puedes quedarte en su cuarto.
—¿Y ser vecina de mi ex? —Qué pesadilla.
—No pagarías nada, además, podría valer la pena amargarle la vida.
—Quizás. —Sonrío—. Pero eso no es suficiente excusa.
Nos quedamos callados mirándonos las caras, mientras el camarero sirve la comida. Ambos soltamos un gracias al terminar.
—La excusa sería, que voy a necesitarte cerca —continúa.
—¿Acaso es esto una confesión? —bromeo. Revuelvo la comida para que se enfríe.
—Veras. —Junta sus manos—. Estoy por vender la empresa que me heredaron mis padres, y tengo que tener las cuentas claras.
—¿Cuentas claras? —Doy el primer bocado.
—Si, hay gastos que no puedo cubrir, porque me gasté el dinero en otros detalles.
—¿Y quieres que yo intervenga? No soy contadora, sin contar que puedo ir presa por eso —comento histérica.
—No, tranquila. —Presiona sus labios, se nota que es complicado—. Lo harías bajo mi nombre. Tú solo entrarás como una empleada que contraté por antojo.
—¡Aah! —río—. ¡De paso sería una regalada!
—Vamos Karen, no es tan malo. —Se toca la cien, luce frustrado—. Te pagaré y podrás ampliar tu hoja de vida.
—No lo sé. —La comida se está enfriando.
—¿Cuáles son tus opciones ahora? Trabajar en un café mientras consigues algo mejor?
—Los cafés están de moda hoy en día, la propina que se saca es buena.
—¿Si? —piensa—. Pues, si haces bien tu trabajo, podrías ganar una buena cifra.
—Eres increíble. —Aplaudo—. ¿También tendría que cubrir en gastos falsos como parte de mi sueldo?
No responde. Comienza con su plato. Ahora luce tranquilo como si tuviéramos la mejor velada de todas. La comida se enfrió más de la cuenta.
Vivir al frente de Daniel, mentir en el trabajo: limpiando un registro de gastos y presupuestos. ¿Acaso no suena emocionante? Espero que no me caiga mal la comida por la molestia. Pero tiene razón, ¿qué otra opción tengo? Si cumple con la promesa de borrar mi nombre, en teoría, ¿todo estaría bien? Suspiro al terminar de comer.
—Piénsalo durante el día. —Pide la cuenta.
—¿Me harías el favor de llevarme donde me estoy quedando?
—Por supuesto.
El viaje de regreso en el auto es silencioso. Solo se escucha la música de fondo. Si me mudo con él, podría ahorrar bastante, porque los alquileres por acá son costosos. Todavía no sé qué hacer.
—¿Karen? —Amanda me recibe en la puerta.
—¿No deberías estar en el trabajo?
—Pedí libre. —Me abraza—. Me reporté enferma porque estaba preocupada por ti. —Se hace a un lado al notar mi nula reacción—. ¿No podrías haberme enviado un mensaje por lo menos?
Sonrío como respuesta. Me parece hipócrita de su parte, ¿está fingiendo ser buena conmigo? De todas, ella era de la que menos esperaba esto.